Cualquier marinero o pescador familiarizado con las
aguas que rodean la Isleta de San Juan, Puerto Rico, le contará la
historia de la yola del buque Martha Kane y su tripulación de espectros.
La historia se remonta a los primeros días del siglo XIX, y relata que el
Martha Kane era un barco dedicado a transportar esclavos al mando del
capitán Hawke. Entre los de su calaña ninguno de ellos destacaba por
sentir compasión o misericordia. Llegó a ser famoso por su crueldad sin
par y sangrienta ferocidad. Su tripulación y oficiales le sentaban a
perfección, por ser tales canallas de tan mala reputación que ningún otro
capitán en la profesión se podría haber permitido llevarlos en su castillo
de proa. Pero eran gente taimada y sagaz que siempre se las arreglaban
para eludir a los barcos enviados a capturar sus buques, que se dice
apestaban con la sangre de las miserables criaturas que llevaba cautivas
en las bodegas.
Pero sus malévolos viajes llegaron a su fin, a través de la venganza
quizás de la mismísima enervada providencia.
Entre los cautivos que llevaba en este, su último viaje, se encontraba un
príncipe negro. Era un hombre inteligente y perceptivo, que se sintió tan
conmovido por sus propios sufrimientos y los de su pueblo que urdió una
confabulación para lograr su liberación. El plan consistía en que cuando
la escotilla se abriera para bajar la comida, algunos de ellos prestaran
sus espaldas para entonces otros poder saltar a la cubierta, donde en
tropel se avalanzarían sobre la tripulación y los oficiales, derribarlos y
dominarlos. La primera parte del plan se ejecutó sin problemas. Los
cautivos saltaron a la cubierta y se lanzaron hacia sus agresores, pero
los últimos estaban muy bien armados, y los miserables esclavos estando
debilitados por las privaciones y la falta de aire, fueron masacrados con
machetes y disparos de las pistolas de los oficiales, hasta que la sangre
fluyó por la cubierta en riachuelos. Los cuerpos fueron lanzado a los
tiburones que se arremolinaban en torno al buque, como en anticipación del
festín que se les proporcionaría. Algunos de los esclavos no estaban aún
muertos cuando fueron arrojados por la borda, para entonces encontrar un
rápido final en las fauces de los horribles lobos del mar.
Las escotillas fueron cerradas y aseguradas con clavos sobre el resto de
la carga humana que, como castigo, quedarían privados de aire fresco por
el resto del tiempo antes del barco llegar al puerto. Cientos de personas
murieron, sus cuerpos descompuestos contaminando aún más el aire viciado
de la bodega. Muchos enloquecieron y mordían y desgarraban a sus
compañeros, que estaban demasiado débiles para defenderse. Que el capitán
Hawke pusiera en peligro su carga parece increíble, pero la crueldad del
hombre pudo más que su codicia, además de que se daba por sentado, que un
buen porcentaje de los esclavos iba a morir de todos modos durante la
travesía.
Pero para el príncipe que planeó la tan funesta revuelta fue reservado el
peor de los castigos. Le obligó a desnudarse y atado a una cuerda fue
bajado al agua, donde a los tiburones se les permitió morder y desgarrar
sus extremidades pulgada a pulgada, antes de volverlo a izar a bordo.
Estaba enloquecido por el hambre y la sed, así como por sus sufrimientos,
y ya completamente fuera de sí a gritos maldijo la nave, el capitán, los
oficiales y la tripulación, vaticinando que la nave se quemaría por el
fuego enviado del cielo, y que los de la tripulación que no perecieran en
ella serían condenados a bogar errantes por estas aguas para siempre. Y
así murió en medio de las burlas y carcajadas de aquellos miserables.
Esa noche, no obstante, un insólito fuego envolvió
la arboladura y el velamen del navío. Las llamas descendian en lugar de
quemar hacia arriba, calcinando a los hombres de la cubierta, como si
hubieran sido otros tantos nudos de la madera. El capitán y dos de sus
oficiales, con tres o cuatro de los marineros, huyeron hacia una yola de
salvamento y lograron lanzarla a las embravecidas olas que rodeaban el
barco; aunque más allá del área del siniestro el mar estaba tranquilo.
