Hubo una mezcla interesante de
gente en la inauguración, en 1973, de la nueva sede del Archivo General en
la avenida Ponce de León frente al parque Muñoz Rivera. Junto con las
personalidades, estaban los antiguos empleados del Archivo y unos cuantos
profesores y estudiantes de la Universidad de Puerto Rico en Rio Piedras.
Traigo el momento a la memoria porque la incongruencia de la relación
original entre el Instituto de Cultura Puertorriqueña y el movimiento
historiográfico de los 1970 y los 1980 que vino a ser llamado la Nueva
Historia a veces se ha pasado por alto. El Instituto habia surgido en el
1955 para rescatar a la cultura puertorriqueña de las aberraciones y
olvidos que sus defensores percibieron en ese problemático proceso que era
la modernización de Puerto Rico. El Instituto luchó contra la
americanización, contra el espejismo del Occidentalismo y luchaba ahora
contra el nuevo cuco del materialismo histórico que amenazaba empañar la
memoria de los próceres, con historias de De Diego siendo igualero de la
Guánica Central y opositor del sufragio femenino, con fervorosas
disquisiciones sobre la cultura enajenada de la clase hacendada. Y con
fogosas promociones del movimiento obrero anexionista de las primeras tres
décadas del siglo 20. Así es que la Nueva Historia, que todavía no tenía
ese nombre, no era muy bien vista en aquel tiempo por los paladines de la
puertorriqueñidad, pero lo interesante es que algunos de sus practicantes
estaban allí esa noche por una muy buena razón: ellos eran los usuarios
del viejo archivo en la calle San Francisco de San Juan.
Las Nuevas Fuentes
La inauguración de las entonces consideradas flamantes facilidades del
Archivo General coincidieron con la búsqueda y el acopio de nuevas fuentes
para los investigadores históricos. Las diligencias de Arturo Morales
Carrión en Washington habían resultado en la devolución a Puerto Rico del
Fondo de Gobernadores Españoles de Puerto Rico. En el 1973 se legisló para
que los municipios que no mantuvieran archivos propios en condiciones
trasladaran al Archivo General sus fondos documentales. Un equipo dirigido
por Luis de la Rosa emprendió la tarea de rescatar los fondos municipales,
que estaban a punto de desaparecer comidos por ratones y sabandijas. Los
protocolos notariales de todos los distritos fueron también reunidos en el
Archivo General. Los del distrito de Guayama llegaran últimos; allí se
había argumentado con insistencia de que constituían un patrimonio local
no enajenable. Tal razón valió hasta que un investigador de Salinas fue y
encontró el comején en pleno disfrute del lugar. El investigador alertó al
Departamento de Historia de la UPR, que festinadamente tomó la resolución
unánime de pedirle al director del Archivo que rescatara esos fondos (La
alternativa era un escarceo en la prensa, de lo que los nuevos
historiadores eran notoriamente capaces).
También fueron llegando los antiguos fondos documentales de las agendas en
distintos estados de desorganización. Los archivos de los antiguos
tribunales de distrito se buscaron demasiado tarde; la mayor parte del de
San Juan pereció en un fuego, el de Humacao se desvaneció, solo la parte
civil de Aguadilla llegó y lo que vino de Ponce fue tan poco que el hígado
de varios historiadores quedó permanentemente afectado. Pero Arecibo,
Mayaguez y Guayama llegaron incólumes.
También hubo esfuerzos por inducir la donación de fondos documentales
privados al Archivo General. La gloria de las colecciones particulares, la
Junghanns, fue objeto de una adquisición por parte del Instituto. El
público llegó a tener tanta confianza de que en el Archivo General estaban
todos los papeles viejos del país, que no faltó quien fuera a buscar allí
el acta de bautismo de Agueybaná.
La acción y la colaboración concertada de archiveros e historiadores en
los 1970 y los 1980 logro configurar el Archivo General como el principal
centro de investigación en el país. En los seminarios de metodología
histórica se les inculcaba a los estudiantes conocer los principales
fondos documentales del Archivo. Los archiveros conocían los proyectos de
seminario de los estudiantes y los ayudaban a identificar las fuentes
pertinentes. A su vez, los investigadores ayudaban al Archivo haciendo
inventarios preliminares de fondos hasta entonces no catalogados.
