Los gansos conocen y acuden, gentiles, a su llamada.
Después de la música, emoción prócer en mi espíritu, sedúcenme los
bosques, los jardínes y el mar. Ninguna visita más grata que esta al
parque que lleva uno de los nombres que más amo. Llego a las ocho de la
mañana. Habían caido unos aguaceros leves y un sol tibio empezaba a
dorar la floresta. Casenave espera cerca de las oficinas y allá nos
dirigimos para saludar al señor Valines, arquitecto a cargo de este
parque y Secretario de la Comisión de Parques, a quien se debe,
principalmenrte, la obra que admiramos.
Nos recibe con amabilidad suma y nos acompaña en el recorrido hermoso
por entre el boscaje fresco, los lindos parterres, las fuentes y los
estanques. Al salir de las oficinas, instaladas en una caseta anexa al
antiguo Polvorín, hoy Museo de Historia Natural, dos pajareras, una a
cada lado de la escalinata, nos detienen: pájaros de todas las clases
que se crían en el trópico, volando, alegremente , en el limitado
espacio, se me antoja que deben sentirse,a veces, tan tristes como los
hombres. Dos periquitos, azules, permanecen quietos, pensativos ante el
paisaje; deben ser los poetas del gremio.
El señor Valines me dice: — Vamos a llenar a San Juan de pájaros. Los
tendremos en una inmensa jaula abierta, de donde ellos salgan cuando
quieran y a donde regresen también cuando quieran. A juzgar por por el
respeto que he observado en el Parque para con los árboles, las plantas
y las flores, creo que Ios pájaros pueden estar libres. Nunca hemos
encontrado aquí ningún daño intencionado en ningún sitio. Mientras
Casenave toma la foto de la glorieta mayor, situada frente a la avenida
Luis Muñoz Rivera, continúa el señor Valines enterándome: — Aquí han
celebrado fiestas distintas sociedades cívicas y recreativas, almuerzos,
tes, y el sitio es de lo más atrayente para reunirse en él amigos y
compañeros a pasar una tarde o un día entero.
En la glorieta hay cabida para una mesa de cuarenta o cincuenta
comensales. Y en verdad que el sitio es bello y acogedor. Follaje,
silencio, brisa profunda, el mar a
lo lejos...
El romántico estrado del Parque, la parte central, el estanque para
vadear, los niños empiezan a llegar. Yendo hacia la parte central del
parque, desde el sitio donde estábamos, hace unos minutos, pasamos por
un paraje donde la sombra no permite la incursión del lente fotográfico,
Es, lo que podría llamarse, el estrado del parque. Una extensión amplia
de terreno con butacas y mesas diseminadas, donde pueden sentarse,
aisladamente, muchas personas, o grupos. Sírvenle de techumbre ramas
entretejidas, de árboles frondosos que bordean el sitio donde ahora hay
tertulia: un caballero de cabellos blancos y de tipo gentil habla con
otros de apariencia corriente. Sobre una mesa hay periódicos.
Indago:
- Se pasa a veces el día en el Parque —dice el señor Valines
refiriéndose al visitante de cabeza blanca - lee, charla, descansa; no
sé quién es.
Llegamos a la parte central por caminos bien cuidados en los que no se
ve ni una hoya seca que altere su blancura entre el espeso verdor que
los rodea. Aunque no están pavimentados se va por ellos muy bien. No
tienen altibajos ni nada que moleste a la pisada. Irrumpen en el paisaje
aquí y allá ciclistas femeninas, niñeras arrastrando carritos de mimbre,
niños de siete, de diez, de doce años que van en dirección a los
estanques con sus barquitos de papel... Aunque estoy en el parque hasta
cerca del meridiano no veo ninguna mamá. Los niños mayorcitos llegan
solos y los bebés con sus niñeras. Es día de fiesta: 25 de julio. Y me
acuerdo, sin duda por el contraste, de las mañanas en el Retiro de
Madrid. Dábanse cita en él las mamás y las abuelas que iban allí a vivir
alegres y gozosas junto a sus niños las mañanas de inviernos bajo el
cielo más bello que he visto. Cuantas veces me dijo Concha Espina,
mañana en el retiro nos veremos. Y allá iba yo segura de encontrarla
viendo jugar a su nietecita encantadora.
