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La playa era su gran gimnasio y allí entrenaba a otros.Foto: Suministrada por el Museo de Historia, Antropología y Arte de la Universidad de Puerto Rico.

        Lorenzo Homar 

 domingo, 8 de septiembre de 2013
 
Un inquieto en el recuerdo

En el centenario del nacimiento del artista Lorenzo 
Homar, nos asomamos al relato más íntimo, del hombre más allá de su obra.


Por Carmen Graciela Díaz/ El Nuevo Día

Tras su rostro duro, de esos que intimidan un poco, de su inagotable afán por la precisión, latía el hombre que era feliz en la playa de Ocean Park entrenando a gimnastas -patas arriba en un caballo con arzones hacía una línea perfecta con su menudo cuerpo- y que en Nueva York, entre otras aventuras, iba a bordo de una Harley-Davidson.

Lorenzo Homar (1913-2004), uno de los más grandes artistas puertorriqueños, referente indiscutible de la gráfica, vivió plenamente la vida que se le antojó, la que quiso para él, como dice una de sus hijas, la profesora y crítica de danza Susan Homar. El martes se conmemora el centenario de su natalicio y por ello, durante el año se le recordará a él y su obra Mientras las actividades empiezan a cobrar vida nos asomamos por una ventana que no es posible ignorar, la del Lorenzo más íntimo, el inquieto tras el artista. 

"Papi fue un gran papá pero siempre fue un artista. Mientras estuvo en la Escuela de Artes Plásticas tenía su estudio allí pero siempre tuvo taller en casa. Cuando se fue de la Escuela en el 1973, tuvo su estudio particular pero mantuvo el de casa. Cuando se retira de todo, a los ochenta y algo, cierra oficialmente el taller pero mantuvo hasta el final el de casa", relata la productora Laura Homar, la hija menor de Lorenzo, sobre el estudio que no dejó de tener quehacer y de donde emergieron ideas, bocetos y trabajos icónicos como El unicornio en la isla.

"Esa plancha de madera es enorme y se trabajó en la mesa del comedor de casa por meses", agrega.

Al repasar y mirar su obra -la Caligrafía, la pintura, la serigrafía como sus distintivos carteles, la orfebrería y el grabado, entre otros medios y lenguajes- pareciera que sus trazos impecables revelan buena parte de su personalidad y el rigor que nunca tuvo demasiados descansos.

"En la vida doméstica, familiar \ profesional no había diferencia muy grande porque mi papá era sumamente disciplinado, requería de los demás a su alrededor, incluyendo a Laura y a mí, la misma disciplina", sostiene Susan al recordar qud mientras entrenó como bailarina, la disciplina y la perfección eran las exigencias de su papá. Su perfeccionismo era una virtud que, a su vez, lo tornaba complicado, a juicio de Susan. "Era sumamente difícil de complacer, muy crítico y venía y veía las clases de baile -Laura ha dicho lo mismo- y criticaba ferozmente. No lo recuerdo como negativo, quizás porque me acostumbré. Lo hacía como se exigía a sí mismo pero era difícil", subraya tras soltar un suspiro que su hermana Laura comparte al abonar que aparte de exigente, Lorenzo era "sumamente inteligente y poco tolerante, sobre todo con la ignorancia y la mediocridad que eran sus enemigas 
acérrimas".

EL ARTISTA GIMNASTA
Muchos se acuerdan de esa faceta tan particular de Lorenzo, otros más jóvenes tal vez creyeron que se trataba de una leyenda pero la gimnasia fue realmente una de las grandes pasiones de Lorenzo.

El deporte le fascinaba y eso parece brotar de su producción cartelística en la que diseñó afiches conmemorativos tanto de eventos culturales como deportivos. Era minucioso pero sensible a la disciplina de los atletas. "Si un gran atleta no pudo hacer un giro o no le pegó a la pelota, era sensible a esos accidentes", observa Susan.

Su padre, que se crió en la Calle del Parque en Condado, relataba que de niño recurría a lo que es actualmente el Parque del Indio con un propósito familiar a otros chiquillos: hacer maromas. "Contaba que a los 10 u 11 años se volvió loco con el circo; se quería ir con el circo, pero su papá no lo dejó", comenta Susan quien, desde temprano en su vida, tomó clases de piano en casa de la familia Figueroa con Carmen Sanabia.

Lorenzo emigró a Nueva York con su familia en 1928 y fue allí que la gimnasia lo encontró, donde tuvo su formación artística en la Liga de Estudiantes, en Pratt Institute, en la Escuela del Museo de Brooklyn, bajo la dirección de maestros como Rufino Tamayo y Gabor Peterdi, y en la Casa Cartier como diseñador de joyas.

