El derribo de las murallas de San Juan ha dado margen á interesantísimas cuestiones.
Varios jóvenes, entusiastas á su manera, iniciaron, como ya ustedes saben, la idea de formar una brigada de honor á fin de contribuir personalmente á las primeras demoliciones.
El bello sexo, no menos entusiasta, á su vez quiso contribuir de algún
modo á esta fiesta del trabajo—trabajo de mentijirillas, por supuesto—y acordó en consecuencia vestir la humilde saya de percal planchá—música de cuadros
disolventes—y desempeñar, durante el comienzo de las obras, el papel simpático, aunque plebeyo, de aguadoras, pero no de aguadoras de fiestas.
Como es natural y lógico tratándose de las hijas de Eva, pensóse ante todo en la indumentaria, concediéndole toda la importancia que tiene, y de ahí surgió la cuestión magna, adquiriendo esta tan desmesuradas proporciones, que hoy por hoy no se habla en la Capital de otra cosa.
Acordado en principio el traje que habían de lucir las aguadoras, pasóse después á la discusión minuciosa de los detalles. ... ¡y aquí fué Troya!
El problema se planteó en esta forma :
¿Las chicas deben asistirá la fiesta con pamelas ó con sombreros?
Este asunto constituye el tema favorito de las tertulias y los cafés y á su lado carece ya de toda importancia el derribo de las murallas.
Hasta la prensa ha terciado en las discusiones.
¿Qué más?
En el Ateneo—en el propio Ateneo puertorriqueño—se acaba de llevar á efecto un congreso de señoritas para discutir tan difícil punto.
Porque eso de las pamelas ó de las pamemas, se ha hecho cuestión de gabinete... de sala, de antesala, de pasillo y de alcoba.
¿Qué pensar de un pueblo donde tal preponderancia se concede á semejantes nimiedades?
De seguro que Mar Nordaux, si tuviera noticias —que no las tendrá—de tan extraño y pintoresco debate, habría de considerarlo como inequívoco signo de decadencia.
Como dice Campoamor en una humorada:
«la novedad del día en las ciudades
es la cola del perro de Alcibiades.»
En resúmen.
El derribo de las murallas, de que se ha venido hablando hace tanto tiempo, que tan beneficioso es para la Capital, cuyo recinto resulta estrecho para sus habitantes, á la postre ha venido á quedar relegado á término secundario ante el magno problema de las pamelas, convirtiéndose en un pretexto para verificar una juerga pacífica al aire libre y para que la juventud sanjuanera esparza el ánimo, olvide las tristezas del coloniaje y se divierta un poco jugando á los trabajadores y á las aguadoras.
Ni más ni menos que durante la monarquía de Luis XV, en tiempos de Florián, se jugaba en la Corte de Francia á los
pastorcitos.
¡Oh sociedad feliz!
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