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Goyita
 

 

 

La obra más cerca de su corazón
2 de abril de 2008
Por: Norma Valle Ferrer/Especial para En Rojo ,
        Claridad

    


Hoy, cuando me acercaba a una de las esquinas de la Plaza de Armas del Viejo San Juan, me pareció ver a Tefo, a Rafael Tufiño (1922-2008), cruzar la Calle de la Cruz. Vislumbré su estampa, siempre derechito, con sus gafas oscuras y su habitual sombrero, caminando hacia el Café de las Cuatro Estaciones. Y es que Tefo era (y tal vez lo sea por siempre) una presencia en el casco de la ciudad.

Aquí vivió durante largos años, trabajó, hizo arte del bueno, se conoció bohemio, y cultivó la mágica conversación cotidiana. Sus panas, los artistas de la Calle San Sebastián, lo acompañaban a diario, pero también lo hacían los camareros, dependientas de las farmacias, estudiantes, transeúntes y los vecinos y vecinas de toda la vida. Todo el mundo sabía que era un hombre importante, que su obra valía y vale, sin embargo, también lo conocían por su sencillez asombrosa.

Yo también lo conocí. Compartí con él, nos visitamos, y con mi compañero Ariel Ortiz Tellechea, nos retratamos los tres, riendo, gozándonos el frescor de un atardecer navideño y de las luces rosadas sobre el patio español. Luego vino la amistad entre nuestros hijos, Pablo y Alana, el compartir de sus estudios universitarios; otras largas conversaciones al fragor de la juventud.

Pero nunca había entrevistado a Tufiño. Ese momento llegó el 7 de enero de este año. Y aunque el Tefo ya se sentía enfermo su lucidez brilló a través de las ondas radiales. Días después fue hospitalizado. Las imágenes de la conversación en el estudio rondan en la memoria, su metáfora del “enamoramiento de la toronja” me alucina. Comparto hoy este recuerdo que es más una conversación informal entre amigos que una entrevista, con el cariño que guardo por su hijo menor Pablo, y con el respeto que siempre he tenido por el gran artista Rafael Tufiño.

Norma Valle -Tefo, tú eres un artista tan prolífico; haces grabado, dibujo y pintura. Pero, te pregunto, ¿cuál de tus obras, una o más, tienes más cerca de tu corazón?
Rafael Tufiño- La que inmediatamente sube al corazón es Goyita, que es el retrato de mi mamá. Ella era Escorpio como yo, y da la casualidad de que cuando empiezo a trabajar en toda esta obra es la época de Escorpio, para octubre del ‘51. Y a mí lo que me importa es que la hice bien feliz, ella estaba bien feliz con su cuadro.

¿Es óleo sobre lienzo, u óleo sobre masonite?
Lo hice sobre masonite porque en ese tiempo estábamos acostumbrados a usar masonite (plancha de fibra de madera). Claro, yo la preparé bien, hice el boceto encima y después empecé. Yo siempre pintaba los fines de semana, porque durante la semana tenía otro trabajo, y a mí me gusta cuando me pongo a pintar, pintar todo el día. No me gusta pintar poquito, sino estar apegado a la obra todo el día. Resulta que el primer día pinté todo el día pero cuando lo miré como que no estaba bien y lo borré. Al otro día empecé de nuevo y me pasó lo mismo, entonces ya en el tercer día lo hice. Yo creo que los días anteriores se convirtieron en un entrenamiento, en un ensayo.

Es como si estuvieras haciendo bocetos.
Entonces cuando terminé, por la noche, me dije, esto es, y unos días después le di unos toques a la cabeza. Lo que importa es que yo fui hijo único y yo admiraba mucho a mi madre y la lucha que ella había tenido y lo que había hecho, yo la respetaba.

¿Ella posó para ti o tú la hiciste de memoria?
Ella posó para mí en el principio, y después yo iba pintando a base de lo que tenía hecho y elaborando sobre eso.
Y cuando ella vio el cuadro, ¿cómo se sintió?
Se sintió más bien (sonríe), no quiero exagerar, pero sé que se sintió bien y yo me sentí bien feliz, porque yo creo que era lo mejor que yo podía hacer como regalo a mi madre.

