Hace pocos días ricos vecinos del Condado se quejaron, justificadamente, de un polvillo ceniciento y rojo que penetrando a través de celosías y puertas invadía sus muebles artísticos, ensuciaba tapices y paredes, manchaba pisos y alfombras, arruinaba trajes, y colándose en narices y bocas y oídos ponía en peligro su salud y su vida. Cuando escribimos estas líneas aún no se ha determinado el origen del misterioso polvillo que transporta el céfiro antillano.
En los arrabales de nuestra ciudad capital vive el grueso de la población de San Juan. Estas páginas recogen una visión del escenario en que luchan y sufren y esperan los pobres de verdad de la Ciudad Encantada. Diferencia existe entre las casas confortables, los palacetes sólidos y artísticos de los repartos elegantes y los zaquizamíes de los arrabales. Diferencia existe, asimismo, entre el polvillo molesto y peligroso que se ha permitido tomar posesión de las señoriales residencias y el fango a toneladas y la peste y el agua y las enfermedades que cercan implacablemente las viviendas frágiles de los desamparados.
Sin embargo, la segunda realidad, si empalidece la primera, no la anula. El polvillo rojo-ceniciento es desagradable y afecta gargantas y pulmones humanos. Pero quienes han sufrido las molestias del polvillo podrán comprender mejor, ahora, lo que significa vivir bajo el imperio de las aguas estancadas, del fango oscuro y húmedo, en casas levantadas con débiles tablas y retazos agujereados de zinc, y sin que, en muchas ocasiones, sus habitantes logren unas monedas de cobre que permitan encender un fogón para una comida precaria o comprar medicinas para unos enfermos depauperados y unas gotas de leche para unos niños con los pies descalzos y el vientre repleto de lombrices.
ARRABALES DE SAN BAUTISTA DE PUERTO RICO
Fácil es decir: "conozco San Juan como mis manos". San Juan no es solamente lo que se contempla desde sus arterias principales: ciudad moderna de bellos edificios, de bazares, de apartamientos, de sitios de recreo y hasta de hospitales y escuelas modelos. Para conocer a San Juan no basta mirarle la cara. La cara de San Juan está maquillada. Es necesario hundirse en las entrañas de sus arrabales, palpar su miseria, su lodo, su dolor.
En alguna ocasión anterior me asomo yo a barriadas pobres; incubadoras de material para el presidio y el hospital. Pero nunca, en mis treinta y dos años de vida contemplé un espectáculo semejante al que ofrecen los suburbios "Riera", "Miranda", "Hoare", "Buenos Aires", "La Zona" y
"Melilla". He visto gente vivir y morir en las casuchas que pueblan los valles y montañas de Puerto Rico. El hacinamiento en los campos no alcanza las proporciones pavorosas del que ha surgido en los arrabales de nuestra ciudad capital. Y siempre en los campos habrá una yautía o una malanga, o un mafafo. Pero, esta gente de las oríllas de San Juan. . .! Verán ustedes:
Al lado mío Lebró, el fotógrafo de PUERTO RICO ILUSTRADO. Nos adentramos en la barriada "Riera". Caserío misérrimo. Niños desnudos por las calles; fango y detritus por todos lados; barriles y latas volcados en la tierra. Llaman calles a aquellos arroyos pestilentes. Alguna que otra enredadera al borde de zaquizamíes construidos con latas de gas y cajones que sabe Dios para qué sirvieron antes. Nos recordamos de un verso de Ardavin: "y florecen en los negros pudrideros de las fosas azucenas olorosas". Una mujer joven, de cara triste, cose a la puerta de su choza. Al lado de ella una cuna donde duerme una niña rubia de mejillas pálidas. Desde afuera vemos un viejo macilento, con el pecho descubierto. Inquirimos. Ella se llama Juana Soto, cose por unos "chavos" para una "sub-agente". Su marido se llama Alfredo Vega y no tiene trabajo. La niña es su hija, Lucía, que tiene un año de edad y que sólo sabe dormir y pedir el pecho. El viejo es el padre de Juana, de 57 años de edad. José Soto, el anciano enfermo, nos invita a pasar a su habitación, donde la única nota brillante la ponen unas sábanas inmaculadas. El viejo nos da el cuadro con cuatro palabras: hace tiempo que está enfermo, el médico lo ha visto, pero "parece que se cansó"; se cura con medicinas caseras, pues no tiene dinero para recetas ni patentizados. Los pocos chavos que entran en la casa y que Juana consigue son para algún pedazo de pan. Son inquilinos del tugurio,
cuyo propietario, a su vez, es otro desgraciado que hace mucho tiempo lo fabricó en solar arrendado. ¿Cuántos meses hace que los Vega-Soto no pagan el alquiler de la casa? Probablemente el mismo tiempo que hace que el propietario no paga el alquiler del solar...