Perdone el lector si me desvío. El sitio es propicio para dejar andar la
mente libre y suelta, ¡ y la tenemos siempre, tan atada los que
trabajamos! Pero... estamos ya en el centro del Parque Muños Rivera:
La arquitectura de estos jardines responde al sistema francés, y ya se
sabe que los jardines más bellos han sido los de Francia. Los dibujos
fueron hechos siguiendo a André le Notre, en la disposición simétrica y
exacta observancia de la regla. Los árboles tallados en distintas formas:
pirámides, conos, presentan sus siluetas geométricas con severidad que
no todos prefieren. Pero, en seguida, levantando los ojos hacia el cielo,
los que prefieren el sistema inglés, opuesto al francés, en
arquitectura de jardines, lo encuentra en el exterior de este Parque que
visito: los árboles extienden sus ramas libremente y la Naturaleza es
aquí respetada, o mejor dicho, el artista disimuló aquí su intervención,
pendiente únicamente del paisaje. Esta conjunción de estilos es tan
grata a la vista, que al descansar en uno y en el otro no siente la
fatiga que pudiera causarle una monótona continuación de formas
artificiales, sobre todo si se anhela quedarse largo tiempo en el bosque.
Quiero enterarme, desde sus comienzos, de la vida de este maravilloso
parque que la brega por el pan nos hace olvidar cada día. Y el señor
Valines me dice que levantaron los planos gentes de allende los mares,
una compañía de arquitectos de Chicago que responde a este nombre:
Pearson and Frost. Y que la parte primaria, sólo fue diseñada por ellos.
Lo demás, está hecho por los nuestros bajo la dirección del señor Valines
y, en lo que se hizo al principio se han realizado ya muchas reformas.
El celo del director por la conservación y aumento de la belleza en este
sitio crece, a medida que de ellas habla.
Divídase el Parque Muñoz Rivera en dos zonas: la parte central comprende
lo que está entre las avenidas Ponce de León y Luis Muñoz Rlvera y la
otra los terrenos últimos adquiridos del Gobierno federal, desde la
avenida Muñoz Rivera hasta el mar, incluyendo la parte cedida al
Escambrón.
AI tender la mirada, desde el centro, a uno y otro lado del Parque,
saltan como manchas negras, en el paisaje, las casetas de la PRRA. En un
estado de emergencia cedióse el sitio donde están enclavadas, para uno o
dos años, solamente, y sorprende hallar aquí, todavía, a los cuatro años,
el parche que parte la armonía en la belleza de este parque.
Seguimos por caminos floridos hasta llegar al estanque donde vadean los
niños junto con los gansos, i Cuan felices...! El agua les refresca los
píes ardorosos de la caminata y la brisa los despeina y ellos ríen
siguiendo los gansos que se escapan. Un niño rubio se cae en medio del
estanque y la caida es celebrada por todos con júbilo. —¿No vienen aquí
los niños pobres? —pregunto, y el señor Valines me dice que casi ninguno,
que acaso los domingos, que Ios niños llenan el Parque, vienen los más
pobres, cerrando su respuesta con estas elocuentes palabras: —quizás no
tienen tiempo...
El estanque de lotos y el nombre de Luis Muñoz Rivera formado con
plantas de diversos colores sobre un fondo de pinos.— Al final dos
fuentes de movimiento de agua.— El escudo de Puerto Rico
No sé si por razón psicológica este es el sitio de mi preferencia en eI
Parque: el ala norte del mismo. Pero es el caso que, reúnense aquí, el
estanque de los lotos, el más bello para mi apreciación, y frente a él,
dos fuentes de movimiento de agua, donde el sol
se mira. Es el sitio de mayor frescura, el más verde, me parece a mi. El
aire aquí como que es distinto, todavía más fino, más puro,..