Ese cuadro, ¿dónde está actualmente?
En los sesenta pasó a formar parte de la Colección del Instituto de Cultura. Es que yo quería que estuviera en un lugar seguro, que no hubiera muchos cambios, y eso tú sabes que las instituciones cambian mucho, pues, ahí lo tienen en el museo.

En la preciosa pinacoteca, en el Convento de Santo Domingo.
Sí, con otras pinturas mías, le tienen creo que El Santero al lado y, más acá, tienen otros cuadros.
Nací en Estados Unidos, pero siempre de niño escuchaba hablar tanto de Puerto Rico que cuando llegué a la Isla y empecé a verlo todo, para mí fue una experiencia grande. Me llenó mucho, quería dibujarlo todo.

Tú querías dibujar paisajes y casas.
No hice muchos paisajes porque yo no guío y eso es un problema porque tengo que llevar la caja de pintura y traer el cuadro y para mí era un problema.

Pero tus paisajes son urbanos
Cuando regresé de México (dónde estudió arte con los muralistas mexicanos) escuché un programa de Abelardo Díaz Alfaro (WIPR Radio), que fue importante para mí. Él habló del estilo de pintar la figura y con un pequeño paisaje detrás. Entonces, mi obra ha sido así.

Tú te criaste en Nueva York hasta que tenías como diez años y luego llegas aquí, a Puerta de Tierra, ¿resides en Puerta de Tierra?
Primero tuve la suerte de vivir como si fuera un prólogo. Resulta que yo tenía como cinco años y el doctor que me atendía le dijo a mi mamá que yo necesitaba el sol, o sea la vitamina D. Pues me trajeron a vivir a La Perla. Mi abuela tenía una casa allí, eso fue antes de San Felipe, una semana antes del huracán regresé a Estados Unidos. Durante esa estadía en San Juan asistí al Colegio de Párvulos (Viejo San Juan) y lo único que recuerdo de esa experiencia es que una monja me dio toronja y me enamoré de la toronja para todo el resto de mi vida.

Así que ése fue tu acercamiento a Puerto Rico cuando eras chiquito, en La Perla, el mar, el olor del mar.
Sí, todo eso y ver a mi tío, las cosas que hacía, oír el cuento del matadero allá abajo, de las Fiestas de Cruz, yo no sabía nada de esas costumbres y me enamoré de todas estas manifestaciones.

Cuando llegaste, ¿hablabas inglés o español?
Yo hablaba inglés y un poco de español, pero no escribía español, porque en la escuela en New York lo que aprendí fue inglés. De hecho, cuando vengo a los diez años aprendo el ma, me, mi, mo ,mu, porque no daba pie con bola en la escuela de aquí, hasta que me pusieron en primer grado.

Entonces, cuando llegas en el 1932, vives en Puerta de Tierra.
Si, vivo en el Ranchón Tesoro que era un multifamiliar grandísimo que estaba en la calle Pelayo en la Parada 5, cerca de la vía del tren y ahí vi cosas que utilicé para la plena (Mural La Plena), como una vez que subieron a una mujer cortada.

¿Ése lo usaste para ilustrar el mural de la plena “Cortaron a Elena”?
Sí, me acordé de eso y lo pinté en el cuadro.

¿Qué más recuerdas de tu infancia?
Bueno en ese tiempo estuve en San Juan y recuerdo poco. Pero verdaderamente cuando era pequeño es que entra en mí San Juan. Es que cuando yo llego vivíamos en el arrabal y los primos míos vendían maní. Yo me puse a vender maní también porque había que ayudar a la economía de la casa, porque era la época de la depresión y entonces yo caminaba por toda la Avenida Fernández Juncos hasta donde están las lanchas de Cataño para vender maní. Pero siempre cogía y me iba a ver todo el Viejo San Juan y me enamoré de San Juan, de lo bello, la arquitectura, las calles, eso me encantó. Y, no creas, me dio trabajo, llegar a vivir en San Juan por la cuestión económica. Empecé a trabajar en San Juan en los cincuenta y a vivir allí en los sesenta.

