Antes de su estado actual, el Instituto de
Cultura Puertorriqueña (ICP) conoció la existencia de un mural
del fenecido maestro Rafael Tufiño (1922-2008), ubicado en la
Escuela Ramón Power y Giralt del municipio de Las Piedras, pero
en ese entonces −cerca de un quinquenio antes de la muerte del
celebrado pintor−, la burocracia impidió negociar su entrega
aunque los involucrados todavía recuerdan que había enchufes
instalados sobre la pieza que sufría además de una penosa
agresión.
“Ese fue un mural producto del Proyecto de Murales y Obras de
Arte, comisionado a artistas puertorriqueños para los espacios
públicos cerca de los años 70; e incluso hubo una ley que
destinaba el uno por ciento para las obras de arte que
acompañaban aquellos espacios. En una época se cumplió con ese
mandato y recuerdo que el mural estuvo por mucho tiempo en la
escuela de Las Piedras. Durante mi incumbencia como directora
del ICP tratamos de que se nos diera, al ver que estaba
sufriendo de una agresión, sobre todo por desconocimiento del
valor que la obra tenía. Recuerdo que tenía unos enchufes sobre
la obra y sentimos que una pieza tan importante estuviera
abandonada”, recordó la doctora Teresa Tió, curadora de la
exposición retrospectiva “Rafael Tufiño, el pintor del pueblo”,
instalada en el Museo de Arte de Puerto Rico (MAPR) y el Museo
del Barrio (MB) en Nueva York.
Mas no fue sino hasta el año 2009, cuando el Programa de
Escuelas Siglo 21 tomó auge, que la Autoridad para el
Financiamiento de la Infraestructura (AFI), encontró que tenía
esa obra de arte y dio los pasos para utilizarla. Se sometió
entonces el Proyecto de Ley Núm. 40, que declaró la obra como
patrimonio histórico. Se dispuso además que el ICP y el
municipio de Las Piedras realizaran todas las gestiones
necesarias para restaurar y preservar la obra de Tufiño.
“Expertos en el área –de los que habemos pocos− fuimos e hicimos
el examen original para rescatar la pieza de la escuela. Esta
estaba escondidita en un salón de clases, pintada sobre masonite
compuesto de pulpa de madera, que en ese período era un sustrato
muy popular y aun lo sigue siendo. Es un material bien acídico y
se deteriora muy fácilmente dado que es bien atractivo para los
insectos, con glucosas, azúcares y nutrientes. Cuando llegamos a
AFI, el primer problema que tuvimos era que la obra tenía
comején activo y estaba adherida a una pared de concreto con
cemento de contacto. Una vez determinamos eso, buscamos una
técnica para poder desprenderla y trasladarla hasta el taller”,
declaró el conservador de objetos de arte César Piñero.
Una vez trasladó la pieza −que se compone de cinco paneles− al
taller Fine Arts International de la Urbanización San Ignacio de
San Juan, fue fumigada, cerciorándose los profesionales a su
cargo de que el gas no dañara la coloración y el material. Se
hicieron varias pruebas y actualmente los conservadores se
encuentran en el asunto de cómo proteger la capa pictórica,
mientras se consolida lo carcomido y deteriorado. El comején
caminó por detrás del mural y terminó saliendo a la superficie.
Usualmente, según ilustró Piñeiro, el comején deja la superficie
intacta para que no se sepa que está ahí y se interfiera con él.
En este caso, el termes se atrevió a traspasar la capa
pictórica, a menos que se rompiera accidentalmente, creando
áreas de faltantes.
“Había además cinco receptáculos adheridos con tornillos a
través del masonite a la pared de concreto. Todo eso se removió.
Esto es un verdadero proceso de restauración porque es
complicado. De hecho, este es un trabajo interdisciplinario. Una
de las cosas que hicimos fue llamar a unos colegas para examinar
si en verdad esto era óleo o acrílico, porque para poder
limpiarlo apropiadamente queríamos saberlo. Hicimos unos
exámenes con fluorescencia de Rayos X para determinar cuáles
eran los pigmentos, y otros con una máquina que determinaba el
medio, que era el acrílico. Estamos realizando otras pruebas
para determinar cuáles hongos tiene para saber cómo vamos a
mitigar este asunto”, agregó Piñero sobre su fascinante trabajo
científico.
Aparte de todo esto, una vez se identifiquen los hongos es que
se sabrá cómo limpiarlos. Otro asunto es limpiar los grafitis
que leen Pablito, Toni, Anita, Edgar, Johnny, Andy y hay además
un retrato. Se pueden ver algunas huellas de los pupitres
reclinándose hacia atrás y huellas del pintor de la escuela que
dejó caer gotas de látex sobre la obra.
Este taller de conservación ha servido a otras instituciones
como la Casa Blanca, los Smithsonian Museums y el National Trust
for Historical Preservation de Washington, D.C.; el Museo
Nacional de Historia y el Museo del Templo Mayor de México; el
Henry Ford Museum de Michigan, el Ohio State Capitol y el
Atlanta History Center de Estados Unidos; el Museo de Arte de
Puerto Rico, el Museo de Arte Contemporáneo, el Castillo
Serrallés de Ponce y el National Park Services de los castillos
San Cristóbal y El Morro de Puerto Rico, entre muchos otros.
Trabajan igualmente con el profesor Johnny Lugo, quien es
conservador científico, y el doctor Antonio Martínez, quien es
físico, ambos asociados al Centro de Caracterización de
Materiales en el Departamento de Ciencias Naturales de la
Universidad de Puerto Rico (UPR). Ellos tienen la maquinaria
para hacer estos exámenes y diagnósticos, proveyéndoles
información para continuar con este proyecto.
“Esta pieza revela una paleta de colores de Tufiño muy popular
que utilizó en varias pinturas con los naranjas, violetas y
azules. La obra tiene actualmente un valor estimado de $500 mil
dólares. Los custodios son AFI y el ICP, quienes una vez esté
restaurada la obra decidirán dónde instalarla”, concluyó
Piñeiro.
|