Crónica de un recorrido por el Archivo General de Puerto Rico

sábado, 5 de diciembre de 2015 
Por Osman Pérez Méndez
 

 Documentos, películas, fotografías, discos, mapas, videos y hasta grabaciones modernas son custodiadas en sus pasillos.

Un sinnúmero de documentos se pueden ver en sala de consultas. (Juan Luis Martínez Pérez)

Una docena de personas, entre ellos estudiantes e investigadores, entran en la lluviosa mañana a este imponente edificio de altos puntales y patios interiores que abarca toda una cuadra en la zona de Puerta de Tierra. En su mayoría se dirigen a una consulta con el pasado, pues una vez uno atraviesa las puertas del Archivo General y la Biblioteca Nacional de Puerto Rico queda atrapado en una avalancha de historia que impacta en una impensable variedad de formas. 

En este lugar, explica la archivera general de Puerto Rico, Karin Cardona, se conservan y custodian todos los documentos de gobierno que adquieren valor histórico, empezando desde principios del siglo XVIII hasta años más recientes, así como un sinnúmero de colecciones donadas por particulares. 

Y cuando dice documentos, no habla solo de papeles, sino de lo que describen como “diversos soportes”, y que incluye películas, fotografías, cintas magnetofónicas, discos, planos, mapas, videos, hasta las tecnologías más modernas como CD y DVD. 

Todo ese variado y exquisito legado está disponible para ser consultado, en muchos casos luego de pasar por cuidadosos procesos de conservación y restauración, que empleados de este centro se han mantenido haciendo, un paso a la vez, a pesar de las estrecheces económicas. 

De camino a la sala de referencia, los pasillos del archivo exhiben curiosos mapas y planos de obras públicas del siglo XIX, algunos pintados a mano con acuarela. Hay puentes, faros, obras de ferrocarril, escuelas. 

En la sala de referencia, rodeados de monumentales estantes, varias personas consultan libros, registros, series de periódicos y otros documentos en soporte de papel. El archivero Juan Carlos Román explica en voz baja el proceso para ver los documentos. Añade que, de ser necesario o si el cliente lo solicita, proveen guantes y mascarillas, aunque de inmediato aclara que todos los documentos se limpian adecuadamente. 

Un vistazo a algunos documentos recién consultados revela antiguas páginas, escritas a mano con intrincada caligrafía y algún que otro vocablo ya en desuso o palabras escritas de forma incorrecta, todo lo cual se combina para hacer su lectura cuando menos difícil, si no es que casi imposible. 

De una caja sale un registro de la municipalidad de Guayama del siglo XVIII, con una lista de la entrada de navíos a su puerto, que revela una gran actividad. Allí se listan por fechas, por tipo de navío tales como Bergantín o Goleta, así como otras anotaciones. Sobre una mesa se extiende un plano del antiguo Santurce de la década de 1920, mucho antes que se llenara de construcciones y urbanizaciones. Otro paquete tiene periódicos del pasado siglo cuidadosamente conservados, en cuyas páginas hay curiosos artículos y anuncios. Sobre la mesa también hay unos planos, guardados en transparentes láminas de acrílico libre de ácido, uno es de un camino vecinal, otro de 1861 de un puente peatonal. 

Juan Carlos comenta que en el 2006 con un documento encontrado allí, un protocolo notarial de 1886, se pudo defender con éxito un derecho de posesión de tierras. En otro caso no menos sorprendente, una señora que sabía había sido adoptada encontró a sus padres entre papeles de la década de 1950 que forman parte de la mínima porción de documentos que los tribunales entregan al archivo. 

Antes de que puedan ser consultados, la mayoría de los documentos pasan por el pequeño, pero efectivo taller de restauración. Aquí, moviéndose entre costosos materiales, los restauradores José Martí y Carlos Calderón reparan documentos que a veces llegan a sus manos hasta en varios pedazos. Ellos se encargan de desinfectar, limpiar, reparar y encuadernar todo ese legado. 


Martí explica que la restauración siempre se hace con un material similar (papel con papel, vidrio con vidrio) y además de una forma que sea reversible (por ejemplo, que se pueda disolver en agua) por si en el futuro aparece una mejor manera de conservar. Entretanto, el documento queda en un estado en que puede ser consultado por el público.

Pero, como muestra Martí con un documento que es parte de un paquete de obras públicas que acaba de abrir, todo el proceso de hacer esa reparación preventiva en apenas una hoja de papel es uno largo, complicado y sumamente delicado. 

Antes que nada hay que examinarlo todo, verificar qué tipo de tintas trae, si esa tinta se puede disolver en alguno de los materiales a usarse, si hay otras marcas, si hay roturas o pinchazos, si trae algún sello a relieve.

