EI Presidente del Ateneo Portorriqueño, licenciado Emilio S. Belava, nos ha entregado para su publicación las siguientes declaraciones:
"La sagrada memoria del ilustre procer José de Diego se ha tomado de pretexto para perpetrar en los salones del Ateneo Portorriqueño la más abierta violación a los reglamentos de la casa, asi como al reglamento interno de la Junta de Gobierno en cuanto a la concesión á los salones se refiere, y celebrar allí, en vez de la velada solemne, el culto al patriota fenecido, una reunión política, que dentro de la alta política del Ateneo representa una violenta infracción de la ética de la institución.
Como es necesario que el país conozca hasta la saciedad los detalles de tan doloroso hecho, me voy a permitir hacer un poco de historia en cuanto a la organización de dicho acto.
En la última reunión celebrada por la Junta de Gobierno del Ateneo, el Presidente de la Sección de Historia de Puerto Rico, licenciado Vicente Géigel Polanco, anunció que entre las actividades que se proponía desarrollar, la sección de Historia de Puerto Rico, durante el presente año estaba celebrar la conmemoración de los aniversarios de portorriqueños ilustres,como se había hecho en años anteriores, aprobando la Junta de Gobierno tales celebraciones.
De acuerdo con el Reglamento del Ateneo Portorriqueño la organización de tales actos después de aprobados por la Junta de Gobierno, se deja exclusivamente a la presidencia de la Sección correspondiente y al presidente del Ateneo.
El lunes 12 de marzo de 1937 fuí informado por teléfono por el pressidente de la Sección de Literatura licenciado Samuel R. Quiñones que su sección, conjuntamente con la del licenciado Vicente Géigel Polanco, habían decidido celebrar una velada el viernes 16 de abril de 1937 en homenaje a José de Diego, cuyo aniversario correspondía a dicha fecha, solicitando firmara unas cartas que me habían enviado dirigidas a la doctora Concha Meléndez, al licenciado José Ramírez Santibáñez y a don Luis Muñoz Marín invitándoles a participar en dicho acto. Fui informado que dichas cartas estaban en el Ateneo esperando mi firma únicamente para ser enviadas. Parece que dichas cartas cuando llegaron al Ateneo fueron enviadas por el administrador del Ateneo a mi oficina de abogado en el Edificio Belaval, y pude firmarlas el lunes de cinco a siete de la noche que son las horas que le dedico al Ateneo. Al otro día, al Ilegar a mi oficina me informó mi secretaria que habían llegado a última hora esa tarde, despues de haber salido yo de la oficina. Firmé dichas cartas bien temprano el martess y las envié con el consrje del Ateneo al licenciado Samuel R. Quiñones, iniciador de dicho homenaje.
Cuando el licenciado Samuel R. Quiñones me llamó por teléfono la única objeción que yo puse a la celebración del acto era que dicha lecha estaba cedida a la sección de Bellas Artes para una conferencia de la señora Elisa Tavárez sobre Beethoven, pero el licenciado Samuel R. Quiñones me informó que había suplicado a la licenciada Nilita Vientos Gastón, presidenta de la Sección de Bellas Artes, que le cediera dicha fecha, comprometiéndose ésta, a obtener el consentimiento de la señora Tavárez para posponer su conferencia hasta el martes 20, 1937.
Yo confieso públicamente que me despreocupé en absoluto de la organización de dicha velada, durante los dos o tres días siguientes. El miércoles por la tarde asistí desde las cuatro hasta las seis y media a una reunión del Comité de Damas de la semana Pro Ateneo; por la noche estuve hasta las once de la noche ensayando en el Casino de Puerto Rico. El jueves por la tarde me pasé dirigiendo cartas a los intelectuales de Puerto Rico solicitando opiniones para publicarlas durante la semana del Ateneo; por la noche tuve que volver a ensayar al Casino y no pude ni siquiera asistir a la conferencia de don José González Ginorio en la cual tenia un profundo interés. Como cuestión de hecho las secciones del Ateneo gozan de verdadera autonomía en la organización de estos actos y la intervención del presidente es únicamente para fines de unificar todo el programa de actividades.
Cuando se anunciaron las medidas restrictivas de orden público que el Gobierno de Puerto Rico creyó a bien decretar sobre la represión de algunas manifestaciones públicas, algunos señores se me acercaron mostrándome una tarjeta impresa donde aparecíamos los licenciados Samuel R. Quiñones, como presidente de la Sección de Literatura, Vicente Géigel Polanco como presidente de Ia Sección de Historia de Puerto Rico y yo, como presidente del Ateneo invitando a una velada en homenaje a José de Dieco en la cual hablaría don Luis Muñoz Marín sobre el tema: "José de Diego y el Balance Colonial", sugiriéndome que tal vez fuera una medida prudente suspender la velada para que no se interpretara como un reto del Ateneo a las medidas de orden público.