A medida que cruzamos callejones y saltamos zanjas, nos persiguen las miradas y las frases de los habitantes de la barriada. En unos ojos gratitud, en otros temor, en los más rabia y desdén. Cuando visitamos a Encarnación Díaz, desempleado, con la mujer en el hospital y sus cinco hijas alrededor, un hombre comenta: "es un periodista; ahora le mandan todo esto a Roosevelt". Una vieja le interrumpe: "qué Rulvel ni Rusvel; los pobres somos chavos agujereaos que na más nos quieren pa que los muchachos peleen en la guerra; ¿no está viendo los reoplanos y los soldados ahí mismito"? Un mocetón como de veinte años, con tres dientes en la boca, que vestía una camisa rota y calzaba unos "tennis" que dejaban ver los dedos mugrientos de los pies, añade: "no se dejen retratar; estos blanquitos quieren exhibirnos como si fuéramos animales de circo". Pero Encarnación no hace caso de las frases y llama a sus hijas: "Manuela, Yolanda, Carmen, Gloria, Lila, vénganse a retratar a ver si se arregla esto".
Cuando hablábamos con Encarnación Díaz, estaba presente el dueño de la casa: un moreno viejo que se llama Eusebio Montañez y que dijo ser uno de los fundadores de la barriada, hace más de veinte años. Eusebio era tabaquero de la Colectiva, pero desde que ésta cerró sus puertas vive en la misma situación que su inquilino Encarnación. Montañez nos dice: "me quisieron desalojar a mí también de mi casa, hace tiempo, pero entonces mi abogado era don Paco Navarro y gané el pleito; ahora me sacarán si me pagan, pero ¿cómo salimos de Encarnación que me debe muchísimos chavos?"
Rafaela Serrano, viuda con cinco hijos, lavandera, es propietaria de una casita, metida en el mangle. Ella me dice que el Gobierno le va a dar $115.00 para que se mude a otro sitio. Cuando le pregunto dónde irá a parar, encoge los hombros y contesta: "donde Dios quiera..."
Mi conversación con Rafaela la interrumpe un amigo: "no se deje retratar; esconda los muchachos y no diga ni pío; mire que le puede pesar después".
Así entre sátiras, sumisiones, rebeldías, temores y desdén anduvimos por el arrabal que el Gobierno Insular está eliminando. Abandonamos el sitio dejando tras nosotros puños cerrados, esperanzas, inquietud. Los pájaros de acero del Tío Sam posados en las aguas y las tierras cercanas; barcos mercantes y barcos de guerra anclados en el puerto; la Iglesia de San Agustín perfilando su aguja a cien metros de distancia y el capacete del Capitolio, poblado de bombillas, fosforescente de mármoles... a unos pasos de aquel antro de ínfima pobreza...
Después de "Riera" le tocará su turno a "Miranda". Este arrabal es más seco que aquel. Igualmente pobre. Largas casas de vecindad decoradas en sus balcones oon macetas de flores y ropa puesta a secar. En la calle, llena de baches, chapotean niños descalzos, se desperezan gatos voluptuosos, hociquean perros satos.
