Por Emilio E. Huyke
HACE unos días nuestro subdirector, don Pablo Vargas Badillo, se acercó a mi escritorio y puso unas fotografías en mis manos.
—Hágase un reportaje sobre esto, —me dijo, Y se fué.
Las fotografías son las que ilustran esta página. Yo estuve a punto de escribir un largo y enjundioso artículo sobre el contraste definitivo de las modas del pasado con las del
presente en cuanto a vestimenta femenil y masculina se refiere, hasta que, como medida de precaución, se me ocurrió preguntarle al propio señor Badillo de qué trataban las
fotografías. Por él he sabido que son vistas de las distintas Ferias Insulares celebradas en Puerto Rico, la primera de las cuales se celebró hace la friolera de veintinueve años.
Como cuando se celebró la primera feria yo no había nacido, y como cuando se celebró tampoco era periodista, no guardo recuerdo alguno sobre ellas. Recuerdo, si,
únicamente, una celebrada en el Parque de La Ocho, a beneficio de la Cruz Roja, a donde concurrí llevado de la mano de mi padre, empeñado en tomarme un refresco o
comerme un dulce de leche. Y lo que recuerdo son dos cosas. La primera, "un ciempiés" dentro de una botella llena de un liquido amarillento, y un señor bigotudo que se dejaba
pasar las ruedas de un automóvil por sobre unas tablas colocadas sobre el pecho.
Y también de esa feria guardé recuerdos ingratos, que se resumen en una serie de objetos e incidentes que dan una idea global de lo ocurrido: el afán de imitación, la
inexperiencia infantil, un automóvil de juguete, una tabla con una tachuela y una herida "en plena piel del estómago" con la consiguiente renunciación a imitar al señor bigotudo.
De los libros de historia
Los que "recuerdan", nos informan que la primera feria se celebró allá por el año 1908, en el sitio donde posteriormente fue establecido el Hipódromo de Santurce, y donde hoy
está establecida la Urbanización Hipódromo, entre las paradas 20 y 22. Esta fue la primera gran Feria Insular, celebrada de acuerdo con una ley de nuestra Cámara de
Delegados, que disponía su celebración y asignaba fondos para facilitarla.
La segunda, celebrada en el parque de la parada ocho, donde hoy está situado el Parque Muñoz Rivera, lo fue en el año 1911.
Y la tercera, y última gran Feria Insular, fué celebrada en el año 1913, en el mismo Parque de la parada ocho.
Los gobernadores Regis II, Post y Geroge R. Colton, fueron entusistas favorecedores de las Ferias Insulares, a las que prestaron toda la cooperación a su alcance, como
ejecutivos de las ferias, fué celebrado en la segunda gran Feria Insular, en el año 1911, en el Parque de la parada ocho. En ella, el 23 de febrero de 1911, se elevó desde unos
terrenos preparados al efecto, el 'enorme" dirigible '"Strotbsl", que después de dar una corta vuelta sobre la ciudad, volvió a aterrizar en los terrenos de la feria.
El "enorme dirigible Strotbel al decir de personas que serenamente nos han hecho la revelación, parecía un "tabaco" que volaba, media alrededor de doce pies de largo y era
propulsado por un pequeño motor que hacia girar una hélice colocada en la parte trasera del aparato. El arriesgado piloto que lo tripulaba, no iba dentro de cabina alguna, sino
que "cabalgaba" sobre una tabla lisa que pendía del "tabaco" inflado de gas, haciendo elevarse o descender el aparato, ya sentándose más adelante en su incómoda silla, o
echándose más hacia atrás. Para que el aparato caminara rectamente tenía que conservar buen balance sobre el asiento.
Los espectáculos
Para las primeras tres grandes Ferias Insulares, se importaron a la isla novedosos espectáculos que llamaron la atención grandemente de nuestro público. Especialmente unas
fieras que todo lo qua hacían era gruñir y manotear pesadamente con sus garras contra los barrotes de las jaulas, y a las que por ver, el público pagaba hasta cincuenta
centavos por persona.