Yo le contesté francamente a estos señores que el Ateneo Portorriqueño era una institución que por su índole cultural estaba fuera de toda medida de orden público y que su autonomía estaba garantizada por la seriedad de los hombres que integraban su Junta de Gobierno. Que Luis Muñoz Marín, autor de "Three Cases of Americanism", capaz de granjearle el respeto intelectual de cualquier ateneista, no se merecía el ultraje de mi parte de dudar de su capacidad para saber distinguir entre la tribuna de un Ateneo y una tribuna partidista y que yo, como presidente del Ateneo, no estaba dispuesto a tolerar que un homenaje a José de Diego, no se pudiera celebrar en el Ateneo, por ser atentatorio al orden público. Se me advirtió incluso que podría haber un raid de la Policía y yo contesté que en ese caso mandaría a cubrir de crespones los retratos de nuestra galería de portorriqueños Ilustres y que pediría ante las sociedades culturales del mundo una explicación del Presidente de los Estados Unidos.
La noche del jueves, supliqué a don Jorge Font Saldaña, miembro de la Junta de Gobierno del Ateneo y amigo íntimo de don Luis Muñoz Marín, que se viera conmigo en el ensayo del Club Artístico para que me aconsejara en cuanto a prevenir a don Luis Muñoz Marín sobre los comentarios que circulaban por la ciudad sobre la velada y suplicarle prudencia de su parte por el prestido del Ateneo y éste me contestó francamente que Luis Muñoz Marín era un hombre de suficiente altura para que fuera necesario que nosotros nos preocupáramos por su actitud esa noche. Tal era mi convencimiento personal del asunto, y francamente tengo que aceptar, que por los principios de tribuna libre que sustenta el Ateneo, por el aprecio intelectual que me merecía Luis Muñoz Marín, por la misma atmósfera viciada que los últimos acontecimientos han creado en Puerto Rico, donde están surgiendo pro-americanos que nadie conocía, independentistas de tertulia de café que nunca se habían manifestado y desempleados enarbolando el patriotismo más beligerante contra aquellos a quienes sirvieron, por la dignidad del Ateneo mismo, a mi me repugnaba profundamente la idea de prevenir a don Luis Muñoz Marin y suplicarle prudencia en beneficio del Ateneo ante cualquier exaltado del público.
La noche, de esta conferencia por estar comprometido con el Club Artístico de Puerto Rico, uno de los colaboradores más eficaces que tendrá el Ateneo Portorriqueño du rante el presente año, me fué imposible, asistir aI homenaje de José de Diego en el Ateneo Portorriqueño y con el objeto de que mi ausencia en dicho acto no se tomara como un pretexto baladí o como una jaibería para evitar responsabilidades le dirigí al señor don Luis Muñoz Marín, desde el Casino de Puerto Rico, una carta autógrafa donde excusaba mi ausencia y le suplicaba que se sintiera nuestro huésped esa noche, lamentando así mismo no poder asistir a una conferencia que por la altura del conferenciante y por la convicción honrada que siempre había reconocido en sus ideas consideraba fuera de toda politiquería burda como otras tantas actividades de Ios últimos tiempos que estaban acabando con nuestras fuerzas espirituales.
Cuando al llegar a mi oficina el próximo día empezaron las llamadas de protesta de algunas damas del Comité de Damas del Ateneo, de algunos socios y de algunas entidades que nos habían ofrecido su cooperación para este acto, antes de tomar ninguna resolución me puse a registrarme inexorablemente la conciencia para deplorar mi responsabilidad personal en este asunto y antes de asistir a la Junta de Gobierno me había condenado a mi mismo como uno de los responsables de lo sucedido la última noche en el Ateneo Portorriqueño.
Como soy independentista, tal vez fuera esta situación la responsable de que como presidente del Ateno Portorriqueño no midiera cabalmente la posible conjura que dicho acto representaba para celebrar manifestaciones de protesta y desagrado y a mi juicio al momento de condenarme, creí que había sido inútil provocación contra las autoridades de Puerto Rico y una abierta transgresión contra la ética del Ateneo.
Convoqué inmediatamente la Junta de Gobierno para celebrar a las tres de la tarde y con el objeto de fijar mi actitud definitiva ante el problema invité a almorzar a mi distinguido amigo Jorge Font Saldaña, para que éste me hiciera el relato exacto de lo ocurrido y tener yo además de la versión de los alarmistas del bando contrario, la explicación de los mantenedores de dicha actitud. Jorge Font Saldaña fue lo suficientemente honrado conmigo para informarme en detalle toda la situación sin tapujos ni componendas y aunque su criterio objetaba la parte puramente estética del acto y admitía la posible violación del reglamento consideraba esta cuestión adjetiva en relación con el grave y trascendental asunto planteado por el señor Muñoz Marín ante el público que asistió al homenaje.
