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El Falansterio

No Me Pinten El Falansterio
Carmen L. Rivera
El Nuevo Día

Domingo, 9 de Enero de 2005

Me dijeron que alguien en su divina inteligencia sugirió que se pintara El Falansterio. Los edificios, esos que cuando raimundo y to’el mundo sube a San Juan por la Fernández Juncos en la vueltita dominical, ven y piensan que a los que los construyeron se les olvidó algo. Es que son edificios al estilo del arte deco mentao’, gemelos en diseño de algunos que aún están en la Avenida Ashford.

El Falansterio se mantiene en pie como fiel testigo de los primeros intentos del gobierno por proveer vivienda a los pobladores del barrio artesanal capitalino de Puerta de Tierra, los que vivían en casitas de madera montadas sobre las aguas de los mangles. Su construcción se terminó allá para la tercera década del siglo XX. Hoy los hijos de los hijos de los dueños originales ocupan los dos cuartos, la sala comedor, la cocina, el baño de cada apartamento y comparten el balcón con el vecino del frente.

Pero el avance del progreso, ese que se vive y se le pega a uno a los huesos, ha hecho que los ojos golositos del desarrollo se fijen de manera estulta sobre las paredes sin pintar de El Falansterio. Es que los caseríos, el Puerta de Tierra, el San Agustín y el San Antonio se remozan de cuando en vez y estrenan los colores que la administración de turno consigue en subastas. Hasta Las Acacias, antes de que tumbaran sus torres, exhibía colores y más colores en sus paredes.

Parece que algunos de los que han llegado, en época reciente, a vivir entre las gruesas paredes de concreto armado, piensan que tienen que parecerse a las moles del “gentrification” que se levantan en la zona marítimo terrestre a la entrada del islote de San Juan. Aquellos edificios suben, en desafío a la necesidad de vivienda que existe en pleno Santurce y niegan la razón que dio origen a El Falansterio. Pero los recién llegados vienen con los aires de homogeneidad que caracterizan a estas generaciones, “x”, “y” hasta “z”, que no conocieron a la vieja Puerta de Tierra.

Un día llegué al apartamento que la tía habitó por muchos años y al salir a tomar aire me enfrenté a la pintura grisácea, aplicada de mala manera, en las paredes del balcón del frente. Allí estaba, se hizo patente, lo que es no saber vivir en una edificación histórica. Este es un complejo que aparece en el Registro de Edificios Históricos y que debe estar resguardado por la Oficina de Preservación Histórica, la misma que, protegió del bitumul los adoquines de las calles del Viejo San Juan.

La preocupación aumentó cuando se levantaron voces de residentes de El Falansterio para pedir que las paredes se pintaran definitivamente. Tal vez, en sus divinas inteligencias pensaron que la firma de contratistas Prann, a principios del otro siglo, se le olvidó la pintura y ahora hay que remediar el error. O tal vez, es que para sentirse acorde a los cambios que desde el Puente del Agua hacia el Barrio de la Coal se llevan a cabo, necesitan que los arropen las combinaciones mediterráneas de las pinturas exteriores.

Todo esto tiene remedio. Hay que uniformar el entorno sanjuanero con capas de acrílicos, selladores y mangueras de presión. Propongo que de pintarse el concreto expuesto de El Falansterio también se bañen de pintura otras edificaciones que con ayuda de Sherwin Williams, Harris, Lanco, Glidden, Superior, se pondrían a la altura de los tiempos.

De amarillo pollito quiero El Morro; de azul celeste El Castillo de San Cristóbal; de verde “chatré” las murallas del Cementerio Santa Magdalena; de anaranjado todas las murallas. El túnel de la Puerta de San Juan lo quiero violeta para ayudar a la meditación; de rojo el Fortín del Cañuelo para que se vea a la distancia; de dorado la cúpula del Capitolio y de tonos de crema intenso con acabados de esponjas las columnas y las puertas.

El San Jerónimo, antes de que se caiga al mar, habría que pintarlo de tonos terracotas y franjas blancas. Para darle un toque más “in” al entorno del islote se debe crear una carta de colores para La Perla y multar a quien no la siga. Así se justificaría el pintar El Falansterio y ya nadie se extrañaría de ver edificios que nunca se han pintado.