Fue en Coney Island donde las maromas se manifestaron sin freno y en la urbe neoyorquina desarrolló la fuerza y la 
elegancia de esta disciplina. "Un grupo de tres maromeros se forma y empiezan a trabajar en el vaudeville en Broadway. Le pagarían una peseta todos los días, y hacía siete shows al día por hacer acrobacia como en el circo", menciona Susan de su padre que en esa época también empezó a hacer clavado aparte de transitar en una Harley.

"Uno de sus compañeros del trío de gimnasia era estudiante de arquitectura en Princeton, y mientras su compañero está en un salón o taller, mi papá camina por el recinto y se eñangota a dibujar. De momento se acerca un perrito, papi juega con él y su dueño empieza a hablar con él. Papi le enseña dibujos y el señor lo invita a su casa... Era (Albert) Einstein", resume Susan momentos como ese que tuvo su padre con el físico alemán, los que confirman la gama de experiencias que este hacedor artístico tuvo durante su vida.

Lorenzo regresa a Puerto Rico en 1950 y su trabajo toca a dos generaciones de creadores desde el Centro de Arte Puertorriqueño que fundó con otros artistas, el taller de la DIVEDCO y el taller de gráfica del Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP).

Cuando el ICP le da sabática de 1967 al 1968, según Laura, el director Ricardo Alegría le dijo que se fuera a Europa a conocer y a trabajar con diferentes calígrafos. Ese estímulo que en el arte como otros oficios es necesario. "Nos instalamos en Inglaterra, pero papi viajó Europa conociendo e interactuando con diferentes calígrafos", detalla de su padre que se hizo amigo de referentes de ese arte como Hermann Zapf y Donald Jackson.

"El famoso sans-serif alemán está siempre presente", anotó el maestro, como testigo de su atención a los detalles que cada escenario le develaba, en una nota manuscrita, una de las tantas que el Museo de Historia, Antropología y Arte de la Universidad de Puerto Rico conserva, que le envió a Alegría en el 1968 desde Frankfurt.

Al retornar a la isla, como relatan sus hijas, Lorenzo retoma la gimnasia en conjunción a su obra entre 1969 y 1970. "Nosotros íbamos tres veces en semana a la piscina olímpica, a la playa, o a la YMCA de San Juan que hoy día es la Casa Olímpica, y se entrenaba", indica Laura.

El arte y el deporte tenían una feliz convivencia en Homar; de modo que el que tuviera un trampolín en el taller del ICP no debe extrañar. "Allí brincaban (el artista y discípulo de Homar) Luis Abraham Ortiz y él. Empezó a ir a la playa 

y muchachos comienzan a llegar. Poco a poco empieza a entrenar muchachos", apunta Susan de esa otra faceta de su padre: el entrenador de gimnasia y clavado. De hecho, la Federación de Gimnasia de Puerto Rico, fundada oficialmente en 1966, lo resalta en su historia como uno de los pioneros de la gimnasia en el País.
CARÁCTER Y AFECTO
Evocar al Lorenzo doméstico significa remitirse a la cena familiar porque, como detalla Laura, aquella tradición de cenar juntos no cesó. "Mis papas se sentaban a darse dos drinks y a comerse unos maníes y conversaban del día, leían correspondencia, leían artículos", sostiene Laura de aquel hogar donde la lectura no faltó entre periódicos, libros y revistas de arte y de comentario social.

En la casa también era usual que se escuchara jazz en las noches y especialmente los domingos. Pero no solo escuchaba jazz sino que, de acuerdo con Laura, lo estudiaba "Durante sus años en Nueva York vivió el nacimiento del jazz. Conoció y vio practicando a todos esos grandes del jazz y se colaba en los teatros", menciona Laura. Al llegar a su hogar, se daba la estampa que se repite en otros tras la faena: el relato de lo que traía cada día que compartía con su esposa, la norteamericana Dorothy Damm, e hijas.

"Papi nos contaba qué sucedía en el trabajo, en el Instituto, las peleas que tenia con Ricardo Alegría o quien fuera porque con alguien siempre había una pelea", revela Laura quien contó que Lorenzo pasó un tiempo sin hablarle a su discípulo, el que no cesa de remitirse a él en incontables ocasiones y al que le tocó la despedida de duelo de su querido maestro, Antonio Martorell.

"No sé ni realmente por qué fue. Creo que fue por una diferencia de opinión sobre el trabajo de otro compañero y él lo tomó a ofensa porque como pensaba opuesto a lo que yo pensaba, pues se ofendió. Pero le duró poco porque él tenía esa capacidad de ofenderse y desofenderse prontamente", dice Martorell quien resalta que entre ellos no podía haber un distanciamiento mayor por el afecto que se tenían.

"Es que es mi padre, en todos los sentidos posibles", declara al describirlo como un papá severo y tierno, firme y cariñoso. "Era muy pródigo en sus elogios cuando eran merecidos y muy duro en sus críticas cuando también eran merecidas. Por eso era un excelente maestro", afirma quien empezó en el taller como "aprendiz", como le gusta decir, y luego fue ascendido a asistente. Lo evoca y se le dibuja una sonrisa que no esquiva al expresar que ha seguido su credo "al pie de la letra"; y eso nunca sonó tan literal por tratarse de este maestro y este aprendiz para quienes la palabra es deber y ente de belleza.

