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La Inclinación de nuestros adolescentes hacia la ciencia es cada vez más notable. Así lo probaron aquellas Ferias Científicas
Escolares no hace mucho celebradas. Y así lo prueban cada día nuestros estudiantes en los laboratorios. Y así lo prueban
frecuentemente, a veces a riesgo de la vida, de la salud, muchos jóvenes compatriotas.
Ejemplo a la vez entusiasmador y lamentable lo ha dado en poco tiempo Johnny Torres, chico de 17 años, que en las Ferias Científicas Escolares a las que nos referimos, ganó un premio. Para entonces, Torres llamó la atención por haber fabricado un cohete interespacial en miniatura. En esa ocasión, su ejemplo era motivo de entusiasmo, era otra razón para vernos anticipadamente trabajando en un alto nivel científico con el talento y con las manos de una nueva generación puertorriqueña.
Pero ahora, el mismo chico nos da otro ejemplo, esta vez lamentable. El domingo tres de
mayo, Torres trató de llevar al laboratorio una fórmula que matemáticamente llevaría tu cohete desde su hogar en Puerta de Tierra hasta la Parada 24, en Santurce. Roto el termómetro de su improvisado laboratorio, la mezcla de nitroglicerina con algodón, pólvora y gelatina que iba a hacer posible el proyectado vuelo, no pasó de su primera etapa. Fallido el cálculo a vista
y tacto que le indicara la temperatura, vino el estallido. El rostro quemado,
milagrosamente salvado de la ceguera, el adolescente convalece.
Todo estimulo que podamos dar a nuestros chicos para inclinarlos hacia los estudios científicos, deben, pues, ir acompañados de la seguridad necesaria en sus experimentos. Padres y maestros deben ser severos jueces de cada situación particular en que los muchachos experimentan. Es necesario garantizarles a ellos el máximo de seguridad, e Igualmente al vecindario. Hay que salvar para la buena obra futura vocaciones tan fuertes como la del jovenclto Torres; y salvar a los vecindarios de jóvenes como él de los peligros envueltos en una ex plosión y un incendio.
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