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Domingo 28 de mayo de 1939 P.9


Refugio de niñez desvalida es el Hogar Infantil de San Juan

Por ANGELA NEGRON MUÑOZ

 

Marcelina Fernández Náter, la figura más destacada en la obra.

Es la que visito hoy, una institución primaria en la escala de instituciones creadas para el niño indigente. Sin este primer peldaño no podrían los niños huérfanos, abandonados y en la indigencia, que son tantos, entre nosotros, llegar a la escuela, ni mucho menos a otros sitios posteriores.

Por iniciativa privada, cooperación de una parte de los ciudadanos de la Isla y, sobre todo, por la dedicación nobilísima a esta obra de Marcolina de Fernández Náter, levantóse el edificio, con un coste de doce mil dólares. La labor que lleva a cabo, desde hace varios años, es de todos conocida. Mientras la madre obrera gana, tantas veces, el sustento, de sus hijos mayores y el suyo propio, el Hogar Infantil cuida de su pequeño vástago, el más desdichado de todos, porque es el menos capaz de valerse. Y ahi están felices, científicamente cuidados y amorosamente guiados los Infantes más pobres de la comunidad.
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El hogar está expuesto a tener que cerrar sus puertas.

¿Cuántos niños hay actualmente en el Hogar Infantil? Muy pocos. Casi ninguno si comparamos la cantidad que recibe los beneficios del Hogar con la que está fuera careciendo de alimento, de sombra protectora, de las manos y el pensamiento inteligentes que necesita el niño desde los primeros años de su vida. Cincuenta y dos criaturas atiende hoy este Hogar Infantil. Antes era mayor el número, disminuido en la actualidad por falta de recursos económicos. Y, sépalo el lector, en seguida: sobre esta casa, cuna de tanto niño inocente, ciérnense las alas de un ave fatídica amenazando segarla. Los ingresos del Hogar no cubren sus gastos...!

Antes de ver los niños en los diferentes sitios en que se encuentran, en este recinto hermoso, descansando unos, jugando los más, tomando leche los más débiles, cantando y meciéndose en los columpios los más grandes, hablo, en la sala de recibo, modesta, pero llena de luz y de color, con Ia madre de corazón inmenso que ha echado sobre sus hombros la responsabilidad de esta preciosa familia en la cual ninguno de sus miembros pasa de seis años.

La señora Fernández Náter me cuenta sus inquietudes, sus luchas, sus triunfos al final de todos sus afanes, por sostener este Hogar, y, dulcemente, armoniosamente, van cayendo sus palabras en la mañana clara con el perfume de los lirios que se abren en el jardín. —Otras veces hemos tenido más niños, pero ahora sólo podemos sostener los cincuenta y dos que verás dentro de poco. Hay veinticuatro varoncitos, veintiuna niñitas y siete infantes. Se reciben desde la edad de dos meses y salen a los seis años. Como esta edad es propia para empezar en los Jardines de la Infancia, la directora del Hogar, que es profesora, especializada en la enseñanza de niños pequeños, les enseña como tú sabes, jugando, lo que primero aprenden los niños en las escuelas públicas. Doña Sara Gaetán, que se derrama sobre todas las necesidades de los niños, y de las instituciones que los benefician nos ayuda a pagar la profesora de los fondos escolares. Nos envía todos los meses venticinco dólares.

En San Juan debería existir un Hogar Infantil en cada barrio. El hijo de la obrera lo pide a gritos. 

—No nos podemos quejar —continúa la señora Fernández Nater— de la cooperación del público, pero siempre tenemos déficit. Ahora mismo, el Té que preparamos en el Hotel Condado lo ideamos buscando una fórmula salvadora para seguir sosteniendo el Hogar. Seria una lástima que tuviéramos que cerrarlo, después de tantos sacrificios para levantarlo y sostenerlo hasta aquí. Las criaturitas que aquí atendemos son las más pobres que puedes imaginarte. Hasta de La Perla vienen a traerlas y muchas veces, a pie, porque no tienen para pagar el vehículo que las conduzca hasta aquí. No un hogar debe haber en San Juan. Aquí necesítase un Hogar en cada barrio, y con cabida cinco o seis veces mayor que la del nuestro. La orfandad de esos niñitos recien nacidos que la madre pobrísima tiene que dejar antas veces solos en una casa desmantelada, es algo que aprieta el corazón a cualquier persona que píense un poco en ello.

—La obrera, por otra parte, pensando en su hijo, abandonado, lejos de ella, expuesto a tantos peligros y a la angustia del hambre, no puede realizar buen trabajo. Los niños crecen (los que viven, que una buena parte muere asesinada por el abandono) débiles, enfermizos, tristes, encogidos, y van a nutrir, más tarde, las filas de los inútiles, carga del Estado y rémora del progreso. El Hogar Infantil es la primera piedra en el edificio social de un pueblo, y no se diga en su reconstrucción.—

La cuota de la Comisión Hípica será rebajada este año. 


—¿Cómo se sostiene el Hogar?— pregunto.