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Al lado Izquierdo del estanque, y al borde del camino, que a éste
conduce, todo es verdura. Estaba aquí, hasta hace poco, escrito con
letras de distintas plantas, sobre un fondo de pinos, a ras de tierra,
el nombre de Luis Muñoz Rivera. Pero, me entera el señor Valines, que
los pinos que se sostienen pequeños, por la poda, degeneran, y hubo que
arrancarlos y preparar otro fondo, que ya está listo, para tallar de
nuevo, el mismo nombre en el nuevo seto de pinos.
Las dificultades para lograr dibujos definitivos son aquí grandes.. Las
flores no son estables. Sólo las Isabel Segunda duran todo el año, y de
ellas vemos en muchos jardines, lucir en la mañana hermosa. Bordean el
Escudo de Puerto Rico formado de un redondel de césped con las figuras
en piedra. —Es muy laborioso— dice el señor Valines— porque las plantas
hay que renovarlas cada dos o tres meses, pero me propongo cambiar esas
figuras de cemento por tallas en plantas de colores.
Jardinería representando el
Escudo de Puerto Rico.*
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—Muy bien —contestamos.
Se prohibe transitar por Ios jardines en las horas de la noche, leo en
un cartel fijado en un poste de madera, cerca de donde estamos. Está
esto tan bien atendido que no nos explicamos cómo puede realizarse el
admirable servicio con el personal escaso para la extensión del trabajo.
En frente del Escudo de Puerto Rico queda la glorieta del jardín del
norte, donde todavía estamos. Como todas las demás ésta está construida
de cemento imitando madera y la cubren, completamente, enrredaderas
frondosas. Adentro hay dos bancos, también de la misma hechura, y luz
eléctrica, por si los visitantes quieren leer.
—Pero, son muy pocos, quizás ninguno, los que aquí vienen a leer. Se me
dice que acuden parejas enamoradas a contarse su amor en este rincón tan
bello. Y, ¡cosa extraña! que una noche, una pareja de casados, que
representaban aquí una de las escenas más vivas de Romeo y Julieta, fue
sorprendida por los vigilantes y perseguida hasta que salió del Parque.
¿Casados, ha dicho usted...? - inquiero del que habla.
— Sí, señora, casados, y hasta con hijos...
— Pues hay que convenir que el amor anda de ronda por el Parque...
—Sí, anda loco — corrobora jovialmente, el señor Valines— cuando el
Parque se abrió al público teníamos que reprender a las niñeras que
dejaban solos a los niños para atender a los novios: — aquí no viene
usted a atender a nadie, aquí viene usted en labores de su obligación,
aquí está usted en su trabajo — les decíamos. Poco a poco han ido
acostumbrándose a cumplir con su deber.
¡Que linda muchacha! ¿Quién es? Dinorah Franceschini. ¿Y aquella pareja...?
No sé. .. A Casenave no se le escapa la presa.
Como un sueño de artista aparece en uno de los paseos, cerca de nosotros,
una muchacha vestida de rosa. Parece que las hadas la vistieron y que la
hizo el mismo sol. Al andar resplandece entre, los jardines. —Decididamente,
señor Valines, —digo yo— es más bella que el Parque...
Viene acompañada de otra señorita, como ella, simpática. Y, mientras
cambiamos unas palabras de cortesía, el fotógrafo, sin pedir permiso,
más que al arte, ilumina su cámara con la imagen de la chica mañanera.
—Me levanto muy temprano —ha dicho, —para poder venir al Parque todos
los días... Sonríe al enterarse del retrato y dice al fotógrafo para
ayudarle en su trabajo: —allá, abajo... cerca del estanque... están unos
novios. Casenave va tras de ellos y el señor Valines se queda muy
tranquilo. Hace un sol espléndido.
El Parque tiene sus propios viveros. Más de dos mil árboles María,
trescientas palomas, los canarios, en jaulas especiales. Cinco mil
árboles, mil quinientos rosales, a parte de los que están en los
jardines; doce años de vida. El parque tiene sus viveros, formados bajo
la dirección de su director, que dirige, a su vez, los principales
jardines de San Juan. Aquí, — me dice—, no hay jardineros propiamente
dicho. Los hay prácticos, únicamente. Puerto Rico carece de ese
personal, preparado, científicamente, para atender a su órnato público,
en lo que se refiere a jardines. Ahora estamos preparándolos, por eso
sólo podemos hablar de auxiliares, no de jardineros. La verdadera
jardinería es muy difícil.