¿Empezaste a trabajar en los cincuenta en la División de Educación a la Comunidad, donde estaba ese grupo maravilloso de artistas?
Sí. Sabes qué pasó, siempre hay cosas bien bonitas, yo estaba en el taller en Puerta de Tierra, y te acuerdas que te dije que cuando había trabajos afuera yo era quien salía.

En Puerta de Tierra hacías rótulos.
Sí. Pues llamaron de la División solicitando un rotulista. Como yo era el que salía a hacer rótulos afuera, fui. Rosado, el maestro, iba al lado mío a llevarme, y yo estaba un poco molesto porque no me gustaba trabajar para el gobierno. Pero cuando llegué allí empecé a ver, y empecé a hacer todos los letreros, y alargué el trabajo para ver bien lo que estaba pasando como si fuera un chismoso.

Y allí estaba la flor y la nata de los artistas, los escritores René Marqués, Pedro Juan Soto.
Sí, estuvo Julio Rosado del Valle, y ya estaba Homar, entonces entré yo. Y yo era como un segundo jefe. Homar y yo, a pesar de ciertas circunstancias, nos llevábamos bien en muchas áreas. En el mundo de las ideas decíamos vamos a hacer esto y nos poníamos de acuerdo y hacíamos arte para la educación de la comunidad.

¿Cuánto tiempo estuviste trabajando en ese maravilloso taller?
Yo me fui en el ‘63, a finales, como para octubre, porque yo tenía unas ideas un poco raras o tal vez son buenas.

Sí, yo creo que sí que son buenas.
… y era que yo no quería trabajar mucho tiempo en un mismo lugar, porque uno se convertía en el trabajo mismo.

... se ponía como obsoleto en el mismo trabajo.
Entonces me fui al Instituto de Cultura Puertorriqueña con Homar y con don Ricardo Alegría. Yo admiraba mucho la obra de Ricardo. En el ’50, Ricardo antes de que creara el Instituto y la Escuela, nos encontrábamos, hablábamos, y él se quejaba conmigo. Me decía: “no entienden de lo que yo estoy hablando”. Me lo decía a mí, y yo sabía que todo lo que él quería hacer estaba bien.

La obra extraordinaria que ha hecho don Ricardo Alegría con la ayuda de gente como usted.
Él salvó a San Juan. Cuando yo llegué a San Juan los edificios se estaban derrumbando. Claro, ahora los edificios cuestan como un millón de pesos pero mira qué bonito y bien arreglado está San Juan. Lo único que lo dañan son los graffiti.

Los graffiti, qué triste, porque si fuera graffiti artístico. Pero tú y yo tenemos el privilegio de vivir en San Juan, de amarlo, y amar cada piedra, y ese Viejo San Juan está mucho en tu obra, Tefo.

Mira yo hice un monograma de mi dirección, eso se me ocurrió un día en los sesenta. Ponía un retratito, un dibujo mío lineal, ése era Rafael Tufiño, entonces los adoquines, el número 107, un San Juan, un gatito, Puerto Rico. Hay carteles que tienen eso con los adoquines, porque me volví loco con los adoquines, tanto así que fui al diccionario para ver qué quería decir adoquín, y cuando lo leí me espanté, decía necio, y lo eché a un lado, y me dije: ¡ay no!, a mí no me importa nada de eso, eso es cosa de ustedes, yo quiero a los necios.

Nuestros adoquines son bien especiales y son bellos.
Eso es bien lindo en San Juan. Hay unos brutos que quieren quitarlos, bueno que me perdonen eso de bruto, creo que no debo ser así.

Tefo tú haces grabado y haces pintura, ¿qué te gusta más de las artes plásticas?
Primero lo que yo hacía era copiar, entonces me volví “sign painter” (pintor de rótulos). El “sign painter” es más creativo que los que solamente copian. Usa la inventiva para hacer los diferentes tipos de letra. Eso me llevó al diseño del libro, de ahí hasta Educación de la Comunidad. Entonces empecé a estudiar las cuestiones de espacio, tipografía, las líneas, los espacios.

