Juané era una de esas raras y maravillosas personas que parecen haber nacido recubiertos con teflón. Los incidentes o circunstancias más difíciles resbalaban sobre él y nunca lo vimos, como dicen por ahí, "perder la tabla". Bonachón y parlanchín, de figura rechoncha.
Siempre jovial, atendía con solicitud a sus clientes en su pequeño cafetín en el 353 de la calle San Agustín,
en Puerta de Tierra, un barrio de San Juan. Un lacito negro engalanaba siempre el cuello almidonado de su inmaculada camisa blanca cubierta con un delantal.
Vivía en un apartamento a puerta de calle, justo al lado de su negocio. Esto le facilitaba mantener la fondita abierta desde tempranas horas de la mañana hasta tarde en la noche. Al calmarse el ajetreo del medio día y al ponerse el sol tomaba su merecida pausa de descanso. Transcurrida una hora lo encontrábamos otra vez tras el mostrador.
Un día por la tarde, mientras los muchachos del 355 jugábamos un partido de béisbol en medio de la calle - para aquél entonces,
en 1954 el tránsito era escaso- observamos como el cartero bajaba de su camión US Mail, con mucha dificultad, una pesada caja de cartón. Tenía escrito en su exterior en letras bien grandes " Fragile-Handle with Care". Juané recibió el
paquete, lo llevó a su apartamento, cerró su cafetín y para cuando terminamos nuestro juego a las cinco de la tarde, todavía Juané no abría las puertas del negocio.
Durante la semana pudimos notar el cambio en el comportamiento de nuestro personaje. La rutina en la fondita era distinta. Ahora doña Mercedes, su esposa, era la que atendía los clientes por largos períodos de tiempo, pues Juané se jondiaba en su apartamento y cerraba las dos hojas de la puerta, y para colmo también las celosías de madera. De alguna forma llegamos a la conclusión de que todo el asunto estaba relacionado con el recibo del extraño paquete en días anteriores. No aguantando más nuestra impertinente curiosidad de niños, le preguntamos qué era el bulto tapado con una sábana, sobre un barril de patitas de cerdo, en una esquina de la sala. Tremendo atrevimiento el nuestro, puesto que se nos había advertido y enseñado que en los asuntos ajenos no debíamos entrometernos. - "¡Ah!
¡Es una caja mágica!" nos ripostó, sin dar más explicaciones.
- "Se los dije, es una máquina de jugar nueva, para el cafetín",
nos endilgó Chégüi, el hijo de Millo Fuentes.
- "Ya era tiempo. La porquería esa que tiene del muñequito que patea la bolita es una pillería. Se traga
las monedas", le contestó Güilín.
- " El tramposo eres tú, que te vas a la vía del tren a poner chavitos prietos en los rieles para que los aplaste y se agranden. Después los quieres pasar como vellones o pesetas", exclamó Carlitos, el más travieso del
grupo. - "Adolfo el de la cinco te está velando. Le desgüabinaste la chavienda aquella que al darle vueltas a una manigueta se ven,
por un visor, mujeres esnúas".
A Güilín no le gustó el comentario y le dió un empujón a Carlitos. Carlitos le zumbó un "rompe campo" a Güilín.
Entonces, viendo que la cosa se estaba poniendo caliente, Freddy trató de interceder, con tan mala pata que recibió un bimbazo cuando Güilín esquivó un gancho de Carlitos. El hermano de Freddy, Johnny el del Cafetín el Nevado, al ver lo sucedido entró en la contienda.
¡Y se formó la de San Quintín! Ya no sabíamos quién estaba peleando contra quién.
¡Pelea, pelea!!! Salió alguien gritando. Diantres, se dieron de arroz y de masa esa tarde.
Que cosas. Ya al par de días estábamos todos enguaretados de nuevo lo más campantes como si nada hubiese sucedido. Nadie comentó sobre el moretón bajo el ojo de Güilín
o el remiendo en la camisa de Carlitos ni el "punto mariposita" que puso Miss Padilla, la enfermera
que atendía el "cuarto de socorro", en la frente de Freddy. Nuestra atención estaba otra vez concentrada en la puerta cerrada del apartamento de Juané. Con todo y ser ya los finales de febrero, el 1954 se perfilaba como un año muy caluroso. ¿Como podía permanecer encerrado por tanto tiempo, enchumbado en sudor? A eso de las 4 de la tarde escuchamos un fuerte ruido que provenía de la sala de Juané. Parecía como si estuviera cayendo un bestial aguacero dentro de la
casa; luego le siguió como un pito prolongado.
Se abrieron las puertas de par en par y por ellas salió Juané gritando a todo pulmón - "El indio, el indio, ya salió el indio!" Su aspaviento era tal que todos llegamos a pensar que al pobre se le había aflojado una tuerca en la chola. Ni cortos ni perezosos aprovechamos para, de una vez y por todas, averiguar qué era la misteriosa caja mágica. La vimos en la esquina de la sala. Esta vez el barril estaba cubierto con un bonito bordado confeccionado por doña Mercedes y sobre él una caja metálica, cuadrada. En el frente, un cristal del cual emanaba una luz azulosa. A los lados, bajo un emblema que leía Zenith, tenía dos grandes botones en forma de rueda con números. Una decía UHF y la otra VHF. En la última se veía una bombillita encendida mostrando la palabra "channel" y el número 2. Tenía otros botones más: PWR, Brightness, Contrast, V Hold, H Hold y
Volume. De la parte superior sobresalían, formando una v, dos delgados cuernos de aluminio. En el cristal solo se veía unas rayas diagonales que no se mantenían quietas. -"Esto lo que parece es un marciano", dijo uno de los muchachos. -"No tiene la lengüeta para
insertar las monedas, así que no es una máquina para jugar", apostilló Papirín.
