Taken from the journal,
Brooklin Daily Eagle
Thursday, April 25, 1901
He Drives Up to the Castle and Cares nothin for
Sentries
The thorough tourist, in vlsítíng Porto Rico, seldom fails to inspect
Fort San Gerónimo, at the western extremity of San Juan ísland. It is an
historic old spot, a Spanish-built castle erected a couple of hundred
years or so ago. It sits away back from the hlghway, the nearest
habitatlon being half a mile away. The approach to the fort is through a long palm shaded lane, and as tradition says the
oldplace is haunted there are few visitors after the sun has set.
Major Seldon A. Day, with two orderlies, is the so!e occupant of the
picturesque spot, and he has been quartered there since General Miles
first entered San Juan. He and hls dogs, cats,
ponies and a braslIian mountain lion seem to be under some sort of influence
whlch pervades the place. For the last two wínters the Major has had a
houseful of guests. nearly all or more or less literary fame, who came to
this secluded spot to commune with nature and take notes and weave weírd
stories of love and war, underground passages, haunted fortresses and the
like.
Among Major Day's guests this month may be mentioned Mrs. and Miss
Burchenal of Baltimore, Helen H. Cardener, author of "An Unoficial
Patriot" and at one time on the editorial staffs of several
magazines; Mrs. W. C. Brazington, wife of the portrait paínter, and
Edward Marshall, the war correspondent, and Mrs. Maraball, Mr. Marshali,
who was severely wounded in Cuba, ís collectlng material for a seríes of
magazine articles.
Every night, promptly at mldnight, so Major Day
tells his guests, a team of whíte horses attached to a coach dashes up
the driveway and into the court. From the coach alights a transparent
figure attlred in the uniform of a Spanish officer of 150 years ago. He
enters the fort noiselesly and the coach drives clattering down the lane.
The sight ís such a familiar one to the old artillery chief,
that he no longer, so he claíms, cares a rap whether the antiquated
Spanish captain visits him or not, but whenever a new guest arrlves the
host insists that he remain until the ghost appears. At first, two years
ago, one of the sentries fired point blank at the drlver, who had refused
to halt on command. The ball passed through his breast, according to the
soldier's tale, but the coach did not even trembled. The guard did,
however, and afterward served a term in the guard house for deserting hls
post.
The old castle is connected with Fort San Cristóbal, two miles away, by a
tunnel, whích is part of a series of underground passages said to
traverse the entire lower city district. The tunnel from San Gerónimo so
tradition and the Major say, is connected with
another from San Cristóbal to El Morro, which is agaln connected with the
palace and the center of the city in the same manner.
These underground passages are a part of the general defense system of San
Juan built by Spain years ago. They have not been explored.
As the evacuating army destroyed the records
October 17, 1898, and thelr exact location has been lost. But in the mlnds
of army officers these passages do exist, the
entrance to nearly all are known and are pointed out to visítors al Fort Cristobal
and Morro—stone built holes in the fortiflcatlons through which one may
pass for a certain distance until further progress is prevented by heaps
of fallen masonry and rubbísh. In one of the
entrances in plain vlew, back of the Executlve Mansion, near the water's
edge, the visitor may go forward about fifteen feet, when a masive íron
door, rusted on it's huge handwrought hinges, is encountered.
Only a few weeks ago one of a gang of workmen reparing the foundation of a
building on the Plaza, was surprlsed to find himself suddenly precipitated twenty feet below the Ievel of the ground. He
had sunk through a thln crust roofing of an underground room. Examination
dísclosed well built concrete arches, subterranean galleries and
hallways. Members of the older families still relate stories to their
children about these passages, and it is claimed by some that the recently
disclosed room was used as a dungeon in the seventeen century. The
propietor of the building was so besieged by curiosity seekers that he
closed up the place wíthout thoroughly examining it. Governor Allen and
dozen of others visited the spot, but were only
rewarded with a glance of a dark opening and whiffs of most foul air. Some
people claim to believe that dozen of skeletons of old time martyrs or
kegs of treasure may yet repose in this walled
up underground room.
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Tomado del periódico,
Brooklin Daily Eagle
jueves, 25 de abril de 1901
Conduce hasta el Castillo y no le
importa para nada
los centinelas.
El turista avezado, que visita Puerto Rico, rara vez deja de inspeccionar
el Fuerte San Jerónimo, en el extremo occidental
de la Isla de San Juan. Es un lugar histórico, un castillo español
construido un par de cientos de años, más o
menos, atrás. Se encuentra muy alejado de la carretera, la vivienda más cercana queda a
media milla de distancia. El acceso al fortín es a través de un paseo
sombreado por palmeras, y como la tradición dice que el viejo lugar está
embrujado, hay muy pocos visitantes después de la puesta de sol.
