El Mundo Viernes, 15 de noviembre de 1940.    P.8


Las gloriosas y centenarias murallas de San Jerónimo, que albergaron en su seno el fuerte de San Ramón y desde las cuales fue rechazado más de una vez el invasor, están siendo demolidas por la Marina de Guerra de los Estadoi Unidos para construir casas destinadas a sus oficíales. El grabado ilustra cómo van cayendo desmoronadas por la destrucción los viejos muros de la capital, heraldos de nuestro historia y pregón de nuestro pasado. En nuestra columna editorial de hoy comentamos el lamentable acontecimiento.

Un monumento que no debe destruirse


Publicamos en esta misma edición varias fotografías tomadas de las murallas y construcciones contiguas al viejo castillo de San Jerónimo junto al puente de los Hermanos Behn, que están siendo derribadas por disposición de las autoridades navales con el propósito de establecer allí viviendas para los oficiales.

De acuerdo con los datos históricos, estas antiguas construcciones se levantan en las inmediaciones del sitio donde pelearon los portorriqueños en defensa del solar patrio durante la invasión holandesa, en 1625, y contra la invasión inglesa, en 1797. Después del último ataque de los ingleses, en que se comprobó una vez más la conveniencia de tener amurallada la ciudad para asegurar su defensa contra las invasiones extranjeras, el gobernador de la Isla, don Ramón de Castro, dispuso que se extendieran las obras del castillo de San Jerónimo, levantándose troneras adicionales y alargándose las murallas hasta el puente. La nueva construcción recibió el nombre de Fuerte de San Ramón, en honor del gobernante que tanto interés tomó en la defensa del país.

Es esta antigua construcción, que tan vinculada se halla a la historia de Puerto Rico por los combates librados en las inmediaciones y los propósitos que determinaron su ereccción, la que en estos momentos están demoliendo las autoridades navales, sin parar mientes en la significación que la misma tiene para nuestro pueblo.

Estimamos nuestro deber hacer un llamamiento al comando de la Marina, urgiéndole que suspenda la destrucción de estas edificaciones, que constituyen un monumento preciado para el pueblo portorriqueño. Construcciones de esta índole no deben perecer bajo la piqueta de unos albañiles, sino preservarse para la posteridad por su entrañado valor histórico.

En relación con este asunto, nos parece pertinente recordar la actitud asumida por las autoridades militares en cuanto a las murallas contiguas al Morro y al Castillo de San Cristóbal. En lugar de proceder a su demolición, el comando del Ejército hizo las gestiones necesarias para que las mismas fueran reconstruidas, poniendo especial empeño en que se conservaran con todas sus características.

A tal efecto, se recabó de agencias federales las asignaciones indispensables, y se realizó la obra de restauración a satisfacción de todos. Oportunamente destacamos en estas columnas la trascendencia de esa iniciativa, que preserva para las generaciones del porvenir estas antiguas murallas que tan unidas están a nuestra historia, y dimos amplio crédito por la gestión realizada al coronel John W. Wright, jefe a la sazón del Ejército de Puerto Rico, quien fué el propulsador de tan sabia como oportuna medida.

Si el comando del Ejército se colocó en esta plausible actitud, contribuyendo en la medida de sus fuerzas a conservar estos viejos monumentos históricos, no vemos razón alguna para que el comando de la Marina no se coloque en igual actitud. Acaso la orden de demolición se dió sin cabal conocimiento del significado de esta antigua construcción.

Mucho nos extraña la orden, porque sabemos que en Estados Unidos se toma cuidado especial en preservar para la posteridad todo rincón, todo edificio, toda piedra, que guarda alguna relación con los sucesos históricos o que de alguna suerte se vincula a hechos gloriosos del pasado. De los monumentos históricos se cuida allí con positivo interés. No sólo se procura conservarlos adecuadamente, sino que en torno de ellos se forma un verdadero culto.

En tales circunstancias, nos parece razonable y justo que las autoridades federales –militares, navales y gubernativas– cooperen con el Gobierno de Puerto Rico en la preservación de nuestros monumentos históricos y nuestras antiguas construcciones. El comando de la Marina debe ayudarnos a conservar ese fuerte de San Ramón, con sus viejas troneras y murallas, construido poco después de la invasión de los ingleses en el año 1797. Estamos seguros que a la Marina será fácil conseguir otros terrenos igualmente apropiados para la edificación de viviendas destinadas a los oficiales, evitando así la destrucción de este antiguo monumento de nuestra historia.