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El Nuevo Día
sábado, 19 de octubre de 2019


Alicia Alonso y Lorenzo Homar

Por Efraín Barradas

Es archiconocido el amor que sentía Lorenzo Homar por la danza, especialmente por el ballet. Ese amor era en verdad una pasión que lo marcó como persona y como artista. Como en el campo de la música, el maestro no era mero aficionado de la danza; era un profundo conocedor de su historia y sus técnicas. Por suerte, en su momento de madurez artística se daba también en Puerto Rico un desarrollo del ballet. Homar estuvo directamente asociado con ese auge de la danza entre nosotros. Su relación profesional con Ana García y Gilda Navarra lo llevó a producir escenografías y vestuarios para diversas producciones de Ballet de San Juan. Son también testimonios de esa pasión algunos carteles que Homar diseñó y produjo. Entre estos destaco el de María Tallchief, hermoso cartel que honra a una bailarina que encarna en su historia personal un capítulo hermoso e interesante de la danza estadounidense.

Declaro que la imagen de una bailarina creada por Homar que más me ha impactado es la xilografía de gran formato donde retrata a su hija mayor, Susan, y que lleva el revelador nombre de “La línea clásica”. Hay una variante de ese grabado, una de sus obras maestras, donde aparece, reflejada en un espejo, su hija menor, Laura. Para Homar la danza era un mundo que lo marcaba a él y a su familia.

Entre las imágenes de bailarinas de Homar – he aquí un tema para un hermoso ensayo – hay que destacar la serie que se conoce como “Las bailarinas”. Son cuatro: “Vanessa”, “Alma”, “Laura” y “Alicia”. En algún otro momento me detuve en esa serie y destaqué entonces y recalco ahora la maestría técnica de estas piezas. Son serigrafías. En estos cuatro retratos Homar lleva la técnica de este medio a niveles que nunca había alcanzado ya que las piezas, por las múltiples tiradas de tinta sobre tinta, adquieren una textura que niega el carácter usual de este medio. En las bailarinas Homar le da profundidad al color.

De esa serie, hoy, por razones obvias, me quiero fijar en “Alicia”, el retrato de la gran bailarina cubana Alicia Alonso. De las cuatro bailarinas retratadas ella es la única que no es puertorriqueña. El retrato de las otras tres responde a razones sentimentales, especialmente el de su hija Laura, o de reconocimiento a la labor hecha por las otras en el contexto de la danza boricua. Por ejemplo, el retrato de Alma Concepción se puede leer como un homenaje indirecto a Gilda Navarra ya que esta aparece como un personaje de una de las piezas creadas por Navarra para su “Taller de Histriones”, uno de los momentos cumbres de nuestra danza y nuestro teatro.

“Alicia” de Homar presenta a Alonso en su rol esencial de su carrera; la presenta como Giselle. Tuve la fortuna de ver bailar a Alonso unas tres veces pero nunca en “Giselle”. Pero he visto múltiples veces diversos videos de ese ballet con Alonso en el papel estelar. Siempre me ha llamado la atención como esta logra darle un sentido especial al personaje de la campesina traicionada por un noble por los ojos caídos. Homar capta ejemplarmente esa imagen de la Giselle de Alonso. Y por ello Alicia aparece en su serigrafía de perfil, un perfil casi egipcio. Homar destaca rasgos de la cara de Alonso que la hacían reconocible donde fuera. Esta obra no es una caricatura, pero como en una pieza de ese género, el artista logra retratar a Alonso con un mínimo de rasgos. “Alicia” de Homar es una representación de las esencias del rostro de la gran bailarina cubana encarnando su papel estelar, su rol definitorio. 

Por ello, entre otras razones, “Alicia” de Homar es una pieza ejemplar. La veo no sólo como un homenaje a la grandiosa bailarina cubana sino como otra expresión más del sentido de solidaridad panantillanista de Lorenzo Homar. Aquí Cuba y Puerto Rico no son alas de un mismo pájaro sino una gran bailarina y un gran artista que expresan la solidaridad caribeña.