Muy pocos casos,—a juzgar por lo que nos han
dicho autoridades médicas, existen ya en la población, producidos
por lo que se temió fuera una terrible plaga.
Y se temía que así resultase, porque en Nueva York, de donde,
seguramente, se ha transmitido a San Juan, los dos tercios de la
populosa urbe sufrieron las consecuencias del rudo azote. Allí se
cebó en los talleres, en las fábricas, en los colegios, en los
empleados oficiales, de tal suerte que fue necesaria la clausura de
muchos centros de enseñanza y de trabajo, y la suspensión de muchos
servicios públicos. Allí se ensañó en los altos personajes, en los
ancianos, en los niños y en todos los hombres debilitados por alguna
enfermedad crónica; ya que uno de los firmes caracteres de la
referida plaga es atacar el órgano ya resentido por alguna dolencia.
Ataca principalmente en el estómago a los dispépticos, en los
pulmones a las personas propicias a la tisis, y en el corazón y en
el cerebro a los cardiacos y a los ancianos. En las poblaciones
donde vio cierta holgura y bastante higiene, como San Juan, no se
detuvo mucho tiempo.
Entre los campesinos mal alimentados, como en Toa Alta y otros
pueblos, causó numerosas víctimas; y en poblaciones como Añasco,
asoladas por el terremoto o la deplorable situación económica,
siembra todavía el espanto, la angustia, y, lo que es peor, la
muerte. Se ha visto, a pesar de todo, y aún en las poblaciones
más castigadas, que el expresado azote epidémico no es por su
naturaleza mortal. Si se le atiende con eficiencia y prontitud, se
evitan sus complicaciones con aquellas otras enfermedades a que el
organismo del atacado esté predispuesto, que son las que, promovidas
o recrudecidas por la "influenza," suelen producir la muerte. Y esta
ha sido auxiliada en muchas ocasiones, tristes es decirlo, por
boticarios sin piedad, que, aumentando exageradamente los precios de
algunas medicinas, han contribuido a que se caven más sepulturas que
las que determinó la plaga, que ya, por suerte, se va alejando, con
su negra pluma al viento.
Pero esto de los boticarios merece capítulo aparte.
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