Uno
de los últimos encuentros con el Maestro Rafael Tufiño
(1922-2008) fue en la víspera de cumplir sus 85 años de
edad, que al igual que aquellos sabios chinos, dio a
comprender la realidad de la soledad como ese espacio
único para comunicarse con su verdadero ser: ése que
emana desde su interior y se manifiesta —casi en tercera
persona— pintando sus cuadros y actuando sobre sí, como
afirmó. Esa fuerza, esa energía, el artista la
vislumbraba incluso como más fuerte que él. Hoy
brindamos a nuestros lectores a "El Tefo", en sus
propias palabras.
Una voz interior que señala
"Yo siempre me he dejado llevar por una fuerza interior
que me señala las cosas, el camino y todo eso. Yo paso
por un sitio y veo algo y digo tengo que hacer eso. Es
como una compulsión y tengo que hacerlo. Y trabajo mucho
porque quede bien. A la larga, viniendo a lo que decía (Mark)
Rothko y Paul Klee y a base de lo que he leído, siempre
me he dejado llevar por esa cuestión de mi voz interior.
Mi vida diaria es así: si tengo que mover aquel libro
para allá, lo muevo. Yo funciono así y tengo esa manía
de estar arreglando, componiendo. Pero es esa voz que me
dice tienes que hacer eso. En la pintura uno tiene que
adiestrarse técnicamente en todo para que entonces fluya
el espacio interior y hacer la derrama en la tela".
Cuando vivía en Brooklyn
"Yo en Brooklyn vivía bien, bien vestido y bien cuidado.
Me tenían en mi casa como un rey. A mí me llaman la
atención en muchos términos que cuando yo llego aquí es
la Depresión y digo ‘miren cómo es la vida’. Me han
quitado todo para devolvérmelo de otra manera, y me lo
dejan escondido para que yo lo descubra, que es el arte.
Por mucho tiempo fui un niño bien pobre, viviendo en el
arrabal, vendía maní y dulce en San Juan, y después de
eso me hice pintor de letras para ganarme el pan y
ayudar en la casa. Por ahí me voy en veinte mil cosas y
considero que no ha estado tan mal. He vivido así medio
soñando y viviendo las cosas de mi país que las amo
tanto. En fin, ¿cómo no iba a trabajar para mi país?"
La vida en Puerta de Tierra
"Yo fui a vivir a Puerta de Tierra y estaba en las
Fiestas de Cruz donde me ponían un traje de papel crepé
y con un corcho me pintaban el bigote y la barba para
hacer de santo. Yo vivía en el ranchón en la parte de
arriba y veía el tren cuando pasaba. Recuerdo que
subieron a una mujer que le decían Elena, en un sillón
que la llevaban para el Cuarto de Socorro, después que
la cortaron. Esa era mi cuestión con el folklore, la
música, la plena; y como yo vengo de allá afuera, era un
turista y nunca había visto nada de aquello. Para mi
edad, era algo maravilloso y tanto verlo y oírlo en mi
casa, pues se me quedó".
"La plena" comisionada por Alegría
"Ricardo Alegría estaba haciendo un documental para la
Divedco, titulado ‘La Plena’, y me coomisionó para que
hiciera un mural de "La Plena" por haber estudiado
pintura mural. Yo escogí las proporciones de 30 pies por
16 pies; y se pintó en el estudio de sonido de la
División, en el hoy Museo de Arte de San Juan, sobre
planchas de masonite blando. En ese mural cuando uno lo
ve, lo pinté de memoria y sólo uso una foto de Canario;
y de otro del que hice un retrato fue de Isidro, el
chofer de la División. Y yo que me pinté por allí de
memoria también. Hacía ilustraciones, carteles y cuando
tenía un tiempo libre iba a trabajar en el mural. Me
pusieron andamios, los sábados y domingos trabajaba en
él; y después, me iba a La Botella y al Bar Seda con
todos los escritores René (Marqués), Pedro Juan (Soto),
Emilio (Díaz Valcárel), (Marcos) Díaz Frese, con los de
gráfica y cinema, y algunos otros".
Haciendo trabajo de identidad
"En la pintura mural, tú haces las composiciones de algo
grande con algo pequeño para que todo se vea grande. Es
una cuestión de relaciones. Por ejemplo, yo puse el
huracán bien grande pero si está solo, no lo es. Está la
tintorera del mar que es pequeña, Santa María es otra
proporción como Fuego en la Cantera, los elementos de la
muralla, el tipo cortando a Elena. Los grabados de ‘La
Plena’ tienen una dimensión mural. Pues, y también está
lo que pasó en mi casa que como cuando era un nene na
sabía nada de Puerto Rico; y por eso, las cosas que
pinto y grabo son las de Puerto Rico. A mí me gusta el
arte moderno, pero yo quería hacer las cosas de aquí,
haciendo trabajo de identidad".
El arte abstracto
"¿A quién no le va a gustar un Paul Klee, si no está
ciego o mal acostumbrado? Yo era ‘rotulista’ y cuando
uno empieza a diseñar con lo que trabaja es con
abstracciones. No hay imágenes ilustrativas ni nada de
eso y tu tiras una línea gruesa y tienes que combinarla
con una fina, y te pones a trabajar como si estuvieras
en el periódico pegando anuncios. Eso es abstracción. Y
si a uno le gusta el arte y está envuelto, no entiendo
cómo a algunos no le gusten las abstracciones. Yo pongo
mis colores y eso, como si fuera a pintar de otra
manera; y lo que pasa ahí, yo no sé. Cojo un color y lo
pongo, en una forma y después que venga el otro, el
otro, otro y otro, y ya. Y yo voy poniendo todo junto.
Que, últimamente, yo le llamo a eso como pensar sin
pensar. A mí, me habían hablado de la abstracción que
cuando uno sumaba dos más uno, ese proceso era
abstracción. Ya, intelectualmente mi quehacer, está
lleno de abstracciones".
Los valores del pintor
"Empecé a hacer muchas cosas en papeles chiquitos pero
un sicólogo me dijo las hiciera grande, y las hice un
poco más grandes. El pintor tiene que aprender lo que
son los valores, los colores, la composición y en eso,
yo le he metido duro. ¿Cómo yo aprendo eso? Pues,
mirando por la botella con un bloody-mary. Para que en
una pintura funcione, el artista detrás de eso, tiene
que dominar los elementos objetivos de la plástica".
"Las mujeres con quienes yo viví —porque no me casé con
todas—, les hice pinturas. Estuve en el Ejército de 1942
a 1946 y lo que quería era arreglar el mundo. Pero que
me fui a estudiar a México y me enredé con una mexicana,
Luz Aguirre, con quien tuve a mis hijos Nitza y
Rafaelito. De ahí, estuve aquí, y con una joven de
nombre Bonnie Reeceman, mi arrebato verdadero, tuvimos a
Rima; y con el tiempo, me toco La Siciliana con quien
tuve a Salvatore. El último fue Pablo, el de Ada Soto,
de apellido japonés. En cuanto a mi primer amor, de
chiquito yo miraba mucho a una muchacha en Puerta de
Tierra cuando iba al estudio de Juan Rosado; pero ella
nunca me hizo caso. Yo vivía en el arrabal aunque cuando
vine a tener novia fue después de soldado".
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