La convocatoria de la manifestación estudiantil era para las 5:00 p.m. de
ayer. Sin embargo, desde dos horas antes ya se sentían los ánimos tensos
en el Capitolio.
Una veintena de empleados del Centro de Recaudación de Ingresos
Municipales (CRIM) esperaban en el segundo piso para entrar a las gradas
del Senado, pero no se lo permitieron. Esto causó una trifulca entre la
minoría popular y la mayoría penepé en la sesión.
Poco después de las 4:00 p.m., Primera Hora observó cómo miembros de
grupos de prensa estudiantil intentaban entrar al Capitolio debidamente
identificados, pero no se les permitió.
Con este grupo empezó la embestida policial. Los sacaron del Capitolio a
fuerza de gas pimienta y golpes de roten, haciéndoles rodar por las
escalinatas de mármol.
El vestíbulo de la Casa de las Leyes se convirtió en una cámara de gases
donde se vieron afectados periodistas, ciudadanos y empleados. En el
exterior, la Fuerza de Choque se desplazaba hacia la Ponce de León,
llevándose de por medio a macanazos y disparos de gas pimienta a todos los
que intentaban entrar o simplemente estaban en el medio.
“Yo estaba en el vestíbulo y vi que en ese momento alguien trataba de
entrar y se movilizó la Fuerza de Choque y, entonces, vi a los estudiantes
sentados en el piso y cuando se sientan, viene la Fuerza de Choque a
tratar de sacarlos y empiezan a darle con las rodilleras a una joven alta
de pelo rubio que estaba de espaldas. Yo intervine y le dije: ‘No la
toques, no le des’, y le dije lo mismo a otro policía que le daba a otra
estudiante. Esperé, de repente oí el ruido de las puertas cerrándose.
Alguien me gritó: ‘Representante, no respire’. No sé quién fue, pero
alguien me arrastró y me movieron por encima del mueble de recepción”,
narró a Primera Hora la representante popular Carmen Yulín Cruz desde la
camilla donde recibía una terapia con oxígeno.
Dentro del Capitolio los trabajos se paralizaron, pero en la presidencia
del Senado no se daban por enterados de lo sucedido. Allí estaban reunidos
con el enviado de Fortaleza, Marcos Rodríguez Ema, tratando de resolver el
tranque para que se pudiera aprobar el presupuesto.
“Prácticamente estamos en un estado de sitio, con gases y todo cerrado.
Estamos afectados en la garganta, los ojos, la piel, e indignados porque
ésta es la casa del pueblo y se supone que esté abierta”, dijo Raúl Colon
Declet, un residente de Caguas que se encontraba en el interior del
Capitolio cuando se soltaron los gases pimienta.
Afuera, una segunda oleada de violencia policiaca fue mucho más fuerte que
la primera. Los manifestantes, en su mayoría mujeres, fueron dispersados a
golpes y dos disparos de gases lacrimógenos inundaron de humo los
alrededores del Capitolio y la entrada al Viejo San Juan. La nube cubrió
la zona y básicamente todo el mundo echó a correr.
Los fotoperiodistas de Primera Hora Heriberto Castro y Andre Kang
requirieron de asistencia médica. Los periodistas Marga Parés, de El Nuevo
Día; Carlos Weber, de Univisión y Sency Mellado y José Esteves, de
Telemundo, se vieron afectados por los gases.
“Estaba detrás de la Fuerza de Choque, uno me empujó y prácticamente volé
hasta el estacionamiento de prensa del lado del Senado. Le pregunté por
qué me empujan, me di cuenta que tenía el lente roto y no pude retratar al
policía que me empujó”, narró Kang, quien sufrió dos heridas abiertas en
un brazo.
“Lo acontecido hoy es imperdonable, es un acto de intolerancia, un
atropello y un abuso de la fuerza contra el pueblo y contra el derecho a
expresarse”, dijo Héctor Ferrer, presidente del Partido Popular
Democrático (PPD).
El representante Ángel Bulerín también sufrió los efectos de los gases y
terminó en estado delicado en la enfermería del Capitolio.
En las escalinatas, el superintendente José Figueroa Sancha dijo que
asumía “toda la responsabilidad” y no vio nada malo en la acción de sus
tropas ni mucho menos en sus directrices. “Eran los gases lacrimógenos o
una confrontación física que hubiera sido peor”, dijo, como si la
confrontación física no hubiera ocurrido.
Al menos seis personas, tres varones y tres féminas, fueron atendidas en
el dispensario Hoare, en Santurce, afectadas por los gases policiacos.
Ninguna tenía lesiones de gravedad, dijo Ramón Alejandro Pabón, portavoz
de prensa del Departamento de Salud.
Condeno la violencia y el abuso de poder
jueves, 1 de julio de 2010
Mabel M. Figueroa Pérez / Primera Hora
No podemos seguir así. No podemos permitir que este caos y abuso de poder
sigan reinando en Puerto Rico. No podemos aceptar callados la imposición
de violaciones constitucionales. No podemos, porque si lo hacemos nos
convertimos en cómplices, como aquellos que con su silencio las avalan.
La borrachera de poder de algunos de nuestros políticos ha traspasado los
límites a los que jamás imaginábamos que nos acercaríamos. No querer ver
lo que está ante nosotros es vivir de espaldas a nuestra realidad.
El motín que se escenificó ayer en la Casa del Pueblo, así mismo, la Casa
del Pueblo, aunque algunos insistan en ignorarlo, fue un bochorno
colectivo como secuela de la directriz que impuso, en abierta violación a
la Constitución de Puerto Rico y la Constitución de Estados Unidos, el
presidente del Senado, Thomas Rivera Schatz, de no permitir a los
ciudadanos, a los constituyentes de este país que los pusieron allí, poder
presenciar los trabajos de la sesión desde las gradas.
No eran muchos. Estaban dispuestos a presentar sus identificaciones. Nadie
había vandalizado la propiedad. Pero, aun así, no se les permitió el
acceso a un edificio público como es el Capitolio.
Tampoco hubo diálogo. En cambio, mandaron un ejército de la Fuerza de
Choque a lanzar gas pimienta, a dar macanazos a diestra y siniestra y a
empujar a todos los que se encontraban de frente. Movilizaron miembros de
la Guardia Nacional y también sacaron un “selecto” grupo de agentes de la
Unidad Montada como una forma de intimidación.
Era impresionante cómo no marcaron límites, cómo le dieron a todo ser
humano que se movía frente a la Casa de las Leyes. A todos, aunque no se
les enfrentaran. A todos, aunque estuvieran trabajando, como los
compañeros periodistas de todos los medios de comunicación, que, muy
valientes, se aguantaron el gas pimienta y los golpes de los musculosos
agentes de la Unidad de Operaciones Táctica para que pudiéramos conocer la
verdad de lo que allí pasaba.
¡Qué espectáculo! ¡Qué vergüenza!
Por eso fue insólito ver un poco más tarde llegar al superintendente de la
Policía, José Figueroa Sancha, tratando de vender una versión de esa
violencia desbocada contraria a la que todo el país presenció.
Honestamente fue un insulto al intelecto.
Pues, sepan que este pueblo es más inteligente de lo que piensan
funcionarios como Figueroa Sancha y algunos “honorables”, a quienes
nosotros, los contribuyentes, mantenemos con sus sueldos para que encima
pretendan violentar los derechos sagrados que a todos nos cobijan en
Puerto Rico, un país que tristemente ha dejado de ser la “Isla del Encanto”.
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