Los nuevos enfoques de la Nueva Historia
El término Nueva Historia se generalizó a partir de un coloquio que Cerep
[Centro de Estudios de la Realidad Puertorriqueña) auspició en San Juan en
1983. Gervasio García presentó una ponencia que posteriormente publicó en
su libro Historia Crítica, Historia Sin Coartadas. Titulada "Nuevos
Enfoques, Viejos Problemas: Reflexión Crítica Sobre la Nueva Historia'',
la ponencia buscaba deslindar lo viejo y lo nuevo y a la vez advertir
sobre los riesgos de las novatadas. Los cinco principales rasgos que
Gervasio advertía en la nueva historia puertorriqueña eran: el afán por
explicar, en vez de describir, la noción de proceso a largo plazo; la vida
material como punto de partida para la historia tanto política como
cultural; la valorización de fuentes vinculadas a los procesos de la
producción y los conflictos generados en torno a ella y, finalmente, la
primacía de lo colectivo sobre lo individual.
La ponencia ponía el acento en los elementos positivos de la Nueva
Historia. Pero como se observa en el simposio, lo que parecía unir a los
nuevos historiadores no era tanto un enfoque teórico, sino un rechazo
común de lo que entonces se llamó la Vieja Historia, es decir de la
historia institutional, política y diplomática que la generación anterior
practicaba. Esa historia se nutría de las fuentes de los archivos
diplomáticos de Europa y de Estados Unidos y del Archivo General de Indias
en Sevilla. Le daba primacía a las explicaciones basadas en los
ordenamientos e instrumentos jurídicos y las negociaciones de cancillerías.
La oposición entre fuentes de aquí fuentes de allá era manifiesta. Para
los 'viejos' historiadores las fuentes en el Archivo General de Puerto
Rico ejemplificaban la operación de las leyes y reglamentos emanantes de
las agendas rectoras y documentaban las consecuencias de las decisiones
tomadas en el Atlántico Norte. Para los 'nuevos' historiadores tal visión
negaba la capacidad de las comunidades insulares de gestar sus propias
instituciones cotidianas y generar resistencias, acomodos y apropiaciones
de las instituciones metropolitanas. |
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Lo que estaba en juego era qué
movía el cambio histórico, si las iniciativas de arriba o las de abajo.
Gervasio buscaba establecer el entrejuego entre dominantes y dominados,
dándole su propio peso a ambas iniciativas, pero no todos los nuevos
historiadores concurrían. Algunos sentían el peso de vastas corrientes
impersonales que encarnaban los intereses del naciente capitalismo e
implantaban el cambio tecnológico, lo que conllevaba modificaciones
sustanciales a las relaciones de producción. Otros reconocían el peso de
los ordenamientos jurídicos, pero interesaban explorar la originalidad y
la amplitud de las resistencias. Para otros lo importante eran las
relaciones de género y sus efectos en el entramado social.
La diversidad en la formación de los nuevos historiadores parecía
imposibilitar la organización de la Nueva Historia en un solo frente
teórico. Para algunos el materialismo histórico era la fuente principal de
sus posturas teóricas, para otros lo era la escuela francesa de Annales o
el New Social History de Estados Unidos y para aún otros, un eclecticismo
sistemático que desafiaba las clasificaciones. La pluralidad de enfoques
resultaba en que lo distintivo de la Nueva Historia fuera el elemento
común más evidente, el rechazo a la Vieja Historia, lo que indudablemente
contribuyó a complicar las relaciones generacionales y a hacer olvidar las
continuidades y los elementos de coincidencia en la Nueva y la Vieja
Historia.
Las Nuevas Metodologias
La tercera parte del trípode en que se montaba la Nueva Historia lo
constituía la metodología novedosa: se destacaba el análisis cuantitativo,
la demografía histórica, la prosopografía, el análisis de contenido, el
uso de la historia oral y la historia comparativa.
Algunos historiadores tradicionales habían incorporado tablas de cifras a
sus exposiciones, pero el análisis cuantitativo no constituía una parte
medular de la argumentación. Angel Quintero Rivera, Juan Jose Baldrich y
Laird Bergad, por el contrario, iban más allá de las estadísticas
descriptivas. Los tres soñaban con reducir las cifras encontradas en la
documentación a material analizable por programas de computadora como el
SPSS.
