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Por Isabelo Rivera Sayáns |
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Lydia Cubano Pérez,
conocida por todos como Tita, vino al mundo el 16 de agosto de 1937.
Nació y creció en el Caserío San Agustín y luego vivió en la parada 6
bajando por la Iglesia San Agustín, en nuestro barrio de Puerta de
Tierra. Fueron sus padres el comerciante arecibeño Juan Cubano Cubano y
el ama de casa ponceña Josefina Pérez Álvarez. Tita estudió en el
Colegio San Agustín, y estudió Cosmetología y belleza, profesión que
ejerció por muchos años y con reconocimiento de excelencia. “A los doce
años, Brunilda era la única ‘beautician’ que había y yo le recogía las
hebillas. He recorrido todas las paradas de Puerta de Tierra, me fui a
trabajar al Caribe Hilton y ya a los 18 años tenía mi salón propio."
Tita se especializó en recortes y trabajó como estilista en hoteles
dentro y fuera de Puerto Rico. Se casó en la Iglesia San Agustín en
doble ceremonia junto con su hermana Toñita. “Cuando me casé y tuve mis
hijos, quise cuidarlos yo misma y puse un salón en mi propia casa en Río
Piedras y allá los eduqué hasta el sol de hoy”, recuerda Tita.
Al igual que muchos de nosotros, Tita se mudó fuera de Puerta de Tierra
a Town Park. Allí tuvo sus hijos y enviudó. Pero su inquietud continua
la mueve a una finca en Canóvanas donde había convertido una casita de
piso y techo de madera en un centro de inspiración, de motivación, de
relajación constante. Estuve allá de visita y no podría decir por dónde
entraban o salían la brisa, el sol, el aire, la lluvia, el olor de las
plantas, el zumbar del viento. Ese santuario tenía puertas y ventanas
por todas partes y parecía más bien, se me ocurre, una iglesia sin
paredes. No todo el mundo tenía acceso a ese parador. Coincidimos en esa
ocasión, toda su familia, madre, padre, hermanos, hijos y sobrinos. La
música en cassette de Isabelo y Leocadio no podía faltar y aquella tarde
en y aquella tarde se convirtió en una comunión y meditación de dos
familias vecinas y contiguas del Falansterio: Juan Cubano y familia
(I-8) e Isabelo Rivera y familia (I-12).
Tita nunca se distanció de sus raíces y regresa luego de varios años a
su Puerta de Tierra querido sin siquiera imaginarse lo que la vida a
cambio, le depararía. Descubre entonces una vocación oculta para
expresar en la pintura aquello abstracto por un lado, pero realmente
vivido en su interior. En el Centro de Calidad de Vida de Puerta de
Tierra, Tita ofrecía sesiones de meditación y ejercicios de yoga a los
envejecientes. Fue más o menos para esa época que conoció al maestro
Carmelo Sobrino, a quien le pidió le enseñara a pintar. Entre sus logros
se encuentran el haber realizado, en menos de dos años, varias
exposiciones en el Taller de Fotoperiodismo y en el Fortín de Puerta de
Tierra. En cuanto a su encuentro con el maestro Sobrino, Tita expresa:
“Él te enseña a mirar y a ver, a oír y a escuchar, a palpar y tocar con
los sentidos; a encontrar lo de afuera en ti y poder pintar...”
Yo digo que, aparte de poder pintar hasta entonces, ya Lydia Cubano se
había proyectado en todo lo anterior. Lo descubrí en aquel encuentro
familiar antes mencionado. Estos atributos también los
acentúa al asumir la postura de impedir y comprometerse con otros para
evitar que de lo poco de la naturaleza que nos queda en el área
metropolitana se intentara socavar para fines de estacionamiento en las
inmediaciones entre el Parque Luis Muñoz Rivera y el Tribunal Supremo.
Su "alma gemela" no descansa, pero tampoco le permite quedar ahí sin
seguir alimentándose de lo que la misma naturaleza le proporciona.
Luego de varios años frente a Bajamar, frente a ese horizonte azul que
le protegía, decide volver al campo, a respirar, a meditar, a orar por
los suyos y a recordar. Para Tita, cuando le preguntan qué es para ella
Puerta de Tierra, ella indica: “Mi barrio es mi mamá, porque ni la
comadrona llegó a tiempo cuando ya yo había nacido en el Caserío San
Agustín.”
Gracias, Tita... Sabes que en Puerta de Tierra, lo hacemos mejor.
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