—Por concepto de socios tenemos cincuenta dólares mensuales. Si tuviésemos otros cincuenta socios de a dólar, cada uno, la entrada de cien dólares nos permitiría sostenerlo sin la angustia del presente y, sobre todo, sin la inseguridad del presente. La Comisión Hípica envía al Hogar anualmente una cantidad. El año pasado envió $225. 00 , pero este año no podrá dar lo mismo. Ya nos lo escribieron, que rebajarían la cifra. Nos han anticipado dinero cuando hemos tenido un apuro, pero ahora, antes de organizar el Té del Condado, nos dirigimos a ellos sin resultado satisfactorio. Parece que los hipódromos están mal. Hemos hecho economías para ir sorteando estas dificultades: suprimimos dos empleados, aunque eran muy necesarios. Y ¡esto si que es doloroso! suprimimos diez plazas, diez niñitos que estarán padeciendo afuera y podrían estar aquí, bien atendidos, si tuviéramos una entrada mayor. 

He pensado que si la Junta de Comisionados de la Capital, al hacer el nuevo presupuesto, asignara al Hogar una cantidad mensual, nos sería de una gran ayuda. Yo lo que quiero es asegurarle la vida al Hogar Infantil con entradas fijas y seguras, porque temo que el día que nos enfermemos o nos muramos los que realizamos las actividades que tanto trabajo cuestan, para obtener fondos, el Hogar se caiga. Es imposible sostenerlo con la entrada tan pequeña que tiene, por concepto de socios. ¡Únicamente cincuenta dólares!

—A mi no me parece difícil intentar una nueva campaña de socios— digo a la señora Fernández Náter.

—A mí tampoco, por medio de la Prensa, que tan bien se ha portado siempre con el Hogar, de la radio, ¿no te parece? inquiere ella.

—SI, por todos los medios. Yo creo que nuestros paisanos, cuando sepan que su cooperación mínima, va a formar un total apreciable para mantener viva una obra como la que realiza este Hogar, no permanecerán indiferentes.

La directora del Hogar Infantil es una gran pedagoga.—Tres ángeles de Murillo. 


La Directora, señora Delia Villanova de Ríos, viene acompañada de tres niñitos muy lindos. Sabe que me atraen los niños, pero acaso no sabe cómo me seducen los que parecen ángeles de Murillo. La señora Fernández Náter toma uno en sus brazos y le acaricia la cabeza con sus dos manos bellas. Yo pienso, ahora, como en otras ocasiones análogas, por qué Dios no le habrá dado hijos a madres de esta clase.

Cada niño tiene dos años. Están tan limpios, tan hermosos, tan alegres, que da gusto verlos. Uno tiene los ojos de cielo, la piel de nácar, y es tan bello que parece hecho para recreo del artista. Los otros dos son blancos y pálidos, pero lindos también. Y los tres son hermanos por la gracia que puso el Hacedor en el corazón de Marcolina Fernández de Náter. Casi nacieron en esta casa. Llegaron cuando tenían sólo dos meses de vida. Así se explica la hermosa aparienca que tienen.

La señora Fernández Náter se levanta con el niño y se aleja por la galería. La directora me habla, en seguida, de lo interesante que es ver los niñitos en el salón de clase.

La campana toca —dice— y los que quieren ir van, los otros se quedan jugando donde quieren, y a veces se presenta, a mitad de clase, un nene de dos años y se queda...

Entre todos, llama la atención un nene de siete meses, el más hermoso de todos y el más bello. — Este - dice la matrona— señalándolo— no tiene madre. Lo trajo aquí su padre, el mismo dia que la madre se fue y lo abandonó enfermito. . .—


El Hogar Infantil de San Juan. Una de las instituciones que realiza en Puerto Rico, labor plausible por nuestra niñez indigente.

El niño comienza a llorar, sin motivo aparente. La señora Fernández Náter lo toma en sus brazos para contenerlo. Yo digo: los hombres están resultando buenos maestros... Y varias veces, afirman: - en muchas cosas.—

La que habla trae, ufana, varias líbretas donde los niños han escrito, con claridad y firmeza, las primeras palabras que se enseñan en español, en la escuela pública. Cuando terminamos de verlas, la profesora, con voz cariciosa, dice, dirigiéndose a un niñito de cuatro años que está cerca: ¿tú quieres ser tan amable de llevarme esto a la mesita? ¿Sí...? ¡y muchas gracias!—

El pequeño no ha hablado. La profesora lo ha dicho todo. Pero la criatura se adelanta y toma de la mano, que se las brinda con ternura, las libretas, y las lleva a la mesa que está en el extremo opuesto de la pieza donde estamos. Yo he conocido, en un instante, a la competente directora y maestra del Hogar Infantil de San Juan.

— ¿Cómo seleccionan ustedes los niños que ingresan en el Hogar?— pregunto.

--Cuando recibimos las solicitudes, doña Marcóla pide a la señorita Lassalle una trabajadora social, quien realiza la investigación pertinente. Los niños tienen que ser hijos de padres pobres, de madres que trabajen fuera para ganar su pan, o huérfanos, que también los hay. Tienen que traer certificado médico de que no padecen de enfermedad contagiosa, porque si reícibiésemos alguno enfermo sería en perjuicio de los demás —

La escasez de recursos está compensada por el buen gusto y la limpieza.

