Por Bibiana Hernández
Suárez
Puerta de Tierra contó desde principios del siglo pasado con entidades benéficas que fueron de enorme ayuda para sus habitantes. Entre ellas destacó mucho el Refugio de Niños Desamparados.
En 1905 los niños menos afortunados comenzaron a ser motivo de preocupación social, y en 1906 fue fundado el Refugio de Niños Desamparados. Ya en 1910 don Manuel Fernández Juncos, junto a un grupo de damas caritativas, se dan al mantenimiento de la obra. En 1924 se construye la nueva sede en Miramar. A principios de los años 60 se amplían las instalaciones y en 1970 se le cambia el nombre a Casa de Niños Manuel Fernández Juncos. A finales de los años 80 los frailes terciarios capuchinos implementan paulatinamente en el hogar su sistema psicopedagógico Amigoniano (nombrado en honor al fundador de la orden, Monseñor Luis Amigó). En el 2006 la Casa de Niños Manuel Fernández Juncos celebra el centenario de su fundación, y todavía continúa la obra.
Esta es la historia del Refugio de Niños, a grandes rasgos. Pero el motivo original y profundo de esta institución era rescatar a la niñez antes o después de que ingresara en la cárcel, ya que los niños y adolescentes delincuentes eran confinados con los adultos. No existía para ellos otra alternativa, y el resultado para sus vidas era mucho peor. Pero el Refugio se convirtió en hogar para aquellos jovencitos. No solamente acogía a muchachos descarriados o a punto de descarriarse en términos legales y/o sociales, sino también a niños abandonados, o sin padres, o cuyos familiares no podían encargarse de ellos.
Primeros niños que ingresaron y dieron motivo a la fundación del
asilo.
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A principios del siglo pasado, el ilustre asturiano don Manuel Fernández Juncos visitaba la cárcel para aconsejar y animar a los delincuentes infantiles y juveniles que en ella se encontraban, ya que le causaba gran pesar ver a esas criaturas encarceladas, recibiendo maltratos y viendo malos ejemplos por parte de los presos adultos, sin orientación, sin trato adecuado, sin oportunidad de educarse ni reincorporarse
a la sociedad. Fue entonces cuando don Manuel buscó apoyo en entidades cívicas y personas pudientes, y muchos se interesaron y lo ayudaron en su propósito. El día 20 de enero de 1906 inauguraron el Refugio de Niños Desamparados. La primera ubicación del Refugio fue en nuestro barrio, en el terreno donde posteriormente se edificó la Escuela de Medicina Tropical.
La primera Junta Directiva del Refugio, electa en la mencionada sesión inaugural, fue constituida por nada menos que el Doctor Cayetano Coll y Toste, el Sr. Manuel Sánchez Moraes, el Doctor José Lugo Viñas, el Licenciado Ramón Falcón, el Doctor José Gómez Brioso, el Licenciado Fidel Guillermety, y el Sr. Rafael Schettlni Palma, junto con el Alcalde, el Juez Municipal y el Jefe de la Policía Insular de aquellos años. Actualmente en Puerta de Tierra, entre las Avenidas Constitución y Muñoz Rivera, se encuentra la Calle Lugo Viñas, entre el restaurante El Hamburger y la Casa Cuna, y pocas personas saben que fue nombrada en honor al mencionado Doctor José Lugo Viñas, uno de los fundadores de tan necesaria e importante institución.
El Refugio enfrentó la indiferencia y tacañería tanto por parte del gobierno como de la ciudadanía durante sus primeros años, pero don Manuel continuó con su obra, recibiendo el apoyo de una Junta de Damas independiente del Refugio, que intervenía a favor de los niños sentenciados en la Corte, alguno hasta por siete años, y proponía que fueran trasladados a reformatorios en Estados Unidos.
Cuando la Junta de Damas comenzó a colaborar con el Refugio, no solamente se continuó la labor de encaminar a “posibles pequeños delincuentes”, sino también defender legalmente y acoger a muchachos atropellados como seres humanos, explotados o maltratados. La Junta de Directores y la de Damas querían incorporar la entidad para darle personalidad jurídica y defender mejor a los chicos, pero en esos tiempos no existían legalmente las asociaciones sin fines de lucro como hoy en día. Poco a poco el Refugio fue decayendo, ya que los directores y las Damas, o se fueron de Puerto Rico, o fallecieron, o fueron perdiendo el ánimo.
En 1924, don Manuel, siempre en pie de lucha, intentó reorganizar el Refugio, y lo fortaleció y engrandeció junto a su hija, Amparo Fernández Náter, las señoras Grace de Lugo Viñas, Carmen Hernández de Hatch, Carmen Más de Álamo, y su antiguo colaborador, doctor José Gómez Brioso. Ellos, unidos a don Emilio del Toro, don Teodoro Aguilar, doña Isabel Andréu de Aguilar, doña Luisa B. de la Haba, doña María M. de Colom, doña Rosa González de Toledo, la señorita Beatriz Lasalle, el Doctor William F. Lippitt, don Luis Muñoz Morales, el Doctor Pedro del Valle Atiles, la Doctora Palmira Gatell, y el hijo de don Manuel, el Doctor Manuel Fernández Náter, crearon un nuevo programa para atender a los chicos del Refugio en cuanto a su salud, buenos hábitos de higiene y valores éticos.