En mí todo ha sido por etapas. Por ejemplo, en el ‘46 cuando estaba en México y oigo la palabra grabado digo “¡ay!, yo quiero estudiar eso”, no sabía ni qué era. Mi compañero de estudios me quitó la idea, pero yo salía de una clase y me metía en el taller de grabado a ver qué era lo que estaban haciendo. Nunca estudié grabado sino que simplemente lo vi, lo aprendí de verlo y cuando me iba a ir le pregunté a los compañeros del taller que dónde compraban las herramientas. Por casualidad era en Nueva York, en Lions’ en Fulton Street y yo me apertreché y vine a Puerto Rico cargado con todas las herramientas. Luego pintaba letras y tenía el grabadillo, practicando fui haciendo grabado.

Por influencia de Homar hice un grabado de un cortador de caña, así en madera. Entonces iban a hacer un porfolio, y yo le presento a Irene Delano, entonces directora de arte de la Divedco, y cuando vio el cortador de caña, me dijeron ¡muchacho!

Se quedaron maravillados.
No, el primero no, lo miraron como que eso está leña. Yo me fui para mi casa y trabajé toda la noche, entonces les traje el grabado del cortador de caña y me lo aplaudieron mucho.

Me imagino que trabajar así en ese grupo fue bueno porque se estimulaban unos a otros tanto en la Divedco como en el taller del ICP.
Sí porque la idea no era de que yo era mejor ni peor. Mira, esto es para otro nivel, hay que suspender los celos, las envidias.

Es importante trabajar en equipo.
Sí, pero, sin celos.

Algunos de los Libros del Pueblo (serie de la Divedco), no tienen la identificación de quien hizo el dibujo, aunque se nota que son varios de ustedes, Isabel Bernal, tú y Carlos Raquel Rivera, pero no están identificados sino que se ponían todas las ilustraciones y simplemente al final los nombres de los artistas, eso era usual.
No se ponían los nombres porque era trabajo de Educación de la Comunidad y era el todo y no era una persona. Con el tiempo, pasó con los mismos carteles que, por ejemplo, todo lo que se hacía era de la División. Cuando empezó el reconocimiento lo suspendieron. Yo, perdonando, el primer cartel que hice salió en un libro internacional con todos los grandes cartelistas del mundo, “chacho”, yo me quedé bobo.

Ese cartel tuyo La casa del amigo ha recorrido el mundo entero, es una maravilla, porque es minimalista, con tanto color.
Ése es mi cartel japonés.
Tú sabes que cuando estábamos en la División nosotros hacíamos un boceto, hacíamos el cartel y ya. Sabíamos que detrás de eso estaba la gran intención de educar. Aconsejábamos, decíamos ese valor está mal, a ese color hay que ponerle esto, le falta tal cosa, el proceso de crítica era bien colectivo.

En México ¿estudiaste con los maestros del mural o estudiaste sólo pintura?
Yo estudié pintura y dibujo en la Facultad de Pintura de la Academia de San Carlos. Estudié pintura al fresco, la técnica del fresco. Ellos no te enseñan la composición, porque la pintura en mural es esencialmente la composición y no todos componen bien, desconocen mucho.
Mira una cosa que a mí me sucedió es que yo salía de la División y me ponía a mirar la Iglesia de San José (Viejo San Juan) y a mí me estaba raro, porque la puerta está aquí y no está allá, y porque la ventana está aquí y no está acá. Estuve bregando eso unos cuantos años. Hasta que descubrí que eso era simetría dinámica, que se usa en el cine. Eso viene de los griegos, tú coges un pintor como Seurat, sus composiciones son de simetría dinámica. Así también Picasso y todos ellos. La cuestión es que caí en cuenta y estuve dando clases sobre esto a los estudiantes.

Tu pintura de la Iglesia San José es maravillosa.
No, sólo me estaba haciendo preguntas.