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En una habitación se muere un tuberculoso mientras su mujer espera que algo caiga del cielo. No cae del cielo nada.
Conocemos a Santos Miranda, Cándida y María Rosario. Felicita Serrano, Carmen Marrero, María Benítez. Aquellas mujeres viven juntas. Una de ellas, la mujer del tuberculoso moribundo, da alojamiento en su hogar a otra que tiene el marido cesante. Allí se acomodan todos entre estertores de agonía, velando, conversando, mientras el fogón frío aguarda unos tizones alegres. Los mismos ojos hundidos, la misma expresión de angustia y la misma explicación ante la pregunta, ¿cómo viven ustedes?, ¿qué comen?: "Como Dios quiere; chiripeando; lo que algún vecino nos manda..."
NUESTRA VENECIA
Pero ni "Riera" ni "Miranda" es lo peor de los arrabales de San Juan. Hay que visitar "Melilla" y "Buenos Aires" y "La Zona". Estas tres barriadas, localizadas en o al borde de manglares, han sufrido inundaciones recientes que las han convertido en verdaderos pantanos o en lagunas de sucias aguas.
Antes de llegar a ellas pasamos por el arrabal "Hoare" donde un cuadro similar al de "Miranda" se nos presentó, a pesar de que allí la "PRRA" edificó una serie de casas modelos (?)... Buenos Aires y La Zona están situados al margen de la carretera que sale hacia Bayamón. Por allí la draga que realiza trabajos para el Gobierno Federal en relación con la destrucción de focos maláricos y la ampliación de vías marítimas ha estado vomitando fango incesantemente sobre los terrenos en que se asientan las casas de antiguos moradores de la barriada "Riera".
Las calles son verdaderos canales de agua y las aceras tablones. Casas hay que, cediendo a la presión del fango, han sido arrancadas del sitio original en que fueron construidas; otras aparecen hundidas hasta dos pies en líquido fangoso y pestilente. Los hombres y las mujeres y los niños circulando entre aquel mar de suciedad, de inmundicias. En "La Zona" conocimos a Marcelino Rivera, vendedor de aves casado con Patricia Vázquez, padre de cinco muchachos. El Gobierno le dio $70.00 por su casa en "Riera" y con ese dinero y
$50.00 más levantó su vivienda actual en "La Zona" que él llama, satíricamente, "El Fanguito".
Humor tiene Marcelino cuando me dice que ahora él y su familia "viven, trepados, como los pichones". En la casa de Francisco López, limpiador de letrinas, vi a su madre, una vieja como de sesenta años, fea y desdentada, analfabeta, hojeando, al revés, un ejemplar de
"Vogue" del año pasado... En tono misterioso me dijo con prosodia intrascribible: "estamos en Venecia"...
José Fernández, habitante de Melilla, cuya casa destartalada ha sufrido ostensiblemente los efectos de las inundaciones de fango, —está retirada más de un metro de su sitio original y caída de un lado— me presenta a su familia: Genoveva Pérez, su mujer; y seis hijos, todos pequeños. José llegó a Melilla hace veinte años, pero en aquella calle hace quince que está ubicado; desde que se casó. El, barbudo, usa boina, camisa y zapatos rotos; los hijos todos andan descalzos, y el más pequeño desnudo completamente; la mujer, desgreñada, cariados los pocos dientes que le quedan, descalza, flaca, con los pechos colgantes como dos bagazos. Le pregunto a José: ¿está trabajando? Contesta: "No". Añado: ¿de qué vive? Contesta: "chiripeando". Agrego:¿y la leche del nene? Contesta: "la madre le da el pecho"...
Lebró enfoca su lente hacia una casa hundida en el fango. Una mujer joven se abalanza hacia él y le dice: '"No me la retrate; déme dinero para levantarla. . ."
¿Y AHORA, QUE?
