enero 6 2006
Por: Maricarmen Rivera Sánchez
Redactora EL VOCERO
Hace mucho que las inclemencias del tiempo y la tecnología no son
los únicos problemas que enfrenta la Biblioteca Carnegie.
De los embates climatológicos ha sabido levantarse y resurgir más
bella todavía. Mientras, esa tecnología que en un principio
amenazaba con eliminar estos enormes almacenes de libros como si
fuera cualquier dinosaurio prehistórico, es ahora una de sus
partes fundamentales.
Pero, aunque lo intenta, la Biblioteca Carnegie no ha podido
capturar la atención de los custodios de su grandeza, responsables
de mantenerla al día, impecable y útil.
Esta gran biblioteca pública no está sola en esa lucha. Mary Jane
Haver, la directora desde hace poco más de un año, parece
dispuesta a alzar su voz en cualquier foro para denunciar que la
Carnegie está en el olvido como un libro que uno empieza a leer
con entusiasmo, pero a mitad se desencanta.
Una breve conversación con esta mujer, apasionada de la ciencia
que implica operar una biblioteca, es suficiente para darse cuenta
de que son muchas las batallas que ha librado y tantas otras las
que ha perdido, para conseguir atención para este recinto.
La lista de problemas es larga
La alfombra está llena de hongo, hay poco personal experto en
bibliotecología, hace un mes que no hay conserjes, hay que tapar
con plástico algunos anaqueles porque hay goteras, hay comején por
las esquinas, el acondicionador de aire no sirve porque los
árboles del vecino Ateneo Puertorriqueño sueltan hojas sobre la
maquinaria, el pasto no lo cortan y los arbustos del frente están
tan altos que la biblioteca parece abandonada.
Ahí no terminan los problemas.
El techo de la histórica fachada se está cayendo poco a poco, el
Internet es lento, el dinero que dejan las fotocopiadoras hay que
usarlo para comprar productos de limpieza y – el colmo de una
biblioteca – apenas hay dinero para comprar libros nuevos. Como si
fuera poco, es difícil conseguir los últimos libros publicados
porque, como buena agencia gubernamental, tienen que hacer
subastas con al menos tres postores.
"Tenemos gente que no conoce lo que hacemos aquí, que ni siquiera
saben que estamos aquí, pero tenemos que mejorar una planta física
más agradable y más cómoda, tenemos que lograr un poder de
convocatoria y publicidad para poder presentar alternativas", dijo
Haver, con su voz suave, de bibliotecaria. "Esto no puede ser un
sitio donde vienes a buscar información para una asignación y ya".
Comparar la lista de problemas con la lista de alternativas es
como comparar la extensión de ‘La Llamarada’ con la de un
panfletito cualquiera. Básicamente, reconoció Haver, la biblioteca
está en un callejón sin salida.
Su intento más reciente fue a través de la Legislatura, donde
intentó buscar ayuda para una propuesta con la cual podría recibir
pareo de fondos. Cuando llamó a la Cámara, le dijeron que estaba
en el Municipio de San Juan. Cuando llamó al Municipio, le dijeron
que el proyecto estaba paralizado en el Senado.
La Biblioteca Carnegie está adscrita al Departamento de Educación,
desde donde le asignan maestros bibliotecarios y un presupuesto de
$276,000 anuales. De estos, $198,000 se van en nómina comparado
con $40,000 asignados para la compra de libros nuevos.
Prácticamente la misma cantidad de dinero - $30,000 – se utilizan
en el mantenimiento del edificio a través de la Oficina para el
Mejoramiento de las Escuelas Públicas (OMEP)
"Si nos asignan $1 millón sería muchísimo, pero ahora mismo lo
usaríamos porque la estructura necesita un trabajo para el techo
que es bien costoso", dijo Haver. "El aire acondicionado hay que
arreglarlo porque desde la pasada tormenta, se dañó".
Recinto acostumbrado a los embates
La historia de esta biblioteca comenzó en 1903 con el
establecimiento de la Biblioteca Insular en el Viejo San Juan. En
1914 se inició la construcción de una nueva biblioteca en Puerta
de Tierra gracias a un donativo de $100,000 del filántropo escocés
Andrew Carnegie.
En 1965 cerró sus puertas ante el creciente deterioro y reabrió en
1969, remodelada de acuerdo al diseño original.
Luego, en 1989, el huracán Hugo hizo de las suyas en esta
biblioteca, provocando un nuevo cierre que duró hasta 1995, cuando
el Departamento de Educación restauró el edificio.
El enorme edificio se levanta ahora, tapado parcialmente por
arbustos, entre la Casa de España y el Ateneo.
Actualmente, la biblioteca atiende a unas 200 personas
diariamente, principalmente estudiantes de las escuelas aledañas y
los deambulantes que a diario van a buscar los periódicos y a
revisar el Internet.
Tiene unas seis colecciones, incluyendo una colección juvenil, una
sala de referencias y una colección de revistas y periódicos.
A pesar de los embates, Haver parece confiada en que esta
biblioteca, como la institución del libro, no desaparecerá; ni por
los olvidos gubernamentales ni ante la creciente amenaza de nuevas
tecnologías.
"El libro va a permanecer. A lo mejor cambia el papel o el medio
en que se imprime", dijo Haver, fanática de Pablo Coelho. "Muchas
veces la tecnología nos deja a medio camino y tenemos que recurrir
al librito otra vez. La gente no va a permitir que esto
desaparezca".
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