Antonio Márquez, el popular y tan
conocido Mr. Post, caballero de la raza, y no sé cuántas otras cosas más
que, él sabe hacer con sumo esmero, tuvo la cortesía de invitarnos para
que presenciáramos una de las muchas noches de novenario, la fiesta de
la Adoración de la Cruz, que estaban celebrando sus muy católicos
vecinos del barrio "Miranda."
Puerta de Tierra, firme en su asiento, desafía la campaña demoledora de
los descreídos, y el vecindario compuesto de personas creyentes, no
rompe con la tradición, aunque se empeñen todos los enemigos de la santa
religión Católica, Apostólica y Romana.
Hay que ver aquello, nos decía Márquez, hay que ver el espíritu
religioso que se conserva entro nosotros, gentes del pueblo, sencillas,
honradas y laboriosas.
Y allá fuimos una noche, dispuestos a cumplir con nuestro deber de
periodistas, que a nada nos negamos, y que en todos momentos queremos
ser complacientes.
Y llegamos a la hora en que la fiesta religiosa ardía en medio de la más
exaltada devoción.
Y pudimos ver con cuánto primor habían compuesto al aire libre un
rústico altar, hecho con piedras, caracoles, retama y flores silvestres;
en el centro una a modo de gruta, y allí la Cruz que adoraban los
sencillos creyentes. Y todo muy culminado, candelas muy vivas que habían
encendido manos ingenuas y piadosas.
Y alrededor del sencillo altar, los coros en medio del mayor orden y
ejemplar compostura, entonando muy bellas plegarias, cantos de mayo;
oraciones dedicadas a la Cruz, que acompañaban un grupo de cálidas y
bien templadas guitarras, instrumento popular q. ponían los modestos
artistas al servicio de su devoción y de sus creencias...
Espectáculo que nada tenía de primitivo, muy pintoresco, y hasta
edificante.
Allí pasamos un largo rato, entregados a la poesía de aquel acto lleno
de fervor que almas ingenuas celebraban llenas de la mejor y buena fe.
-¿Qué les parece? pregunta Antonio Márquez.
Nos parece muy bien.
-¿Usted también rezó?
-Seguramente, como usted, conservo mis viejas costumbres. |