— Entre los árboles el que llamamos María es uno de los más resistentes
y de los más bellos. Tenemos dos mil de ellos, y cinco mil en conjunto;
mil quinientos rosales, en fin, una gran cantidad de árboles y de
plantas. Pero al Parque le falta mucho todavía...
—¿.Tiene de vida?
—Doce años.
Descansamos unos minutos en la oficina, donde el señor Valines me enseña
el plano para reformar el ornato de San Juan. La conversación toma giros
amplios y puedo apreciar las ideas hermosas y la magnífica preparación
de don Francisco Valines. Podrá prestar buenos servicios artísticos a
esta municipalidad que tan necesitada está, también de esta clase
de reformas.
Volvemos a salir para ver, ahora, lo que menos me gusta, los animales.
Excluyo, naturalmente, palomas y patos y sobre todo, Ios pavo reales,
que son muy bellos.
Cocodrilos, culebras, monos, guacamayos, etc. Arriba, anidando en huecos,
expresamente hechos, en el paredón centenario del Museo de Historia
Natural, están las palomas, aunque no la mayor parte. Abajo, en dos
pequeños tanques, echados, los cocodrilos, que parecen muertos por su
inmovilidad. Tienen un cuerpo perfecto, pero, qué repugnante es el
animal que se arrastra. Los niños quieren verlos comer y ya viene el que
los cuida con la ración de cancrejos vivos y de carne cruda...
Nos alejamos enseguida donde está el pavo real más hermoso del Parque. Y
dejo mucho rato mis ojos sobre las plumas verdes, doradas,azules y rojas
de su cola que se expande con elegancia señorial. Mas, los niños, que ya
han visto a los cocodrilos tragarse vivos los cangrejos corren a ver las
culebras que ya tienen, preparada, su comida del mediodía, compuesta,
principalmente, de ratas vivas. Lo que aquí pasa, perdóneme el lector
que no lo cuente, me alejé sin verlo. Confieso que huyo de lo cruel y lo
grotesco. En todos los casos. También cuando los que se arrastran son
animales racionales, y los que devoran carne y sangre viva son pulpos
cubiertos con el metal que todo lo domina en esta hora...
El guacamayo dice mientras pasamos, otra vez, hacia los caminos floridos,
bajo Ios árboles generosos: —déjalos, déjalos, déjalos...
Lo que falta por hacer en el Parque, las fuentes luminosas, el Parque
Zoológico, el obelisco dedicado a Muñoz Rivera.
-Para todo esto falta dinero. Costaría más de trescientos cincuenta mil
dólares. Tengo ya ideado todo: las fuentes luminosas, el Parque
Zoológico, la Gran Terraza, la estatua de Luis Muñoz Rivera junto a un
gran arco de triunfo. Esto último tenemos ya planeado hacerlo, costaría
cien mil dólares, pero podría levantarse por suscripción pública. Veremos... termina el señor Valines —pero que todo lo que
aquí se haga sea bueno, no mezquino. El terreno está ya en formación
esperando...
—¿Qué habrá en el sitio donde estén las casetas de la PRRA?
—Esta parte se llamaba Campo de juego para niños.
Pregunto porque, desde el sitio donde estoy vamos llegando a la salida,
cerca de los dos kioscos donde expéndanse refrescos, en uno, las casetas
vuelven a verse afeando el paisaje general del Parque.
El otro kiosco, que está desocupado, ha sido concedido a la Asociación
Bibliotecaria para prestar, dicho importante organismo, servircios de
biblioteca a los visitantes del Parque. La decisión es plausible.
Me despido del señor Valines, felicitándole por su obra. Yo sé que es
suyo, en justicia, el crédito de la labor realizada en el Parque Muñoz
Rivera, labor que sólo puede concebir y llevar a cabo un artista. Cuando
me alejo el sol brilla, con esplendor, en los jardines... Mi alma vuela
hasta el estanque donde los niños se quedaron echando a navegar sus
barquitos de papel,..
*Foto del escudo
insertada por el editor. |