Comenzamos por el pórtico. El letrero que, en la parte superior de la fachada lee, Hogar Infantil, fue regalado por una mujer de exquisito temperamento artístico, Isabel Alonso de Mier. Está hecho de mosaicos sevillanos.

En los jardines, confundiéndose con las flores, juegan los niños, entre los arboles copiosos, libremente, aunque los vigila, la única persona que hay en el Hogar para este cuidado y multiplica sus atenciones.

Los pequeños esperan al fotógrafo. Me sorprende una criatura de dos años que pregunta: ¿y cuándo nos retratan? Es un vecinito indigente, hijo de una infeliz  mujer depauperada, viuda con otros hijos, que ha levantado con cartones y cuatro tablones, a manera de un cuarto para guarecerse con sus hijos. Ahi trabaja todo el dia lavando ropas de las personas más cercanas. Cuando llueve, el agua cae dentro a chorros. Los niños la esperan en sus manos pálidas, y sonríen al cielo que les regala ese único juguete...

A las once y media toman, en el comedor, su primera comida sólida los niños del hogar. ¡Cómo se intensifica aquí el esfuerzo de la Sra. Fernández Náter! Sobre estas mesas palpita el milagro de los peces y los panes. Antes de sentarse a comer, los niños, de pie junto a una pequeña silla, juntando sus manos dicen: --Gracias te doy, Dios mío, por el alimento que recibo todos los días. Bendice este Hogar donde además de alimento recibo el pan moral para ser un buen ciudadano, Amén.—

Y cuando han terminado, otra vez junto a sus asientos, de pie, vuelven a hablar —Dios es grande— Dios es bueno— Gracias te damos— Por este alimento— Amén.

Durante la comida los niñitos mayores han ayudado a los más pequeños cuando la cuchara se les ha caido de la mano o la servilleta se ha salido de su silio. Todos comen solos, aunque sean muy pequeños. Se conoce que la enseñanza ha sido buena.

En el salón de clase las sillas, de colores vivos, hechas en el Presidio, fueron regaladas al Hogar por una señora dominicana, de paso en la Isla. Su nombre, que debemos recordar con cariño es Anita de Peña. La pobreza que anda aquí, por todos los sitios es atenuada gentilmente por el buen gusto el orden y la limpieza. Cada niño me regala un cromo de los que han pegado en sus últimas clases, y dibujos originales de ellos que demuestran el concepto claro que tienen ya de las cosas.

Las cunas.— Aquí he encontrado la fraternidad. 


Y llegamos donde están los niños de meses. Cada uno en su cuna blanca.

En la puerta, el niñito vecino, de dos años, que entiende y habla mucho, me había dicho: — me gusta mucho aquí.—

—No quiere estar en su casa— añade una niña de seis años que está cerca. Y la matrona corrobora: — a las seis se nos aparece, antes de la hora de entrada.— El niño tiene una gran viveza en la mirada. ¡Hasta el amor del hijo le escatima la suerte a algunas madres...!

Al acercarme a las cunas, pregunto, indicando una niñita de cinco años que mece un nene de cinco meses, ¿es su hermanita?

— No, - dice Marcola — aquí todos los niños se quieren mucho.—

—Mire estos-- y la que habla muestra, en una cuna, dos infantes. Lloran si los separan. Los dos no suman todavía un año. Diferentes razas, diferente sexos y hasta constituciones muy distintas. Es curioso; ¡ah, si asi fuera la humanidad adulta, la fraternidad universal no seria, como lo es, una bella palabra y no otra cosa!


En el pórtico del edificio los niños, fraternalmente unldos, por la gracia que derramó Dios en el corazón de Marcolina Fernández Náter.

La directiva, el alma de la obra. 

La directiva actual está integrada por las siguientes señoras y señoritas:

Presidenta honoraria, María M. de Pérez Almiroty; Presidenta, Marcolina de Fernández Náter; vicepresidentas, Mrs. Burt O. Clark, y Mina de Castro; secretaria, Soledad Rodríguez Pastor; tesorera, Margot Bernard; y vocales: Clementina Giusti, Iraida García, María Suárez, María Plard de Vázquez, Mrs. Miles Fairbank, Antonia Vélez López,  Paca Boada, Mrs. C. Steele, Ana Méndez, y Carmen Igaravidez.

— La directiva trabaja con ánimo. Me ayuda mucho. Su único error consiste en que nunca quiere relevarme de la responsabilidad de la presidencia. Hace catorce años que se vive volcando el corazón sobre la fértil tierra del dolor humano para que florezcan sus espigas hasta el cielo. El lector y yo sabemos que se muere posando la mirada exclusivamente en obras de concreto que aumentan el propio crédito y el de la familia propia; que se muere encerrando el horizonte del mundo en el limite miserable en que se alzan unos cuantos valores de piedra...

Lector, huid de la muerte! ¡El hogar Infantil de San Juan puede ayudaros a vivir un poco... !