Cual relojero de antaño, Martí revisa paciente y minuciosamente toda la hoja. Luego retira los hilos de la vieja encuadernación. Posteriormente hace una limpieza en seco, con goma granulada, para sacar el sucio de la hoja de papel. La goma granulada la aplica con delicadeza, usando una brocha, siempre tras verificar que no borra la tinta del documento. 


Entonces monta la hoja sobre un papel secante para que recoja el exceso de humedad en los procesos siguientes. Con un pincel, una espátula y agua destilada comienza el meticuloso proceso de enderezar roturas y dobleces. Luego coloca pedazos de papel japonés, que es una fibra especial traslucida, sobre cada agujero, y lo pega con un adhesivo reversible. Finalmente, debe esperar por secarse al menos media hora. 

“Son procesos que toman bastante tiempo y mucho cuidado. Es una restauración básica pero muy funcional”, explica Martí, mientras Carlos batalla en otra mesa con un enorme plano que llegó allí plagado de dobleces y marcas. 

La próxima parada es en otro taller, dentro del archivo de imágenes en movimiento, donde también hacen sorprendentes restauraciones, de una increíble variedad de cintas y otros tipos de formatos audiovisuales. La archivera Marisel Flores explica que allí seguardan más de 9,000 artículos fílmicos. Hay películas de 16 mm, 35mm, 70 mm, antiguos formatos de vídeo conocidos como ampex y u-matic, por solo dar algunos ejemplos. 

Cada una de esas películas es limpiada de forma manual y reparada con una cinta especial, como si se tratara de un viejo estudio de edición. Luego, en una gran consola que combina viejas y modernas máquinas de diversos formatos y velocidades, van digitalizando una a una las cintas para transferir las imágenes a formato de DVD y que puedan verlas los usuarios. 

Una recién digitalizada cinta, parte de una importante donación de programas televisivos, muestra entre sus segmentos una entrevista al gobernador Luis Alberto Ferré, así como diversas tomas del momento en que Roberto Clemente bateó su hit 3,000. 

Pero las riquezas del archivo no acaban ahí. El archivero Marcos Nieves tiene bajo su cuidado los materiales de música y sonido, una colección que incluye miles discos, incluyendo formatos LP y CD, casetes, cintas magnetofónicas y hasta cilindros Edison (que funcionaban con fonógrafos). Esta colección también contiene otra gran cantidad de partituras de compositores puertorriqueños, que abarcan un sinnúmero de géneros musicales. 

Esta colección, que se ha enriquecido paulatinamente con muchas donaciones, no se limita a la música. También tiene grabaciones con entrevistas a humanistas, escritores, políticos, así como conferencias y otros eventos. 

Otra sala contiene los tesoros de la fotografía, en otra gran variedad de formatos como negativos y placas de cristal, hasta las más modernas tecnologías. La archivera María Isabel Rodríguez custodia aquí fotografías originales que datan desde las últimas décadas del siglo XIX. 

Las fotos han llegado de fuentes gubernamentales y de colecciones privadas. Hay toda clase de imágenes: obras del gobierno, construcciones, procesos agrícolas, trabajos de arqueología, paisajes, vistas de pueblos y ciudades, obras de teatro, sepelios, fiestas populares, celebraciones religiosas, ferias artesanales. 

Gran parte de las fotos ya han sido digitalizadas y están disponibles para el público sin necesidad de tener que manipular los originales. 

En el segundo piso del edificio, se abre el universo de la biblioteca, donde se conservan y preservan valiosos libros. Santia Bauzá, coordinadora de actividades culturales nos guía entre los anaqueles de libros. Explica con entusiasmo que la biblioteca guarda una colección de libros raros de los dominicos de la Iglesia San José. 

“Casi todos son misales. Tienen las letras escritas a mano, letras en oro. Lo rescató Don Ricardo (Alegría), y lo trajo”, comenta Santia, agregando que la biblioteca se distingue por sus “libros raros, de los 1800. Raros tanto por su textura, por ejemplo de encuadernaciones en piel, como por su tema, o porque ya no se hacen más ediciones de ellos”.

Otro atractivo de la biblioteca son las colecciones de revistas, como Puerto Rico Ilustrado o Alma Latina, así como sus libros infantiles. 

También destacan colecciones de cartas, como las más de mil del filósofo y educador independentista Eugenio María de Hostos, al que la biblioteca dedica toda una sala con muebles y objetos que originalmente le pertenecieron y que fueron donados por su descendencia. 

Junto con las decenas de miles de libros coexiste además lo que llaman el archivo vertical, una colección de recortes de periódicos, fotocopias, biografías que contienen información que no está en los libros y que complementan la colección de libros. 

Entrada la tarde, nos despide otro paseo histórico a través de una exhibición a inaugurarse próximamente.