Por medio del apoyo financiero mensual de varios ciudadanos prominentes, y la ayuda del alcalde, Doctor Francisco del Valle Atiles y su esposa, del joven abogado Bonifacio Sánchez, del Comisionado de Educación, Doctor Dexter, y del Profesor Ramón Rodríguez González, el Refugio ofrecía a sus acogidos estudios, materiales, trabajo, orden, valores morales, recreación, higiene, alimentación, vestimenta y calzado. El Comisionado proveyó una escuela y el Profesor impartía clases y dirigía los trabajos de la huerta.
Foto: Puerto Rico Ilustrado 1910.
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Los superintendentes eran Rogelio González y su esposa, la directora del Refugio. El ambiente era uno de paz y armonía. Los niños estaban bien vestidos, con sus uñas y cabellos limpios, y se comportaban con atención, respeto y cortesía. Tenían como mascota a un perrito.
La instrucción que recibían los niños se podía comparar con la de cualquier escuela privada. Cuando terminaban el octavo grado, el Refugio les permitía a los jóvenes trabajar en fábricas y talleres, entre otros, ganándose el pan mientras les gestionaban su nueva ubicación con familiares u otras personas, para así poder acoger a nuevos niños. También se les permitía practicar como aprendices en los lugares donde irían a trabajar, si se les requería. Algunos jóvenes proseguían estudios superiores y universitarios. Pero el Refugio mantenía comunicación con los egresados hasta que llegaban a ser adultos. Así se cumplía el objetivo educativo del Refugio, creando ciudadanos honrados y trabajadores. Chicos a quienes muchos consideraban oprobio social, resultaron ser muchachos obedientes, estudiosos y con ganas de progresar, gracias a una mano que los guió, una casa que los amparó, y un maestro que les enseñó.
Los muchachos recibían atención médica por medio de una enfermera de la Unidad de Salud Pública, conocida hoy como dispensario o centro de diagnóstico y tratamiento (CDT). La enfermera era designada por el Departamento de Sanidad por dos meses y la P. R. E. R. A. (Puerto Rican Emergency Relief Administration) cubría el gasto. También los niños eran llevados a la clínica dental de la escuela Luchetti del Condado para que el dentista escolar los atendiera. Y como casi todos tenían padres o familiares, vivos o fenecidos, con tuberculosis, eran llevados a realizarse radiografías. El Refugio sufrió dos epidemias de influenza y tifus en un año, al estar ubicado cerca de un sector del barrio que fue atacado primero. Hubo vacunaciones y hospitalizaciones pero se pudo controlar el contagio.
Foto: Puerto Rico Ilustrado, 1910
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En el Refugio se celebraban almuerzos y actividades en Año Nuevo, Día de Reyes, Día de las Madres, Acción de Gracias y Pascua de Resurrección. También los chicos eran llevados al cine, a la Liga de Pelota del Escambrón, al Teatro Municipal, a la playa, al parque Muñoz Rivera, al Morro, a Río Piedras, y a veces paseaban en una guagua de la White Star Line. Entre las personas o grupos que facilitaban estas actividades totalmente gratis para los niños, se encontraban el Casino Español, el Club Rotario, Ramón Fernández Náter, Rogelio González, y Víctor Braegger y su esposa.
Entre varios reportajes realizados sobre el Refugio en su época, un periodista del diario El Mundo indicó que los muchachos del Refugio tenían lo que a muchos les faltaba, atención inteligente y cuidadosa. Y en la revista Puerto Rico Ilustrado del 3 de abril de 1910, se indica que "El amor al niño desgraciado tiene hoy en Puerto Rico su más generosa y científica forma en el Refugio, institución fundada a fines del año anterior por la caridad particular, con el auxilio del Concejo Municipal de San Juan. Tiene por objeto esta institución recoger los niños huérfanos o abandonados, ya delincuentes o en peligro de delinquir, y curarlos, vestirlos, alimentarlos, moralizarlos e instruirlos, preparándolos, en fin, para la vida de la honradez y del trabajo.”
En 1925, el Alcalde don Roberto H. Todd y el Municipio de San Juan cedieron al Refugio de Niños Desamparados el solar de 2,000 metros que actualmente ocupa la institución en el sector sur de Miramar.
En 1970 se le cambia el nombre a Casa de Niños Manuel Fernández Juncos.
Pero el Refugio siempre será otro motivo de orgullo para nuestro barrio, como parte de las entidades de labor social que comenzaron en Puerta de Tierra, donde comenzó todo el progreso del país.
Ref.
- Refugio de Niños Desamparados, Puerto Rico Ilustrado, 3 de abril de 1910
P.4
- El Refugio de Niños Desamparados. Labor de Cultura, Puerto Rico Ilustrado, enero 1916
- La Primera Piedra del Refugio de Niños, El Mundo, miércoles 30 de septiembre de 1925
P.7
- Los angelitos del Refugio, El Mundo Martes, octubre 6, 1931.
P.5
- Noble Corazón de Fernández Juncos. Fue lo Que Dió Vida a Refugio Niños, El Mundo, Domingo 4 de septiembre del 1949.
P.10
- Nuestra Historia, Casa de Niños Manuel Fernández Juncos, https://www.casadeninosmfj.org/
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