Inspirados por estos y otros esfuerzos algunos historiadores se acercaron
a los métodos cuantitativos con la ilusión de precisar las dimensiones de
lo social en el siglo 19 puertorriqueño. Pronto se toparon con la
dificultad insuperable de que las famosas series completas de estadísticas
que harían posible el análisis de los procesos a largo plazo no estaban
disponibles en el Archivo General. Uno comenzaba, por ejemplo, a tratar de
ver el movimiento de los precios de la tierra a lo largo del siglo 19 y se
topaba con el hecho de que faltaban protocolos que establecieran la serie
completa.
El análisis de contenido, técnica desarrollada por los servicios de
inteligencia durante la II Guerra Mundial, fue utilizado con cierta
renuencia por los investigadores y aplicado más bien a la prensa de las
últimas decadas del siglo 19. La Colección Junghanns, sin embargo, con su
extenso acopio de material propagandístico laboral, ofrecía un campo
atractivo de exploración. No fue quizás hasta los 1990 que, bajo el
acicate de los deconstruccionistas franceses, se asumió seriamente la
tarea de examinar los textos emitidos por los gobernantes de todos los
períodos en busca de los resortes de la persuasión y las metáforas
programáticas.
Aunque el Archivo General no posée una división de Historia Oral que
preserve y transcriba los testimonios generados por los participantes en
los movimientos políticos, laborales y sociales de las décadas previas, sí
tiene un archivo de imágenes, tanto fotografías como material fílmico,
donde se han preservado y restaurado importantes fuentes históricas. Con
mayor frecuencia los investigadores acuden a estos fondos buscando apoyo
para sus publicaciones y proyectos.
Siempre hubo el deseo de que el Archivo sirviera de algo más que de
depósito documental y tomara parte activa en las discusiones profesionales
que se estaban dando, tanto para fomentar el interés académico en los
trabajos que se llevaban a cabo, como para abrir nuevas avenidas a la
investigación.
Crisis de las Relaciones entre el Archivo y la Nueva Historia
Las dos décadas de fructífera colaboración entre el Archivo General y los
practicantes de la Nueva Historia terminaron hacia mediados de los 1990
debido a varias circunstancias. Por un lado los seminarios de Historia y
Ciencias Sociales en la Universidad tornaron su atención preferencial
hacia problemas del siglo 20. El Archivo General, con su larga bitácora de
fondos documentales sin catalogar, tiene relativamente pocos fondos
catalogados para el siglo 20. Los investigadores se dirigieron con
preferencia a la Colección Puertorriqueña de la Biblioteca Lázaro en la
Universidad de Puerto Rico y al Archivo de la Fundación Luis Muñoz Marín
para llevar a cabo sus investigaciones. Como se ha observado en distintos
foros, el hecho de que tantas investigaciones del siglo 20 dependan
primariamente de los periódicos de la época plantea un grave problema de
superficialidad historiográfica. Por otro lado, bajo la influencia de la
nueva historiografía cultural que ha llegado a dominar la vanguardia de la
disciplina, el interés de los historiadores se ha desplazado hacia
problemas de discursos y representaciones, deconstrucciones y giros
linguísticos, cuyas fuentes están más en materiales impresos del pasado
que en planillas de impuestos e informes contabilizados de corporaciones.
Hoy las tésis de historia más novedosas requieren más técnicas de crítica
literaria que de estadísticas y sus bibliografías de fuentes consultadas
escasamente mencionan los fondos documentales del Archivo General.
Lo que uno más lamenta de la política pública respecto al Archivo General
es que por décadas le ha prestado más atencion al cuiado del edificio que
a la preservación, restauración, búsqueda, catalogación y discusión de sus
fondos documentales. Mientras otros centros de investigación se ejercitan
en hacer acopio de fondos documentales y en las herramientas necesarias
para su cuido, estudio y divulgación, el Archivo General, reducido a una
pobre covacha donde manga con hombro genealogistas, parceleros,
estudiantes doctorales y curiosos han rastreado sus respectivos intereses
al ritmo de suero en que se les proporcionan sus cajas de documentos,
espera el momento de su resurrección.
Fernando Picó es historiador y profesor del Departamento de Historia de la
UPR en Río Piedras.
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