Historia de Puerta de Tierra |
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Hasta mediados del siglo 20, los suburbios de San Juan eran arropados a pasos acelerados por arrabales, "centros del indeseable defecto social" de donde, según las clases privilegiadas, "emanaban el crimen y la enfermedad." La erradicación de arrabales y la renovación de la vivienda del pobre no surgieron sólo de los enfoques sociales. También respondían a la iniciativa gubernamental de hacer de la Isla, especialmente de San Juan, un centro turístico para los estadounidenses ricos. El gobernador Blanton Winship, convencido de que Puerto Rico tenía el potencial para convertirse en el lugar ideal para vacacionar, trabajaba para impulsar este proyecto ya desde 1936. Si Puerto Rico —eventualmente— se convertiría en meca del turismo, era necesario presentarla mejor cara de San Juan. Mejorar el aspecto de la ciudad y modernizarla tenía que ser prioritario para el éxito del turismo como industria. Desde este punto de vista, las acciones que se llevarían a cabo para la erradicación de arrabales se consideraban extraordinariamente importantes, ya que contribuirían a cambiar la apariencia de las áreas en deterioro y les impartirían a las ciudades de Puerto Rico un aspecto de modernidad. A raíz de esto surgieron un nuevo arreglo urbano y nuevos tipos arquitectónicos para la vivienda del obrero que se esperaba fomentasen en éste, entre otras cosas, una nueva percepción de sí mismo. Por ello, desde principios de la década de los treinta, Puerto Rico concentró todos sus esfuerzos en solucionar dicho problema, mediante programas tales como el de la Administración Federal de Hogares (FHA) de 1934 -que creó el seguro hipotecario-, el de la Puerto Rico Reconstruction Administration (PRRA) de 1935 -para la construcción de vivienda barata-, y el de la vivienda pública de bajo alquiler. Mediante la Ley 126 del 6 de mayo de 1938, se creó la Autoridad de Hogares de Puerto Rico para desarrollar el programa federal de residenciales públicos. Además de ésta, otras autoridades sobre hogares se establecieron en San Juan, Río Piedras, Ponce y Mayagüez. Para los funcionarios de la Administración sobre Hogares, la erradicación de arrabales y la provisión de vivienda a bajo costo eran vertientes de un mismo problema. Henry Klumb, director de planificación de la Autoridad Sobre Hogares de Puerto Rico, consideraba que los programas de reducción de arrabales y renovación urbana estaban relacionados y dependía de la construcción de nuevos proyectos de vivienda. Cualquier vivienda permanente debía proveer todas las facilidades comunales necesarias para contribuir al mejoramiento físico y sicológico de la comunidad. El arquitecto Henry Klumb, entonces director de planificación de la Autoridad sobre Hogares de Puerto Rico, fue muy influyente en impulsar un programa dirigido a la reducción de los arrabales junto a la renovación urbana mediante la construcción de proyectos de vivienda pública con alternativas habitacionales múltiples según los ingresos económicos de los inquilinos. Esa solución apostó por la movilidad escalonada y la adquisición de una mejor vivienda según aumentase el potencial adquisitivo de las familias. Así, los caseríos no se vislumbraron en un principio como residencias permanentes y además, se reservaban para las familias, que aun dentro de los parámetros de pobreza que les impedía el acceso a una vivienda privada en una urbanización, contaban con ingresos estables. (Luz Marie Rodríguez López). El programa propuesto para la eliminación de los arrabales incluía la construcción de vivienda permanente a bajo costo en los terrenos de los mismos arrabales o en terrenos fuera de éstos. Durante la década del 1940 se construyeron bajo la Autoridad sobre Hogares de San Juan los caseríos Las Casas, San Agustín, San Antonio, San Juan Bautista, extensión Las Casas y
ya para el 1950 se levantó el Residencial Público Puerta de Tierra. Estos
residenciales fueron construidos en terrenos donde antes habían
existido arrabales. El Caserío San Antonio vino a ocupar el lugar
anteriormente poblado por el arrabal Salsipuedes y el Caserío Puerta de
Tierra donde existió la barriada Miranda, en Puerta de Tierra. Por su parte, la Autoridad sobre Hogares de Puerto Rico construyó los caseríos López Sicardó y San José. Después del 1945, el programa de construcción de vivienda pública tomó un impulso mayor con la Ley Nacional de Hogares de 1949 y las garantías de las agencias y programas federales - Farmers Home Administration - y la Administración de Veteranos. Es importante destacar que para el 1948-49, el Banco Gubernamental de Fomento desarrolló, con ayuda de estas agencias federales, el proyecto de vivienda a bajo costo más grande en el mundo en esa época. Este proyecto localizado en el sector de Hato Rey, es el conocido actualmente como el sector Puerto Nuevo. El proyecto consistía en 6 mil unidades de vivienda construidas a un costo de $10.5 millones ($1,750 por unidad); La Ley de Vivienda Federal de 1949, que tuvo como propósito la eliminación de la vivienda inadecuada, surtió efectos trascendentales en la isla.
