Los pueblos pequeños
son muy peculiares. Lo que se dice o se hace en un extremo, en
el otro se sabe. Hay prototipos, grupos, ganguitas, y también,
una muy marcada división social.
En mi pueblo, por ejemplo; hasta los drogadictos demandan paz y
tranquilidad para disfrutar su embolle. No hace mucho tiempo,
pasé por una esquina, y leí, escrito en la pared de un negocio:
"Necesitamos paz, los drogadictos somos gente decente".
Así, de momento, no pude hacer nada más que echarme a reír, pero
luego me puse a pensar... ¡Claro, es verdad! Ellos también son
gente decente. Si así se sienten, es porque así son. Sin
embargo, debemos pensar, que este es un mal terrible que aqueja
a nuestra sociedad. Los que no lo son, desgraciadamente no
piensan así. La mayoría de las personas, a este grupo, le llaman
drogos malos. Los drogadictos, por su parte, se consideran gente
decente, es su opinión personal, y hay que respetarla, tanto
como a ellos.
Muchas cosas pasan en Puerto Rico y en el mundo entero antes de
que un joven llegue a convertirse en drogadicto.
Carlos era un muchacho muy bueno y responsable. Quería mucho a
sus padres. Junto a su hermana Susana formaba una familia
preciosa. Contaba apenas doce años, cuando su padre, que también
era un hombre bueno, sin aparente motivo, comenzó a ausentarse
del hogar. Una noche, mientras él dormía, se despertó al
escuchar una fuerte discusión entre sus padres. Sin atreverse
siquiera a mover una mano concentró su oído. Era tan raro oír
este tipo de discusión en su casa. — "Sólo quiero que me digas
dónde has estado todos estos días", -dice Ana.
— "¡Qué importa dónde he estado!" contesta Manuel malhumorado.
"Lo que deseo es que me dejes en paz. ¿No te basta con que te
traiga dinero para los gastos del hogar? ¿Es que acaso no estás
conforme con que trabaje todo el tiempo? ¡Eso es lo que hago,
trabajar! ¿oíste?, y ahora, ¡déjame, quiero dormir!"
— "¡No, no me basta! Antes hacías el mismo trabajo y llegabas a
casa temprano y siempre."
— "¡Pues ahora, no! ¡Así de sencillo! ¡No puedo venir todos los
días! ¡No puedo llegar temprano! ¡Estoy muy ocupado!"
— "¡Eso no explica nada!"
— "¡Allá tú, piensa lo que quieras! ¡Hasta mañana!"
Carlos no podía creer lo que había oído... ¡Sus padres
peleando! Eso era algo muy raro para él... Una amarga tristeza
comienza a lastimar su corazón...
A la mañana siguiente se levanta para ir a la escuela.
Su madre estaba muy tranquila preparando el desayuno.
— "Buenos días, mamá".
— "Buenos días, hijo".
— "¿Y papá, se levanto ya?"
— "Sí, hijo, tu papá se fue muy temprano al trabajo. Está muy
atareado."
Carlos no comenta nada. Piensa, ya mi madre ha comenzado a
mentirme, ella nunca lo ha hecho. Algo grave debe estar pasando.
Y la discusión que tenía anoche con mi papá, pasa algo terrible.
Lo siento aquí en mi mente y en mi corazón.
— "Susana, Carlos, el desayuno está listo. Se les hace tarde
para ir a la escuela".
Los niños toman su desayuno. Mamá los lleva a la escuela.
— "Hasta la tarde, hijos".
— "Hasta la tarde mamá. ¡Cuídate mucho!" -contestan los niños.
Pasan días, semanas y meses, la situación en el hogar continua
de mal en peor.
Carlos está muy lastimado por lo que sucede. Comienza a sentirse
solo, triste y amargado. Un día, su madre lo llevó a la escuela.
Susana se fue al salón de clases, pero él se quedó en el patio.
Dio varias vueltas y cuando se quedó solo, se escurrió por
detrás de la escuela. Se sentó en una piedra y comenzó a llorar,
estaba destruido. No alcanzaba a explicarse lo que sucedía. Como
es común en estas situaciones, siempre hay alguien que quiere
averiguar lo que pasa. Se le acercó Juan, un compañero de
escuela, y le preguntó:
— "¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras, Carlos?"