El Mayor Seldon A. Day, con dos ordenanzas, es el único ocupante del
pintoresco lugar, y ha estado allí acuartelado desde que el General Miles
entró por primera vez a San Juan. Él y sus
perros, gatos, potros y un león de montaña brasileño parecen estar bajo
algún tipo de influencia que permea el lugar. Durante los últimos dos
inviernos el comandante ha tenido la casa llena de invitados, casi todos
más o menos famosos literatos, que vinieron a este apartado lugar para
estar en comunión con la naturaleza y tomar notas y tejer historias
extrañas de amor y de guerra, los subterráneos, castillos encantados y
cosas por el estilo.
Entre los invitados principales del Mayor Day de este mes se pueden
mencionar la señora y la señorita Burchenal de Baltimore, Helen H.
Cardener, autora de "Un Patriota Unoficial" y en un momento estuvo entre
el personal editorial de varias revistas; la Sra. WC Brazington, la esposa
del pintor retratista, Edward Marshall, corresponsal de guerra, y la
señora Maraball, el Sr. Marshali, quien fue gravemente herido en Cuba,
está recolectando material para una serie de artículos de revistas.
Cada noche, puntualmente a la medianoche, según cuenta el Mayor Day a sus
invitados, una cuadriga de caballos blancos unidos a un carruaje, galopa
por el camino y entran a la plaza. Desde el coche posa una figura
transparente ataviada con el uniforme de un oficial español de hace 150
años. Él entra en la fortaleza en silencio,
mientras el coche pasa ruidosamente por el camino. La visión es tan
familiar para el viejo jefe de artillería, que ya no, por lo que según él
dice, le importa un comino si el capitán español lo vista o nó, pero cada
vez que llega un nuevo invitado el anfitrión insiste en que permanezca
hasta que el fantasma aparezca. Al principio, hace dos años, uno de los
centinelas disparó a quemarropa al conductor, que no se detuvo al
ordenárselo. La bala pasó a través de su pecho, según el relato del
soldado, pero el cochero ni siquiera se
estremeció. El guardia, sin embargo, después sirvió un término en la
casa de guardias para desertar su puesto.
El viejo castillo está conectado con el Fuerte San Cristóbal, a dos millas
de distancia, por un túnel, que forma parte de una serie de pasajes
subterráneos, que se dice atraviesa toda la zona baja del distrito de la
ciudad. El túnel de San Gerónimo que la tradición y el comandante
cuenta,
se conecta con otro de San Cristóbal hasta El Morro, que a su vez está
conectado con el palacio y el centro de la ciudad de la misma manera.
Estos pasajes subterráneos son una parte del sistema de defensa general de
San Juan, construida por España hace años. Estos no han sido explorados, pues el ejército destruyó durante
su evacuación los
expedientes del 17 de octubre 1898, y la ubicación exacta de los mismos se
ha perdido. Pero en la mente de los oficiales del ejército estos pasajes
sí existen, la entrada a casi todos se conoce y se muestran a los
visitantes del Fuerte Cristóbal y el Morro, huecos en las fortificaciones
construidos en piedra por donde se puede pasar por una cierta distancia
hasta que seguir adelante es impedido por montones de mampostería derruida
y escombros. En una de las entradas que está a
plena vista, detrás de la Mansión Ejecutlva, cerca de la orilla del agua, el visitante puede avanzar unos 15 pies, hasta
encontrar una masiva puerta de hierro, oxidada en sus bisagras forjadas a
mano.
Hace solo unas semanas, uno de los obreros de una cuadrilla que reparaba
los cimientos de un edificio en la Plaza, quedó sorprendido al encontrarse
de repente precipitado veinte pies por debajo del nivel del
terreno. Se
había hundido a través de una delgada techumbre de un
cuarto subterráneo.
Un exámen reveló bien construidos arcos de concreto, galerías y pasillos
subterráneos. Los miembros de las familias más antiguas todavía cuentan
historias a sus hijos acerca de estos pasajes, y dicen algunos, que la
recientemente descubierta sala fue utilizada como mazmorra en el siglo
diecisiete. El dueño del edificio estaba tan asediado por los curiosos que
sin un análisis pormenorizado clausuró el lugar. El gobernador Allen y una
docenas de otros visitaron el lugar, pero sólo fueron recompensados con
una mirada a una abertura oscura y tufos de aire hediondo. Algunas
personas afirman creer que docenas de esqueletos de los mártires antiguos
o barriles de tesoros aún reposan en esta sala subterránea tapiada.
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