Cuando los hombres se habían ido, y el esquife se alejó, las llamas
cesaron tan repentinamente como aparecieron, y los esclavos subieron
ilesos de la bodega a la cubierta, cuando la escotilla por si sola se
abrió de par en par. |
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La nave estuvo a la deriva por cerca de un día o dos
hasta que fue avistada por un buque que partía desde San Juan con destino
hacia el exterior. Al contar su increíble historia los cautivos omitieron
agregar cómo, cuando ya las llamas se habían extinguido, la tripulación de
la yola intentó una vez más abordar el buque, pero fueron repelidos por
ellos.
Desde entonces, el esquife se ha visto a menudo en estas aguas, según
alegan los marineros y pescadores, con su tripulación remando como si
estuvieran vivos. Pero al aproximarse solo se ven esqueletos desnudos,
mirando hacia atrás sobre sus hombros con muecas horribles en sus
descarnados rostros y sus ojos encendidos, con un fuego que no es de este
mundo. El bote casi siempre aparece antes de los temidos temporales que
azotan estas costas, y cada navegante que ve esta fantasmagórica
embarcación bailando sobre las olas frente a él, mantiene un ojo avizor a
las inclemencias del tiempo.
Un viejo pescador que antes fue marinero, y ahora opera una pequeña
embarcación para la pesca de peces y ostras en la villa pesquera, cuenta
la siguiente historia de la fantasmal tripulación del Martha Kane: "He
visto la yola dos veces. Una vez estaba de contramaestre en el Peter
Snelling con destino a Inglaterra, cuando una tarde el hombre en la rueda
gritó, "aquel barco, señor" y al mirar veo una pequeña embarcación boyando
arriba y abajo en el agua, con seis o siete personas en ella. Parecía que
remaban hacia nosotros, y el capitán dio órdenes para acercarnos. Pero
aquellos tipos no parecían avanzar ni hacer ningún progreso al remar, y
entonces caí en cuenta lo que era y se lo dije al timonel. Pero no me tomó
en cuenta y dijo "No seas tonto"', así que me quedé callado. Pero, cuando
llegamos hasta el bote vimos tan solo hombres muertos en ella, con los
remos podridos todavía agarrados en sus manos huesudas. Esa noche el Peter
Snelling fue golpeado por un huracán y se hundió con todo a bordo, excepto
yo y un hombre llamado Thimblerigg".
"La próxima vez que la vi estaba aquí pescando en la bahía, y de pronto
una misteriosa niebla se extendió y cubrió toda la superficie de la mar, y
perdí toda noción de hacia donde se encontraba la costa. De pronto frente
a mi, moviéndose envuelto en un halo de luz roja que parecía sangre, veo
un pequeño bote que viene bailando sobre las olas, y les juro que aquellos
hombres que llevaba me invitaron a seguirlos. Pero yo sabía más que eso...
así que di media vuelta y navegué exactamente en la dirección opuesta y
así encontré el puerto."
La historia de la yola errante, encuentra una extraña confirmación por un
prominente ciudadano de San Juan, que dice que en 1880 fue a navegar en
una travesía de placer cuando un vendaval azotó de súbito el barco,
volteándolo y provocando que cuatro personas perecieran ahogadas. El resto
se afianzó de la embarcación volcada hasta que la ayuda llegara, pero
mientras estaban en la espera: un pequeño bote de rescate pasó a corta
distancia de ellos, rodeado de un extraordinario resplandor rojo que
reveló las resplandecientes e inexpresivas caras de los remeros, que no
prestaron la menor atención a sus gritos de auxilio, pero tal parecía que
ellos se hundían más ante la presencia de aquellos espectros.
Chicago Times. 1892
Traducción por Johnny Torres Rivera |