Lo que pasa en la Capital de Puerto-Rico es incomprensible. La ciudad crece en importancia; crece extraordinariamente en población, en industrias y en comercio. No hay ya donde fabricar más; no se encuentran apenas casas de alquiler. Es más difícil en la ciudad de San Juan de Puerto-Rico cambiar de casa, que llegar á Obispo en cualquier otro país.
Y no es eso lo peor. El ferrocarril está llamado á aumentar nuestra población urbana á medida que vaya extendiéndose, y se darán casos de que tengamos que dar con las puertas en las narices á los que vengan á establecerse aquí, por que es imposible vivir más basculados de lo que vivimos, contraviniendo todas las reglas de higiene y sanidad públicas conocidas. En esta ciudad es muy común que una familia entera viva en la cobacha de la escalera de un zaguán sin ventilación y sin luz. Si desgraciadamente el cólera llegara á visitarnos algún día, horror causa pensar en las facilidades que le brindaríamos para que diezmara la población y acabara con media humanidad.
Y todo ¿por qué? Por las vetustas murallas que sin tener objeto que les abone, nos sofocan y nos privan hasta del aire que para alimentarse necesitan nuestros pulmones; por las zonas de guerra ó estratégicas que en pleno siglo diez y nueve nos mantienen montados á lo bélico, como en los tiempos del feudalismo. La ciudad cuenta en sus extramuros con ancho campo donde extenderse y mejorar sus condiciones sanitarias; capitales y deseos de urbanizar esas zonas no faltan, pero el terrible pulpo extiende por todas partes sus tentáculos negándose—sin que nadie se lo impida, á dar paso á la higiene y al progreso. Esto es verdaderamente inexplicable é indigno de nuestra cultura y prueba dos cosas: que los gobiernos metropolíticos se preocupaban poco de que progresemos ó no, y que nuestros gobernantes de por acá no han tomado enérgica y decidida iniciativa para que esta ciudad sea ya lo que debería ser, y lo que está llamada á alcanzar por su posición geográfica, mucho más si llega á abrirse el Canal de Panamá, y por otras causas que no necesitamos detenernos á explicar ahora.
Tiempo es ya de que esas murallas desaparezcan, y la ocasión de conseguirlo es oportuna ahora que se trata de la próxima exposición regional. Es preciso que juntos iniciemos con toda actividad los dos procesos y que encarguemos á nuestros diputados á Corte que nos libren de las furores de ese expedienteo crónico que aquí y en la península asfixia todo buen deseo y acaba hasta con la paciencia de los que tenemos que soportar sus deplorables consecuencias.
Esas murallas no tienen razón de ser en nuestros dias; no responden ya al objeto para que fueran levantadas, y es doloroso que una ciudad como la nuestra se vea condenada ai estacionamiento por abandono, por inercia ó por razones bélicas que fuera de lo ridículo, no tienen ninguna justificación.
Lo prensa asociada debe emprender unida y compacta seria y enérgica campaña contra esas murallas y zonas militares. Iniciar su derribo sería la mejor manera de celebrar el 4to. centenario el descubrimiento de Puerto-Rico.
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