Y siguió la fiesta.
"Esa
celebración del centenario fue una bofetada sórdida, de
las tantas
que se le dan todos los días al país. Peor aún: fue como
una risotada".
Domingo, 20 de agosto de 2017
Por Mayra Montero
Así se titula un gran ensayo del periodista Alan Riding, que cuenta la vida cultural del París ocupado por los nazis, con sus luces y sombras. Las sombras son la falta de sensibilidad y el oportunismo.
Tomo el título prestado a Riding porque la fiesta en la isla sigue sin decoro alguno.
Celebraron el centenario del Senado de Puerto Rico, al estilo esperpéntico que los caracteriza. Primero, se sentaron bajo el mismo techo todos aquellos “líderes” pasados y presentes que han llevado a Puerto Rico al abismo. Reían y se felicitaban unos a otros sin que los importunara un grito en la calle, una pancarta de cólera, algún recordatorio de que son los verdaderos responsables del desastre.
Aquí en meses recientes ha habido protestas, manifestaciones, irrupciones sorpresivas en centros comerciales, pedreas a sucursales bancarias, asaltos a reuniones, a cónclaves económicos y asambleas de la cúpula universitaria. Un antiguo líder estudiantil (muy antiguo, muy antiguo), dirigió asedios a edificios privados e inmovilizó ascensores, impidiéndole el paso a la gente que a lo mejor iba al dentista. Todo eso lo vi en sus propias grabaciones.
Por eso me pregunto dónde se metieron el otro día, cuando se reunieron los principales responsables de la ruina del país, a cara descubierta, en las afueras del Capitolio, con manteles de lino y cacharrería de domingo. ¿Por qué no estaban protestando?
Me dicen que algunos sectores están reticentes a manifestarse, o a organizar protestas, porque ha habido serios cuestionamientos internos. “Próceres” que en vez de haber ido presos ellos primero que nadie, a la hora de la verdad desaparecen. Por otro lado, también abundan las críticas acerca de que siempre caen aquellos que avanzan en primera fila, y que los llamados “observadores”, generalmente abogados, jamás pisan la cárcel, siendo ellos los que convocan en las redes. Eso lo resienten los padres y familiares de los jóvenes que, aunque solo pasen unas horas en la cárcel, luego tienen que incurrir en gastos, papeleo, visitas a los tribunales y un sinfín de gestiones engorrosas. Así la representación legal sea gratuita, tener a un familiar preso conlleva inmensos trastornos. ¿Y los observadores? Pues se pasean sin pena ni gloria por entre las batallas campales, y si se les acerca un guardia para pedirles cuenta, pronuncian la frase mágica: “Soy observador del Colegio de Abogados”.
Pero hablaba del Senado y su pomposa fiesta, que contó con la presencia de los expresidentes de ese cuerpo, sentados en alegre camaradería, y con los exgobernadores, que también se divertían como generales franceses entre lo candelabros.
Esa celebración del centenario fue una bofetada sórdida, de las tantas que se le dan todos los días al país. Peor aún: fue como una risotada. En Puerto Rico no hay ni puede haber espacio para celebraciones en las actuales circunstancias. Apenas el viernes pasado se descubría que Hacienda estaba desvistiendo al santo del pago a suplidores, para vestir al otro santo, que es el de los fondos artificialmente acumulados.
Hace poco, cuando la contralora denunció el mal uso de dinero público para auspiciar unas actividades en el Municipio de San Juan —entre ellos, “asambleas” contra la Junta de Control Fiscal o el llamado día de “Clamor a Dios”— a un costo de cientos de miles de dólares, la alcaldesa declaró: “En resumidas cuentas, el informe demuestra que en San Juan no se discrimina”.
No. El informe demuestra que se gasta en eventos superfluos.
En la miseria en que nos encontramos, a la gente le importa un rábano si se discrimina o no. Lo que quiere todo el mundo es que no sigan botando el dinero en fiestas ni homenajes. Sobre todo teniendo en cuenta el deterioro de las principales avenidas de la Capital. Deprime recorrer ciertas vías públicas, como la avenida Roosevelt, o la avenida Piñero, o pasar por tantas urbanizaciones que se cubren poco a poco de maleza y basura. Lo último de lo último es que ahora nadie quiere darle mantenimiento al Paseo de Puerta de Tierra. Esto era previsible desde que lo construyeron. Al denunciarse que las barandas se estaban oxidando, uno de los contratistas aseguró que “solo estaban cambiando de color”. No sé si el cambio ese es normal, pero se ven chorretes de óxido bajando por los muros.
En el ínterin, oí que alguien proponía por radio que los 4,000 confinados en custodia mínima que viven mirando al techo en el sistema de corrección, fueran movilizados para hacer labores de mantenimiento.
A mí siempre me ha parecido normal que, en lugar de tenerlos encerrados todo el día, los presos salgan a trabajar un poquito.
No es que los pongan a picar piedra, como en las películas de Steve McQueen (aunque también), pero que desempeñen unas labores necesarias, ahora que el país lo necesita, dentro de horarios y condiciones adecuadas. Si no se hace algo pronto, a la vuelta de unos meses, la porquería y los escombros van a arroparnos como en los arrabales de los países más desesperados.
Además de los 4,000 confinados de seguridad mínima que se supone que podrían ayudarnos en tareas de ornato, hay que contar con todos los que han dicho que están dispuestos a ir a la cárcel por desobedecer a la Junta de Control Fiscal. Qué bueno. Ése es un filón con el que no contábamos: legisladores y funcionarios que no ven la hora de ponerse el mameluco anaranjado, con tal de evitar que se reduzca la jornada laboral. Ya que estarán bajo custodia mínima, podrán salir a la calle para pasar el “trimmer”. Así da gusto tener políticos valientes. No pavoneándose entre candelabros y orquídeas, sino dando el todo por el todo al pie de la carretera, cortando la hierbita con su estilo único.
Viéndolos trabajar, desde el tapón, bajaremos al unísono las ventanillas para gritarles vivas y aplaudirlos.
Prometido.
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