En cuanto llegué al Ateneo a la reunión de la Junta de Gobierno iba plenamente convencido,a base de las distintas informaciones recibidas, de que los responsables de las actuaciones de esa noche éramos tres personas: yo como presidente del Ateneo; Samuel R. Quiñones como iniciador del acto y como uno de los oradores de la noche y Vicente Géigel Polanco como co-organizador del acto y como uno de los oradores de la noche.
Empecé mi informe a la Junta de Gobierno solicitando la destitución de los tres no sólo como una cuestión de disciplina sino por haber comprometido seriamente los tres la ética y la vida misma de la institución. A mi juicio fué una debilidad de mi parte haberme dejado engañar por Samuel R. Quiñones que a pesar de ser el anterior Presidente del Ateneo, incluso firme mantenedor de la política que hoy yo trato de sustentar y de haber sostenido al margen de la lucha al Ateneo cuando el enrarcelamiento de don Pedro Albizu y los otros portorriqueños, cuando el asesinato de Rosado y Beauchamp y otros momentos críticos en cuanto a exaltación pública se refiere, en aquella noche se olvidó de su responsabilidad como anterior presidente, como ateneísta, para lograr caudal político con un nombre que para él debe ser sagrado en beneficio de él y de los señores que componen su grupo político; y por haberme dejado entrañar de Vicente Géigel Polanco que fue uno de los votantes del reglamento en cuanto a concesión de salones, habiendo manifestado que ayudaba a la dignidad del Ateneo Portorriqueño y que conjuntamente, con don Samuel R. Quiñones fue el que se opuso a que el Ateneo enviara una declaración en pro de la Independencia portorriqueña a la Conferencia Panamericana de la Habana cuando lo solicitó un grupo de portorriqueños por entender ellos que estaba fuera de la índole de la institución.
La discusión en la última Junta de Gobierno del Ateneo fue una discusión fuerte, acalorada, y yo confieso que durante toda ella, por sentirme culpable, tal vez por complacencia ideológica, del acto, fuí inflexible con los señores Samuel R. Quiñones y Vicente Géigel Polanco. Llegó un momento en que todos estuvieron conformes en enviar una declaración más suave a los periódicos firmada por unanimidad, ya que Ias objeciones de Jorge Font Saldaña y de Cesar A. Toro, no eran más que objeciones en cuanto a la redacción de la Resolución. Incluso los señores Vicente Géigel Polanco y Samuel R. Quiñones estaban conformes en condenarse a sí mismos por una declaración que a mi juicio, era bastante floja y lo único que hacía era evadir una cuestión de principio para salvar Ia responsabilidad de los tres culpables de la situación. Yo invité a los señores Samuel R. Quiñones y Vicente Géigel Polanco a que se abstuvieran conmigo de la discusión y votación del asunto y contestaron que no.
Hoy por medo de estas líneas los invito nuevamente ante la opinión pública de Puerto Rico a que renunciemos los tres para que el Ateneo de Puerto Rico en el futuro vuelva a gozar de la dignidad de ser una casa de ideas y no un grupo político y estoy dispuesto a enviar conjuntamente con ellos, mi renuncia como presidente del Ateneo tan pronto ellos asi lo decidan, para salvar el prestigio de la Institución.
La ética del Ateneo Portorriqueño se ha puesto malamente en entredicho. A mi juicio Samuel R Quiñones y Vicente Géigel Polanco han hecho un uso indebido de su representación oficial para fines de propaganda partidista y don Luis Muñoz Marín abusó de la hospitaIidad que le brindó el Ateneo en una noche que hubiera representado para eI Ateneo una alta victoria moral, incluso por haber participado en dicho acto el propio don Luis Muñoz Marín.
Que esto es fatal para nuestra institución es obvio. ¿Con qué autoridad moral puede hoy presentarse el Ateneo Portorriqueño para dar la campana por el idioma castellano que es un problema vital para los portorriqueños y no un issue político? ¿Después de la ultima resolución de la Junta de Gobierno quien le quita a los independentistas de Puerto Rico la idea de que los hombres que constituyen esta Junta de Gobierno se han doblegado ante la razón de las bayonetas?
Samuel R. Quiñones y Vicente Géigel Polanco son responsables del crimen histórico de haber querido comprometer el Ateneo Portorriqueño a la causa de su grupo, el cual en mejoras ocasiones y con plena ética pudieron haberlo hecho cuando tal vez no era conveniente para los intereses de su grupo que el Ateneo lo hiciera. Mi actitud en este asunto queda en pie: considero abusiva la actitud de los señores Samuel R. Quiñones y Vicente Géigel Polanco, me hago a mí mismo y a dichos señores responsables del cisma más difícil de remediar que han abierto en la vida ateneísta y vuelvo á invitar públicamente a los señores Vicente Géigel Polanco y Samuel R. Quiñones, que tanto amor dicen tener por la institución, a que renuncien conmigo para salvar el prestigio y la dignidad del Ateneo, tanto ante la opinión de Puerto Rico en general como ante la opinión de los independentistas en particular."
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