Lo que digo es que la pintura, que se incluye en tu libro de la retrospectiva, es maravillosa. Es decir que pintaste la iglesia.
Sí, no me acuerdo. (“Sí la pintaste, en azul”, dice su hijo Pablo, quien lo acompaña durante la entrevista.)
Simetría dinámica es la regla, lo básico es la ley del caracol, lo representa sin dibujo, es un cuadrado, la diagonal te da el rectángulo y así se va convirtiendo en otro rectángulo y entonces del cuadrado se va formando una curva. Las cosas bien diseñadas están hechas a base de la simetría, de ese tipo de composición.

Te pasas observando, te veo en la plaza, toda la vida has sido un observador del pueblo, de tu ciudad.
No tengo mas na’ que hacer.

...y pintar
Pero cómo uno va pasar indiferente por ahí, chica, y estar distraído con tonterías.

Tefo tú has tenido el privilegio de vivir de tu pintura, económicamente has podido mantener a tu familia
No, más bien he tenido que trabajar y trabajar en bruto. Pero una cosa ha ido trayendo la otra.

… Pero has trabajado en cuestiones de arte
Sí el arte viene envuelto, pero una cosa ha traído la otra. Por ejemplo, los grabados. Hay un grabado que yo hice de mi mamá con Rafaelito, que está en la Biblioteca del Congreso, el del temporal está en el Metropolitan Museum of Art.

Cuando me iba para el Instituto fue cuando Luiggi Marozzini (importante galerista de San Juan, ya fallecido) puso su galería y me pidió que hiciera una exposición de grabados en la Galería Colibrí. A mí se me ocurren cosas raras, pensé que los artistas no deben aburrir la audiencia. Así que en vez de pintar cogí una plancha e hice todo el cartel en grabado. Entonces, Lieberman (marchante de arte) vio la parte que yo había hecho en el grabado, de una mujer mirando al techo y me pidió que le hiciera 200 copias.

Tenía otro segmento que se llamaba El Tefo, en este autoretrato, yo estoy sentado con una matita, detrás de mí está el sol, y tengo un libro de Erich Fromm (a quien conoció personalmente) en el bolsillo, estoy mirando hacia el frente. Lieberman me dijo que le hiciera 20 grabados de ésos.

Y te los compraba.
Sí, ese señor me levantó.
Déjame contarte sobre el grabado que está en el Metropolitan. Resulta que en la calle 8 había un chileno, era un periodista con quien relajábamos. Me decía que yo era un vago, así es que un día le mandé unos grabados, incluyendo uno de Loíza, que se llama La Ceiba. Lo exhibió en su galería y cuando vino el representante del Metropolitan enseguida lo compró para el Museo. Salí con el perfil así (ladea la cabeza).

Todo orgulloso, me imagino…

Postdata
La obra artística de Rafael Tufiño se encuentra en la Galería Nacional de Puerto Rico, en el Museo de Arte de Puerto Rico, el Museo de Ponce y en el Museo de Arte Contemporáneo. En Nueva York está representado en el Museo del Barrio, el Museo de Arte Moderno y el Museo de Arte Metropolitano. En Washington, DC, en la Biblioteca del Congreso de los EEUU. En Filadelfia, en el Museo de Arte de Filadelfia. También su obra se encuentra en Holanda, en los Emiratos Árabes, así como en cientos de colecciones privadas en todas partes del mundo.

En esta conversación-entrevista periodística que incluimos aquí se refleja la humildad auténtica de este grande de la pintura puertorriqueña. Se refleja su ironía, su sentido del humor, pero principalmente, su sentido de asombro ante las cosas más sencillas de la vida, una toronja, un adoquín, la fachada de una iglesia. La forma en que se expresa a sus ochenta y tantos años es incomparable. Habla de cuando “San Juan entró en mí”, “cuando me enamoré de la toronja”, de su madre, de sus colegas, de las ideas que ocuparon su mente durante su vida.

Transcrita, su palabra permanece; más su voz, con pausas largas y sus reflexiones en voz alta, hacen bien a quienes la escuchamos.

1Esta es la última entrevista que concedió el pintor del pueblo, Rafael Tufiño. Se transmitió en vivo por Radio Universidad de Puerto Rico, WRTU-FM, el 7 de enero de 2008, a las cuatro de la tarde, en el programa Agenda de Hoy de la periodista Norma Valle Ferrer.