Nací el 10 de noviembre de 1946. Soy el menor de cuatro hermanos
varones: Jenaro (Tuto), Néstor, William (Willie) y yo, Rafael Humberto (Húmber). Mis
padres a la fecha de mi nacimiento vivían en un caserío, El Falansterio.
De hecho fue el primero en la capital de Puerto Rico, en mi barrio,
Puerta de Tierra. Mi madre, Isolina Rodríguez Cartagena, natural de
Cayey, era hija de un comerciante cayeyano y de una mujer sencilla y
dulce de Guayama. Mi padre, Jenaro Marchand Paz, natural de Juncos, era
hijo de un ministro Bautista en un templo cercano a la residencia de m
madre. Mis padres fueron de los primeros residentes en el Falansterio. Era los años 50
nuestro apartamento era un lugar de reunión de la familia extendida
porque el laundry de mi tío abuelo, donde trabajaba mi padre, estaba
cerca y, por tanto, mi casa era lugar de reunión, en particular a la
hora del almuerzo. Mi padre, quien era algo bohemio, alegre y
humano, acostumbraba a traer a mi casa personas que carecían de comida y
los alimentaba en gesto de solidaridad. Ya adolescente, poco antes del
comienzo de la década de los 60, mis padres se trasladaron a una
residencia mucho más amplia. Fue un momento duro, sentí una pérdida y
por primera vez sentí la amargura de la melancolía. No obstante,
teniendo la fuerte raíz de mi origen, nunca corté los lazos que me unían
al Falansterio. Sin embargo ya la tropa familiar había crecido y requería más presupuesto. Retroalimentado por compañeros de que estaba listo, me lancé a la aventura de abrir una oficina legal privada. Con azares e incertidumbres, me sumergí en el mundo de la litigación, de la cual tenía una buena base en el Programa de Servicios Legales. No me separé de ese
origen y mis clientes continuaron siendo los consumidores, los
disidentes, los empleados. Cuando representé a algún patrono siempre lo
hice bajo la condición del cumplimiento
estricto de la ley y la justicia. Por 20 años estuve en un dínamo de
litigios, principalmente ofreciendo acceso a los necesitados de
justicia. Tuve un breve receso como abogado del Instituto de Cultura y
del Departamento del Trabajo. Ambos escenarios, congruentes con mi
visión de defender la identidad de la Nación puertorriqueña y la
solidaridad con los trabajadores. Después de ese periodo volví a mi
refugio autónomo de mi despacho y continúe laborando, siempre con la
fidelidad a mi conciencia.
En mis labores cívicas trabajaba en la sociedad civil promoviendo el
derecho a la autodeterminación del pueblo de Puerto Rico y el
cumplimiento del derecho internacional respecto a nuestra relación con
Estados Unidos y el mundo. En lo humano fui un activista por los
derechos de los niños y la prevención del maltrato de menores.
Participé por 15 años
junto al primer comediante de Puerto Rico, José Miguel Agrelot, en una
sección radial de noticias y comentarios donde asumía posiciones sobre
situaciones políticas y sociales, siempre desde una perspectiva
responsable y basada en el respeto. En lo académico, retomé estudios
para obtener una Maestría en Orientación. En mi experiencia como
abogado, desde mi observación del conflicto, he llegado a la conclusión
de que detrás de cada pleito había una probabilidad de trascenderlo
desde la perspectiva de una conciencia humana desarrollada. Me pregunto
qué puedo hacer por mejorar la situación actual de mi persona y del
prójimo.
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