De las fotografías que acompañan este reportaje, tomamos los nombres de algunos de los actos ofrecidos:— "Darling's Show", bailarinas; "Panteras, Leopardos y Jaguares",
fieras salvajes; y los acostumbrados actos de "El hombre que come fuego", "El hombre más fuerte del mundo", ''El hombre que traga espadas" y todos los otros hombres que
hacen maravillas para actos de esta naturaleza...
Nos cuenta un veterano, que un empresario trajo a la isla para la gran Feria Insular de 1913, un hombre fuerte, que rompía cadenas y levantaba grandes pesos, amén de que por
su aspecto forzudo aparentaba, aunque no lo hiciera, ser capaz de levantar a cuanto edificio hubiera en el campo de la feria, en hombros.
El empresario se empeñó en anunciarlo en una forma que costó trabajo convencerlo que no lo hiciera. Quería decir así:— "El hombre más fuerte del mundo. Más fuerte que el
del 1911...
La locuacidad de un señor
La necesidad de completar el reportaje, que resulta interesante por el hecho de que se detalla una serie de actos que tuvo inusitado esplendor y que constituyó en los años de
1908 al 1911, una de las principales actividades de la isla, nos hizo acudir a donde varias personas, las que nos suministraron algunos de los datos que hemos ido dando a
conocer. La parte histórica nos fué suministrada por don Conrado Asenjo y don Carmelo Martínez Acosta. Pero para los otros detalles, nos dirigimos, siguiendo consejos de un
amigo enterado de nuestra honda preocupación, a un venerable anciano de Santurce, que de todo tenia, menos de locuaz. He aquí en síntesis, nuestra entrevista:
- ¿Nos podría usted relatar para El Mundo, algunos detalles pintorescos de las ferias celebradas allá para los años 1908 al 1911?
—Si. Pregunte.
—¿Es verdad que estas ferias tenían tanto interés en la isla que los pueblos se desbordaban en la capital, y que las más distinguidas familias se mezclaban con el pueblo
presenciando los espectáculos que se presentaban?
—Si.
—¿ Es cierto que el mayor orgullo de un fabrícante o un importador en la isla era que sus productos merecieran un premio en la feria?
—Seguro.
—Y, ¿es cierto que el gentío se arremolinaba ante los cartelones que anunciaban los espectáculos y pagaban precios exhorbitantes por ver una sencilla exhibición de algo, y que
el dinero corría como río caudaloso por todas las dependencías de la feria?
—¡Anjá!
—Y. ,¿es cierto que la mayoría de los espectáculos eran traídos a la isla del continente, y que muchos de los artistas, magos, bailarinas y acróbatas presentados en la isla luego
triunfaron plenamente en el ejercicio de su profesión en el extranjero?
—Sí señor.
—Y, por último, ¿es cierto que cuando se celebraba una feria el refrán más popular era el de "Portorriqueño que no va a la feria es caballo que no come pasto"?
—Absolutamente.
Y hasta aquí nuestra conversación con nuestro ¿locuaz?, interlocutor...
La importancia de la feria
La gran feria insular tenia una destacada influencia en la vida de nuestro pueblo. Los fabricantes e industriales se esmeraban en la preparación de sus productos, esperanzados
en obtener un reconocimiento público en la gran feria, que equivalía, a vender "quintales y quintales".
Los espectáculos novedosos, teatrales y de circo, presentados en las ferias, atraían a San Juan a los miles de habitantes del interior de la isla, y artistas y promotores obtenían
pingües ganancias.
El dinero circulaba, el pueblo se divertía y el comercio y la industria recibían por mediación del gran espectáculo, un impulso decisivo.
Sabemos del interés que tienen muchos ciudadanos, de renovar esos actos, con todo el mágico esplendor de los primeros años del siglo que viene viviendo Puerto Rico...
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