— "Nada Juan, simplemente tengo deseos de llorar."
— "¿No será que estás llorando por lo que dicen de tu papá?"
— "¿Qué es lo que dicen de mi papá?"
— "Pues la vecina le dijo a mi mamá que tu papá era un bichote,
que a cuenta de eso era que los mantenía a ustedes, y que
además, por eso era que tenía un carro muy caro y muchos lujos
en la casa."
— "y... ¿qué es eso de un bichóte?"
— "¿Que tú no lo sabes? No estás en nada. Mira, un bichote es el
tipo que le trae droga a la gente para que la vendan. Es mafia.
Así es que pueden tener tanto dinero, aunque no trabajen. Esos
tipos pudren a la gente en el vicio y le hacen mucho daño al que
le compra la droga."
— "Pero, no, no. Mi papá no hace eso. Mi papá es un hombre
bueno, él trabaja mucho. Eso es mentira."
— "Sí, porque eso para él es un trabajo como otro cualquiera. Tú
no te has fijado que tu papá tiene como diez cadenas en el
cuello, además no le caben las sortijas y las prendas de oro que
lleva en la mano."
— "No, no me he fijado ni me quiero fijar. Mi papá es un hombre
bueno, mi papá no es lo que tú dices."
Carlos lloró sin consolación. Se fue de la escuela y estuvo
deambulando todo el día por el pueblo. Cerca ya la hora de
llegar su mamá a recogerlo, regresó y se paró junto al portón.
Llegó su mamá, se subieron al auto y se fueron a la casa. Cuando
llegaron, él preguntó: _ "¿Mamá por qué papá compró otro carro
nuevo?"
—" El no lo compró, hijo. Ese carro es de la compañía donde él
trabaja. ¿Por qué me preguntas?" _ "Por nada. Bueno, porque el
otro carro está nuevo todavía y él no lo usa."
— "Así es mejor, porque si la Compañía le provee auto para su
uso, el de nosotros se conserva en mejores condiciones."
Carlos pensó, mami me está mintiendo de nuevo. ¿Por qué me
mentirá? Si le pregunto lo de las cadenas, las prendas y lo del
bichote, también me mentirá y se enojará mucho conmigo.
Sigue pasando el tiempo y Carlos sigue viendo cosas raras en su
hogar. Papá no vino hoy a la casa... Cuando llega mamá le
pelea... Papá dejó un enorme paquete de billetes en la gaveta...
Su mente estaba repleta de situaciones desagradables. Para colmo
de todos sus males, un día, cuando llegó a la escuela, Juan lo
estaba esperando con un periódico en la mano.
— "Mira, Carlos, ¿conoces a este señor que está en primera
plana? Lo cogieron con un cargamento de drogas en su auto."
Carlos cogió el periódico y para su sorpresa, lo que encontró
fue el retrato de su padre.
— "¡No, Dios mío! ¡No puede ser, no!"
Sale corriendo y llorando de la escuela. Llega a su casa. Su
mamá está muy nerviosa; hay algunos vecinos y familiares.
— "¡Mira mamá! ¡Mira ese periódico! ¡Este es mi papá!"
— "Hijo, eso es una equivocación. Tu papá no ha hecho nada de lo
que dice ese periódico. Eso es un error."
Otra mentira. Carlos se sentía como si lo quisieran ahogar
apretándole la garganta. Lloró. En su mente, tan tierna aún,
había demasiada confusión.
Al otro día, al llegar a la escuela, todos comentaban la tan
sonada noticia. Se burlaban de él. Siguieron los comentarios,
las mentiras, los secretos.
Carlos dejó de ir a la escuela. Se sentía enfermo, triste,
abochornado.
Aquí no termina todo. La mamá de Carlos hizo arreglos y sacó a
su esposo de la cárcel. Cuando él llegó a la casa, todo era un
mar de lágrimas. Carlos se acercó a su papá, y lleno de miedo,
le preguntó:
— "Papi, ¿fue verdad que te llevaron a la cárcel por ser un
bichote?"
— "¿Qué significa esa palabra? ¿Quién te dijo eso?"
— "Un nene de la escuela me lo dijo, y me dijo también, que eso
era mafia."