Aquellas convicciones de Homar que le trajeron peleas y diferencias se extendieron, como es de sospechar, al territorio político. "En términos políticos papi tenía una riña con don Luis A. Ferré; imagínate, estadista, republicano y papi era socialista. Papi le hizo muchas caricaturas políticas para posteriormente en el 1978 tener su primera gran retrospectiva en el Museo de Arte de Ponce. Y me acuerdo como hoy que cuando se fue todo el mundo, don Luis nos llevó a una sala en el museo que tenía un piano y se sentó a tocar", cuenta Laura de aquel momento que Lorenzo tomó asiento y tocó junto a Ferré.

El artista José Antonio Torres Martino en Aquí en la lucha: caricaturas de Lorenzo Homar, prólogo del libro de caricaturas de Homar publicado en 1970 por la revista La escalera, abordaba precisamente cómo el género de la caricatura política o social armonizaba con las preocupaciones humanísticas del artista y la inventiva que tenía para lo mordaz." '¡Si yo supiera escribir!', lo he oído exclamar quejoso en las frecuentes ocasiones en que el vaivén 
político, el desafuero, el atropello y la injusticia le causan bascas espirituales y siente necesidad de hacer valer su comentario siquiera para desahogarse. Pero no necesita Homar saber escribir. Valen por centenares de palabras sus dibujos".

OTROS AMORES
El talante férreo de Lorenzo parecía suavizarse en ocasiones como cuando tenía ante sí un animal, y sus mascotas. Respetaba y quería a los animales, como cuenta Laura. Paseó todos los días a sus perros salchichas Tita y Chepo y, más tarde llegaría otro salchicha, Menino.

"Menino duró 18 ó 19 años. Iba a la playa con papi y él dormía en la cama con ellos (sus padres). Papi siempre fue una persona de levantarse temprano, a las cinco, porque le gustaba la mañana. Menino se quedaba durmiendo en la cama pero llegaba el domingo, que papi iba a la playa, y Menino sabía que el domingo había que levantarse porque iba a la playa", comparte Laura.

Con Dorothy, Lorenzo mantuvo una relación de mucho cariño y mucha pelea, como detalla Laura. Pero era su apoyo máximo y estuvieron hasta el final de sus vidas, agrega.

"Fue la tercera novia de nombre Dorothy que tuvo mi papá", manifiesta quien en tono divertido se pregunta si lo habrá hecho para no enredarse. "Se conocieron en Cartier. Papi trabajó una primera etapa de aprendiz y luego se fue a servir a la Segunda Guerra Mundial. Cuando papi regresa de la guerra, que se vuelve a integrar al quipo de diseñadores, ahí es que se conocen, y en la política de la compañía no podía haber matrimonios. Y cuando empiezan a enamorarse y luego cuando se casan tenían que llegar y salir separados (a la joyería) y encontrarse después", puntualiza acerca de sus padres en cuyos aros de matrimonio Lorenzo grabó una frase. Es que no
podía ser de otra manera. Laura y Susan rememoran a su padre y en las oraciones que pronuncian, el artista siempree:ntra en la conversación. Lorenzo tuvo la opción de tener una vida distinta fuera del país, aunque no la acogió.

"Al renunciar a Cartier para venir a trabajar a Puerto Rico, le dicen 'nosotros queremos enviarte a París a que dirijas el departamento de diseño en Cartier'. Les dio las gracias, se sintió muy honrado, pero sentía que era hora de regresar a Puerto Rico", revela Laura de la decisión que, con el paso del tiempo y los pesimismos que la vida a veces trae, le pesó. "Cuando estaba llegando a mis 20 años, papi empezó a decir que se arrepentía de haber regresado a Puerto Rico. Él está presente cuando derrumban la piscina olímpica, los murales de la piscina olímpica (que trabajó en el 1967 junto a los artistas Torres Martirio y Myrna Báez) y eso fue una cosa absolutamente desgarradora. Y por ahí todo el deterioro político", reconoce Laura aunque Susan no cree que su padre se arrepintiera.

Como artista comprometido y perfeccionista, cuando las líneas, las palabras y los colores son tan esenciales, de repente el país puede desilusionar. Hoy, que el festejo de sus 100 apenas inicia, el pesimismo podría estar latente. Sin embargo, como señaló Susan en el inicio de la conmemoración de su centenario, a Lorenzo lo pondría contento que el país, que el arte del que fue tan crítico, lo recuerde por su quehacer, su legado y su personalidad. Estaría divertido haciendo una caricatura de los festejos de este cumpleaños, intuyó Susan, la hija mayor. Lo imaginamos con el lápiz, quizás con jazz de fondo, sus espejuelos que vieron tanta faena y Menino y el trampolín muy cerca