El fruto de nuestra visita a los arrabales de San Juan está ahí, claro y patente, más que en nuestras palabras, en las fotografías reproducidas en estas páginas. El testimonio gráfico es más elocuente que nuestra versión. Nada de literatura. Hemos cortado todo vuelo dramático en nuestra expresión. Simplemente glosas de declaraciones de los que están sufriendo en su carne y en sus huesos la avalancha implacable de la miseria...
Sabemos que lo que el vulgo llama simbólicamente "el monstruo" (la draga) no es el problema en sí. El mal que la draga ocasiona es un mal temporal. La draga seca pantanos, abre vías marítimas, elimina focos de infección. La draga significa progreso. Pero la draga, a los ojos de los infelices, como causa tangible de un mal, aunque adjetivo, les muestra un culpable de su situación desesperada.
Sabemos que es levantado el propósito del Gobierno Insular de eliminar la barriada "Riera" y en su lugar construir una urbanización que no nos haga abochornar de nuestra cultura y civilización. Pero sabemos también que el Gobierno Insular se ha confrontado con esta situación
(1) la de los propietarios que viven sus casa; (2) la de los inquilinos. Sabemos que en el caso de los propietarios que viven sus casas se hace una tasación y el Gobierno propone esta alternativa: ofrece casas similares a las tasadas (para ello levantó una barriada en el barrio "Buenos Aires") o entrega cheques equivalentes a la tasación realizada. Sabemos, asimismo, que la mayoría de estos propietarios tomó el cheque y, clandestinamente, para no pagar arrendamiento de solar, edificó sus nuevas casas en terrenos baldíos, cerca de la parada 15, en un sitio denominado "La Zona", colindante con "Buenos Aires". Pero ¿qué hace el Gobierno con los inquilinos que viven en "Riera"? Ya el Gobierno compró las casas a sus propietarios. Los inquilinos, que no tenían dinero para pagar el arrendamiento ni para comprar medicinas y arroz, ¿dónde van a ír a parar? ¿Qué piensa hacer el Gobierno para resolver el problema? ¿Utilizar las vías judiciales?
Las grandes organizaciones no tienen corazón, generalmente. Pero el Gobierno, en su misión tutelar, no puede evadir su tremenda responsabilidad moral y material. El Gobierno se crea para procurar la felicidad de los ciudadanos. Ya sabemos cómo se ha logrado, legal y, dentro de las circunstancias existentes, en forma razonablemente humana, adquirir infinidad de casas de propietarios que las vivían, pero, insistimos, ¿qué hará el Gobierno Insular con los inquilinos a quienes, dentro del plan trazado, no se les puede entregar cheques, porque nada poseen? ¿Los echará a la cuneta?
Además, existe también la realidad que presenta el cuadro de cuarenta familias que aceptaron permutar sus casas de "Riera" por casas en "Buenos Aires" y que están sufriendo en la actualidad el efecto de las inundaciones provocadas por los trabajos de la draga "Orion" para cumplir un contrato con el Gobierno Federal. ¿Es "Buenos Aires" el sitio magnífico que el Gobierno Insular escogió para trasladar a los habitantes de "Riera" que cumplieron todas las reglamentaciones oficiales? ¿No previó nuestro Gobierno el mal que sufrirían los que se colocaron bajo su amparo? ¿Es solución salir de "Riera" y meterse en "Buenos Aires"?
Sabemos que al margen de la miseria de nuestro arrabales se ha desarrollado un "racket" inmundo entre individuos sin escrúpulos, gusanos traficantes de asco. El dolor y la angustia son objetos de agio. También el Gobierno ha de parar el tráfico depravado. ..
Supla el Gobierno el vehículo que mueva los brazos atados; que mientras nuestros hombres y nuestras mujeres y nuestros niños sean presa del fango y la peste y el crimen, su función sólo responderá a motivos decorativos carentes de sentido humano, alejados de toda responsabilidad honrosa...
J. FONT SALDAÑA. |