Para proveer vivienda de interés social a partir de 1952 la Urban Housing Development (HUD) emitió bonos con un balance de $317,706,154 al 30 de junio de 1980. Esto permitió financiar la construcción de aproximadamente 183 proyectos de Vivienda Pública con un total de 31,420
unidades. Según el acuerdo entre la Administración de Vivienda Pública y la HUD (Annual Contribution Contract) para pagar el servicio de la deuda de esa obligación, anualmente la HUD le transfiere $19,000,000 de fondos federales. Los esfuerzos de renovación
urbana por erradicar los arrabales tomaron un nuevo impulso en 1957, por
medio de un programa mucho más abarcador y complejo que perseguía un
nuevo enfoque a la solución del problema de la vivienda de interés
social en la zona rural y urbana. Esto trajo como consecuencia la
aprobación de la Ley # 88 del 22 de junio de 1957, por medio de la cual
se creó la Administración de Renovación Urbana y Vivienda (ARUV) y la
Corporación de Renovación Urbana y Vivienda (CRUV). Esta Ley recibió
sendas enmiendas en los años 1958 y 1963. (Alameda y Rivera Galindo,
2005,
p. 18) Para 1969 no había problema más acuciante para el Gobierno de Puerto Rico, ni más bochornoso ante los ojos del visitante, que el arrabal. La vitrina del milagro económico de la isla, que había creado un mercado extensísimo en la venta de bonos del Estado, se hacía añicos. Era notable el contraste "entre el Puerto Rico moderno y el lastre del arrabal", principalmente el urbano, como el del caño de Martín Peña, situado en el corazón mismo de la ciudad capitalina de San Juan, a sólo pasos de la zona bancaria de Hato Rey, conocida como la "milla de oro". En la orilla del mencionado caño, en terrenos ganados a sus pestilentes aguas negras, o flotando sobre ellas, los jíbaros de antes, ahora arrabaleros citadinos, habían levantado sobre pilotes altos, miles de casas de madera, de cartón y de latón. Ante la creciente emigración de los jíbaros, de la ruralía hacia San Juan, y en vista de su inhabilidad para acogerse a los mencionados programas, la clase pobre arrabalera continuó marginada del progreso material del país. No había más que eliminar una porción del arrabal para que, al día siguiente, se duplicara el número de chozas en él comprendidas.
Los residenciales, conocidos popularmente como "caseríos", continuaron como el principal programa de vivienda pública del país, destinado a familias de bajos ingresos y financiado casi en su totalidad con fondos federales, aunque administrado por la CRUV. La CRUV, que tenía la obligación de que todo puertorriqueño tuviese un hogar seguro, se entregó sin demora a la ingente tarea que suponía cumplir su propósito fundacional. Se decía que una institución como aquella debía servir al pueblo con humanidad y con caridad. Por ello, el gobernador Luis A. Ferré escogió para que la presidiera al profesor de ingeniería civil Miguel Santiago Meléndez. Al poco tiempo de ocupar su cargo, Santiago Meléndez anunció su intención de cambiar el concepto de "caserío", tan cargado de connotaciones peyorativas, por el de "urbanización de renta mínima" o "jardín residencial". Con la aprobación de la Ley Num. 134 de 13 de diciembre de 1994 se traspasó a favor de la Administración de Vivienda Pública “todo residencial público que forme parte del inventario de propiedades de la extinta CRUV". La Administración de Vivienda Pública continuó manejando los programas relacionados a estas propiedades según facultades conferidas en la Ley Núm. 66 de 17 de agosto de 1989”. En estos caseríos surgieron problemas de integración relacionados, en gran medida, con el diseño del espacio urbano y arquitectónico. Los edificios no se relacionaban entre sí, ni con la comunidad que los rodeaba. Las áreas de parques, disociadas de los edificios a los que debían servir, se convirtieron eventualmente en tierra de nadie. Para su extensión, los edificios resultaban demasiado uniformes, carentes de personalidad arquitectónica individual, extremadamente homogéneos. Por otro lado, una gran cantidad de vehículos externos transitaba por el interior del complejo. Todos estos factores contribuyeron a la falta de identificación de los residentes con su habitat y de vinculación con la comunidad exterior, lo que concretizó la idea en la comunidad general del residencial como un mundo aparte. Aportando al problema de desintegración comunal, muchos residentes de urbanizaciones privadas se oponían a vivir próximos a algún residencial público. Éste fue el caso de algunos de los vecinos de la urbanización Santa Teresita, que en 1953 vendieron sus propiedades y abandonaron la urbanización para no residir cerca del caserío Luis Lloréns
Torres.
Frente al pórtico de un nuevo siglo, el problema de
la vivienda continúa siendo de envergadura. Al analizar algunos de los
proyectos de vivienda más representativos y de mayor impacto —desde los
barrios obreros hasta los residenciales públicos- veremos que la meta de
arquitectos, planificadores y administradores no era tan simple como
proveer cajones donde el gobierno de turno pudiese alojar a las masas
indigentes. Al autoimponerse la tarea de ser los facilitadores del
avance social y económico de la clase obrera, el propósito resultó mucho
más complejo. Por estas razones, los planificadores y arquitectos de los
proyectos públicos de vivienda tuvieron la difícil tarea de diseñar
esquemas que no sólo fuesen salubres y duraderos, sino que también
proveyesen los elementos para un ambiente comunitario que influyera
positivamente dentro del anticipado cambio social y económico de sus
residentes.
Fuentes:
El tránsito hacia una sociedad industrial y urbana: la historia de |