- "¿Donde está el indio que menciona Juané?", le preguntamos a doña Mercedes, una vez satisfecha nuestra curiosidad.
- "Pues ahí, en la pantalla de cristal", nos contestó desde la cocina. No entendimos ni jota a lo que se refería. Creíamos que el supuesto indio estaría escondido en algún cuarto de la casa. Doña Mercedes llegó hasta la sala, le echó un vistazo a la caja mágica y salió al encuentro de Juané, que ya regresaba acompañado de otros curiosos.
- "Negro, la vijne ésa se desconchufló de nuevo. No se ve
bien. Te dije que buscaras a alguien que sepa inglés y lea bien las instrucciones"
- "¡Bah! Yo me como al difícil como cachipa de coco. De ésto sé yo".
Comenzó a darle vueltas a cuanto botón tenía el embeleco. La pantalla se ponía negra, relucía, los rasgones de luz formaban patrones que se inclinaban hacia un lado y luego al otro. En un momento vimos una imagen que se desplazaba a gran velocidad en el plano vertical.
- "Ya casi lo tengo...¡carajo...! Aquí viene..¡coño...!"
El pasa que te pasa de líneas en la pantalla se detuvo y entonces la vimos: la
imagen estática, en blanco y negro, de un indio dentro de unos círculos con cruces acompañada del contrallado sonido de un pito.
La casa se llenó de noveleros Y allí estuvimos todos por horas.
Embelesados, hipnotizados como buenos zánganos, por no decir la
otra palabra menos casta, sin poder apartar la mirada del primer
televisor en la parada siete de la calle San Agustín y la
primera transmisión de una señal de prueba del canal 2.
- "Los americanos son la changa. Comentó alguien. -"se inventan cualquier cosa" A lo cual
Aniceto, mi padre, que para entonces reparaba radiorreceptores le espetó -" No fueron los americanos los del invento, si no un alemán de nombre Paul Nipkow".
- "Bueno, bueno, cambiando el tema...¿Y de donde habrá sacado chavos Juané 'pa eso? Porque lo que le deja el negocito no le da ni 'pa comprarse una corbata nueva. Y el aparato ése cuesta un ojo de la cara"
Una de las viejas allí presentes se acercó a una vecina, miró de reojo hacia ambos lados, ladeó la cabeza y llevando una mano cerca de su boca por lo bajo susurró -"Quién sabe, a lo mejor se pegó en la lotería con "el gordo" y está guardao".
-"Pues a mi me está que cogieron un préstamo. Le voy a decir a mi marido que haga lo mismo. Total, que no seremos mejor, pero tampoco peor que nadie",
comentó la otra.
El adusto
Don Eloy, que por allí pasaba se detuvo por unos momentos. - "No le veo la tostada. Mi hijo allá en New York tiene uno más grande que ése. De mueble. Marca CBS. Se ven
hasta los colores". No sabemos quién entonces vociferó - "Paquetero. Le ganaste a Quintero el pintor metiendo embustes". El estruendo de carcajadas no opacó la respuesta de Eloy -"No voy a rebajarme a tu nivel discutiendo contigo, so pendango.
Chequea en un de esos catálogos de venta por correo de la Sears". Mientras unos
lo abucheaban otros se meaban de la risa.
-"Que lo disfruten, y que Dios los siga colmando de bendiciones y
prosperidad a ti y tu doña", le deseó Amparo el verdulero de Ciales, a Juané al despedirse.
Por nuestra parte, lo más que se asemejaba remotamente al aparato era el visor estereoscópico en el colmado de Adolfo. Nos preguntamos si sería posible ver "fresquerías" sin tener que darle maniguetazos al televisor. (Las mujeres esnúas o fresquerías eran simplemente imágenes de bailarinas de cabaret de los años treinta, luciedo ceñidos vestidos con profundos escotes y faldas cortas).
El 28 de marzo de 1954 se transmitió por WKAQ la primera
programación televisiva regular.
Días más tarde, si mal no recuerdo, frente a la casa de Juané se congregó una multitud para presenciar el primer programa en vivo del canal 4. En ese programa participaron Enrique Soler y Carlos Rubén Ortiz, teniendo como invitada a la alcaldesa de San Juan doña Felisa Rincón de Gautier.
Juané no cabía en sus calzones. Celebraba la primicia y mondao de oreja a oreja decía -" Igualito que el pan que sale del horno de
la panadería "La Francaise" en la avenida Ponce de León, somos los primeros en recibir la señal", refiriéndose a que en efecto,
la estación y antenas de transmisión para ese tiempo, estaban ubicadas en Puerta de
Tierra.
Aquel artefacto resultó
ser a fin de cuentas, una verdadera caja mágica. A partir
de entonces, el televisor ha ocupado un lugar privilegiado en
las salas de los puertorriqueños. La televisión cambió el estilo de vida de los
boricuas, alterando sus hábitos de consumo, influyendo en sus convicciones políticas, morales y religiosas, y alterando enormemente su mundo de la fantasía y del entretenimiento.
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Johnny Torres Rivera
diciembre, 2004 |