Puerto Rico Ilustrado marzo 7 1942 |
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Por Sergio Cuevas A Fernando Gallardo |
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EL mundo de nuestros días esá lleno de incertidumbres, de pesares grandes que mantienen el pensamiento en constante interrogación, como tratando de adivinar qué día será mañana cuando el alba rompa de nuevo las tinieblas de la noche. La guerra, la dura lucha que llevamos por conservar el ideario de democracia y libertad que nos legaron los valientes luchadores de generaciones pasadas, sus posibles consecuencias y sus horrores que ya nos van tocando de cerca, nos entristecen y lúcenos ver las cosas con menos optimismo que, cuando reina la paz, el esfuerzo humano se dirige a realisar labores de progreso en el campo del trabajo y de la espiritualidad. Es en tiempos como éstos que debemos sobreponernos al dolor y a la desilusión. Pensemos en muchas cosas distintas que ayuden a elevar el sentimiento en el amargo dolor de otros semejantes, tan inmenso al compararlo con el nuestro y sentiremos alivio a los pesares. Admiremos la naturaleza toda, con sus árboles frondosos y pequeños, sus flores perfumadas y multicolores, sus aves, sus reptiles, las aguas cantarínas que refrescan amorosamente la tierra, el cielo, las estrellas, en fin, todo lo que forma ese armónico concierto de cosas que constituyen la obra maestra del más sabio maestro de todos los tiempos. En ese inmenso escenario que llamamos Naturaleza, aspiremos el perfume puro que sensibiliza los sencidos, sintamos la admiración que producen las cosas misteriosas y sensitivas y amemos la humanidad, que como parte del conjunto forma en él con la preponderancia que le da la razón y la sutileza que le da el sentimiento. Con eso lograremos despejar la incertidumbre.Y si vives en San Juan, lector complaciente. que dedicas unos minutos a estas líneas, busca todo eso en el recinto de paz y santuario de belleza que tienes aquí en la Capital de Puerto Rico, vete al parque Muñoz Rivera. Entra y recorre el Parque en toda su extensión, contempla los bellos jardines policromos, jardines que tienen flores de tan sutil belleza y de tan variados colores, que siembran a uno por momentos a la tierra que les da vida invitando a deliciosa contemplación. |
Pasa tu vista por las fuentes de los lotos, blancos y violetas, que levantan hacia el cielo sus pétalos para causar envidia a la luna y las estrellas, paséate por las avenidas de árboles de goma, de eucaliptos y de pinos y verás sus copas interceptando los rayos del sol para brindar amorosa y refrescante sombra a los visitantes. Vete luego al pequeño museo zoológico en que la ingenuidad de animalitos de variadas especies, aprisionados en jaulas que han cambiado su ambiente y su vida, te puede hacer pensar en la resignación que conviene que tengamos ahora, en estos tiempos de lucha, oye y deleítate con el trino bello, poético de los turpiales, los canarios y jilgueros. Todo eso es belleza y lo es simplemente porque es la Naturaleza en toda su expresión exquisita, de abundancia, de paz y de despreocupación; abundancia de paz y de despreocupación que se infiltra en el espíritu y hace tornar los ojos al cielo para implorar al Señor piedad y amor. El Parque Muñoz Rivera es el sitio predilecto de los niños de la Capital de Puerto Rico. Corren ellos por los jardines, ingenuos e inocentes, con la despreocupación y la seguridad de los árboles que se dejan mover por la fresca brisa tropical, con la seguridad e ingenuidad de los monos y los turpiales, que son su encanto y les brindan sus gracias y trinos desde las jaulas que hoy forman sus hogares. Los parques son parte de la vida de los pueblos. Son sitios de reposo y de meditación, son altares ante los cuales millares de seres humanos van a hacer comunión de espíritu con el Padre de todas las cosas, catedrales inmensas y simbólicas con la ornamentada cúpula del cielo en las cuales el contemplador musita oraciones que vibran con la emoción de un alma que se identifica con la grandeza de lo infinito, se enternece, se dulcifica y abre su corazón al amor, no al amor de las cosas finitas, pequeñas, sino a! amor de la cosa grande, de dilatadas fronteras, que se llama Humanidad. |
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