— "Eso no es cierto. Lo del periódico es un error. No quiero
volver a escuchar esa palabra. ¿Entendido?"
Carlos ya no sabía qué pensar. Todos le mentían..., pero y su
amigo, ¿le estaría mintiendo también? ¡Todo era tan difícil! El
era sólo un niño, no tenía malicia, no podía entender las cosas,
pero sabía que algo muy malo estaba pasando. Aquí su vida dio un
giro total. No quería ir a la escuela, se encerraba en su
cuarto, no hablaba mucho, estaba traumatizado. Su madre, muy
preocupada, echó mano del dinero de su esposo y llevó al niño a
un sicólogo. En la consulta con Carlos, salieron a relucir
muchas cosas que tenía guardadas en su interior. Volvió a la
escuela, pero siguió mal. Siguen los tratamientos, pero también
los problemas. Ya en el hogar no había paz. Su padre había
perdido el trabajo real que tenía en una farmacéutica, tampoco
podía salir a su negocio en la mafia. No tenían con qué comprar
alimento. Sus padres peleaban a diario. La madre se fue a
trabajar. Con lo poco que ganaba llevaba el sostén a la familia,
pero de repente, surgió una nueva modalidad. Su esposo
necesitaba ingerir alcohol hasta emborracharse. Esto llega al
colmo, al desastre. Tras varios tratamientos con el sicólogo, la
madre
decide retirar a Carlos de los mismos porque ya no contaba con
recursos para pagarlos.
El niño continuó yendo a la escuela. Muchos de sus compañeros se
mofaban de él. Ya no vestía tan bien como antes ni usaba calzado
de marca.
Así fue como un día, se le acercó un muchacho, que se ofreció a
ayudarlo y mostró cariño e interés por él. Le acompañaba durante
largas horas. Le hablaba de cosas buenas, de la importancia de
estudiar, de religión; en fin, le hacía sentirse confortado y
hasta feliz. El joven pasaba mucho tiempo aconsejándolo y
guiándolo por el buen camino.
Un día, cuando ya Carlos se sentía más tranquilo y confiado en
su mejor amigo, ya casi se había olvidado de sus problemas, el
joven no apareció a hacerle compañía. Esto bastó para que su
ánimo decayera. La tristeza, el dolor y la amargura se
apoderaron de él nuevamente. Llegó la desesperación. No sentía
deseos de volver a su casa, donde no había paz y se sentía
asfixiado. Pasó así algún tiempo hasta que... un día, para su
sorpresa, vuelve su amigo.
— "¡Hola, Carlos! ¿Cómo estás?"
— "Estoy mal. Solo. No sé qué hacer."
— "Pero Carlos, aquí estoy de nuevo. Ya no estás solo. Mira,
vamos a dar una vuelta para que te tranquilices."
Se fueron a caminar. Su amigo seguía hablándole y aconsejándole
como de costumbre. Cuando se hallaban en un lugar bastante
solitario le dijo:
— "Mira, Carlos, lo que tengo aquí. Le mostró una sustancia
blanquísima. Esto es lo mejor que puede existir para ayudar a
uno a sentirse bien y a olvidarse de todos los problemas."
— "Pero, ¿qué es eso?"
— "Ya te dije, con ésto te olvidarás de todo lo desagradable...
y te lo digo yo, que soy tu amigo. Confía en mí. Anda, pruébalo
y verás."
— "Pero, ¿cómo lo tomo?"
— "No tienes que tomarlo."
— "¿Entonces?"
— "Solamente tienes que olerlo fuerte, y ya."
— "¿Solamente eso?"
— "¡Claro, es fácil, y te ayudará"
Carlos prueba aquello, que no era tan agradable como le había
dicho su amigo. Qué sensación amarga quedó en su paladar, pero
de repente, comenzó a sentirse bien, luego... muy bien.
A partir de ese día , su amigo era inseparable. Le regaló el
medicamento varias veces. Un día le dijo:
— "Carlos, ese medicamento que yo te traigo cuesta mucho dinero.
Tú sabes que yo también soy pobre . Ya no te puedo regalar nada
más. Anda a ver cómo te consigues un par de pesos para yo
comprártelo."
