Uno de los
trabajos menos conocidos del doctor Juan B. Justo, referido al problema
nacional y al imperialismo. En el cual se muestra una coherencia notable
en su pensamiento y en su acción política.
Hace pocos días, los diarios daban
este telegrama:
San Juan de Puerto Rico. - El señor Santiago Iglesias, presidente de la
Federación Obrera de Puerto Rico, ha sido condenado hoy a la pena de
tres años, cuatro meses y ocho días de prisión, por el delito de
haber formado parte de una sociedad ilegal y de haber tramado una
conspiración con objeto de conseguir que se aumente los salarios de los
obreros valiéndose de medios violentos.
Otros siete agitadores fueron condenados a la pena de cuatro meses de
prisión y dos resultaron absueltos. Los condenados tendrán que pagar
además las costas del proceso.
La condena fue pronunciada de acuerdo con las leyes españolas, que están
aún en vigencia en Puerto Rico.
Los antecedentes de esta noticia, digna de nuestra mayor atención, son
los siguientes, que tomamos de un periódico socialista norteamericano:
Conquistada la isla por los Estados Unidos, fue rápidamente invadida
por el capital yanqui; junto con el imperio de los truts del azúcar y
del hierro, se estableció el sistema monetario norteamericano, y el dólar
reemplazó a la pieza de cinco pesetas, despreciada del 15 al 30 por
ciento, como todo el papel moneda y la moneda de plata de España. El
brusco desarrollo económico del país hizo subir los precios; las
provisiones y los alquileres que antes valían cinco pesetas, pasaron a
valer un dólar. Sólo una cosa se quiso continuar pagando con la moneda
vieja: los salarios. Las empresas obligaron a los trabajadores a recibir
los salarios de antes en la moneda de antes, viejos cuños españoles,
de los cuales los obreros no podían deshacerse sino con un fuerte
descuento. No todos los trabajadores se sometieron sin protesta a
recibir sus salarios en esta moneda inferior. En las plantaciones de caña
de azúcar de Canovenas y Buena Vista de declararon en huelga, pidiendo
más altos salarios. En Vignes pidieron los obreros que se les pagara en
dólares.
Los empresarios acusaron a los comerciantes de causar el descontento
entre los obreros, al no reducir sus precios al equivalente en oro de
los antiguos precios en plata, y los amenazaron con establecer almacenes
propios para proveer a los trabajadores.
Pero todo no se limitó a eso. Aunque no había ninguna violencia grave,
las autoridades y la prensa de lengua inglesa emprendieron una cruel
campaña contra los organizadores de la resistencia. Un diario decía
entonces: 'La policía municipal trabaja duramente, y sabiendo que las
autoridades se proponen perseguir a todos los agitadores obreros,
arrestan a los organizadores obreros así que los ven'.
Iglesias, el más activo y prestigioso, fue puesto preso, así como
Zoilo Betancourt, Gregorio Pérez y Nicomedes Canales, acusados de
amenazas a los trabajadores de Casa Blanca y de la fábrica de Finlay.
Con todo, los obreros socialistas lanzaron un periodiquito, La Huelga,
con artículos firmados por Iglesias, Conde, Carrillo y Dones.
Iglesias, puesto en libertad por un momento, pronto fue encerrado de
nuevo en la cárcel de Puerta de Tierra. El procurador general Rusell
aconsejó al tribunal que lo condenara 'en toda la extensión de la
ley'. Al cumplimiento de sus deseos, y a las intenciones generales de
los que gobiernan en Puerto Rico, responde la monstruosa condena que
acaba de transmitir el telégrafo.
¿Qué quiere decir esto? ¿Por qué semejantes condenas, en ocasión de
una simple huelga, cuando los gobernantes norteamericanos están
acostumbrados a ver los más graves conflictos en su propio país, y a
tolerar las mayores violencias?
¿Por qué reservar para los propagandistas obreros el rigor de las
leyes españolas, cuando en Norte América son libres todas las
propagandas, aun las más absurdas y descabelladas?
El gobierno Yanqui trata a los portorriqueños como a una raza inferior
y quiere mantenerlos como a casta sometida, que reciba grata los
beneficios que quieran concederle sus amos, sin pretender conseguirlos
por su propio esfuerzo libre y consciente. Ve en el movimiento obrero el
embrión del nacionalismo portorriqueño, y quiere a toda costa
sofocarlo.
Poco podrán contra esta tendencia los socialistas norteamericanos; por
mucho tiempo carecerán de influencia sobre la política de su país.
Reina actualmente en los Estados Unidos el más franco espíritu de
dominación y de conquista. El genio de Napoleón es el que más se
admira. El admirante Dewey es el héroe nacional que más se celebra.
Los representantes de Norte América en el congreso panamericano de Méjico
no han aceptado el arbitraje obligatorio para todas las cuestiones entre
las naciones americanas; han reservado para su país la libertad de
emplear medios de solución más 'imperialistas' que el fallo de un juez
imparcial.
Lo que pasa en Puerto Rico es una lección para los sudamericanos, sean
patriotas en el sentido estrecho, séanlo como los socialistas, en el más
amplio sentido de la palabra.
Hay hombres sinceros, apegados a la tradición y a los símbolos, para
quienes nada es tan precioso como su nombre nacional y su bandera. Que
ellos se convenzan de que sólo un pueblo trabajador despierto y celoso
de la equidad económica es capaz de defender su independencia política.
Los siervos, sumisos a los señores del país, se someten sin
resistencia a los dominadores extranjeros. Tomen el ejemplo de los
imperialistas ingleses, quienes dicen que 'tres piezas y una cocina por
familia, son el mínimum necesario para criar una mediana raza
imperial'. ¡Cuánto más necesarias serán para un pueblo sano y
fuerte, que quiera y sepa defender su libertad! Y en las sociedades
modernas no hay salud ni fuerza para el pueblo trabajador, si éste no
lucha por su bienestar en el terreno gremial y político. En el mundo
capitalista el socialismo es el fermento de la libertad.
Y los que vemos en la patria ante todo a los hombres que la habitan, y
ciframos nuestro patriotismo en la holgura material y en la elevación
mental de nuestros conciudadanos, no seamos indiferentes a las
cuestiones de política externa. Nuestros gobiernos son muy malos:
esforcémonos por mejorarlos, mediante el voto, y, si es necesario,
mediante el fusil. Pero pensemos siempre que sería aún mayor calamidad
la dominación extranjera.
Si el imperialismo norteamericano, inglés o alemán quisiera tratarnos
como a Puerto Rico, bueno sería ofrecerles alguna resistencia. Hay que
frecuentar los stands.
(Publicado en La Vanguardia, el 11 de enero de 1902. Integra el tomo V
de las Obras de Juan B. Justo (1926) y el libro internacionalismo y
patria, ed. cit., págs. 232-235.)
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