Carlos se las ingenió de muchas formas para conseguir dinero. Si
era preciso, se quedaba sin almorzar, pero su medicamento no le
podía faltar.
Los padres, envueltos en sus propios problemas, no se habían
percatado de la situación por la cual estaba atravesando su
hijo. El muchacho, por su parte, aparentaba estar funcionando
bien.
Un día se encontraba desesperado, necesitaba el
medicamento, no tenía dinero. ¿Cómo conseguirlo? Estaba en su
cuarto pensando qué hacer cuando su mamá lo llamó. Se
sobresaltó. Casi llegó a creer que le había adivinado sus
pensamientos. No importa, le pediré dinero a mi mamá y le
explicaré que es para comprar ese medicamento que tanto me ha
ayudado. Ella no me lo va a negar porque ella desea que yo esté
bien y me sienta feliz.
— "Carlos, abre por favor:" -repitió la madre.
— "Si mamá, ya voy."
Al abrir la puerta, ve que su madre tiene un billete de diez
dólares en la mano. Le pediré el dinero, pensó, pero no tuvo
tiempo para hacerlo.
— "Hijo, ve al supermercado. Compra leche y pan para el desayuno
de mañana."
— "Bien mamá, voy enseguida."
Tomó el dinero, salió a toda prisa. Corrió, fue a casa de su
amigo. No estaba. De regreso lo encuentra en la esquina. Va
hacia él.
— "Necesito el medicamento ahora."
— "No tengo dinero, Carlos. Lo siento, tendrás que aguantarte un
poco más."
— "Mira, yo tengo diez dólares de mi mamá. ¿Cuánto necesitas? Yo
los uso y luego le explico a ella en qué los gasté."
— "Dame cinco dólares. Pero, ¿qué le vas a decir a tu mamá?"
— "Nada, que ya conseguí la medicina para mis problemas y
necesito dinero para comprarla."
— "No, eso no. Si dices eso, yo no vuelvo jamás a comprarte el
medicamento."
— "¿Porqué?"
— "Porque yo no soy médico y ella se va a enojar."
— "Está bien, no diré nada, o le diré una mentira. Total, ella
me ha mentido mil veces sin yo saber la razón."
Le dio el dinero a su amigo, y luego, cuando regresó a su casa,
convenció a su mamá de que se le había perdido.
A partir de ese día, una serie de sucesos raros ocurrían en el
hogar. Pérdida de dinero, desaparición de objetos de valor,
desaparición de prendas y joyas. Para colmo, el muchacho
comienza a desaparecer del hogar a menudo y a regresar a altas
horas de la noche.
A esta altura, fue que la madre, comenzó a sospechar que su hijo
andaba en problemas y muy peligrosos. Trató de confrontarlo, le
habló, le preguntó, le aconsejó. Nada dio resultado. El daño
estaba hecho y era irremediable.
En esas desapariciones del hogar, Carlos iba a reunirse con su
amigo y con otros que estaban en su misma situación. Ahí, cada
cual se desenmascaraba frente al grupo, y como parte de éste,
entendía y reconocía que había caído en la drogadicción. Ya no
había remedio. Así se sentía muy bien.
Lo que sucede luego, lo estamos viviendo en este momento. Ya no
es un solo Carlos. Se han multiplicado por miles. Han llenado
las calles de pueblos y ciudades. Hacen fechorías que no se
pueden contar, tienen un comportamiento que está fuera de todo
lo concebible, pero ante todo, son seres humanos que han sido
dejados en el más desolador abandono; a merced de la injusticia
y la falta de consideración. Son infelices, fruto de lo que la
sociedad ha sembrado, y que nosotros, consciente o
inconscientemente, hemos estado fertilizando. No nos hemos
detenido a pensar. Carlos puede ser tu propio hijo, tu hermano,
tu sobrino o tal vez, tú mismo.
Recordemos también, que a pesar del mal comportamiento de estos
seres humanos, merecen una oportunidad en la vida, y esa
oportunidad, debemos ofrecérsela nosotros; porque aunque no lo
reconozcamos ni lo aceptemos , hemos sido colaboradores para
propiciar esta situación. No olvidemos nunca, que, a pesar de
todo, "los drogadictos también son gente decente".
FIN
Tomado del libro:
Sálvese quien Pueda
1992
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