Rafael Cepeda en las
fracturaciones de la nacionalidad
13 al 19 de noviembre de 2008
Ramón López/Especial para En Rojo, Claridad |
La gente bombera puertorriqueña habla de la Bomba en mayúscula
para reclamar un digno espacio de múltiples libertades diferentes
que son el tema real que alarga sus conversaciones. La bomba
forzada en consenso de unidad de “sangre y tradición” no suelta
prolongadas reflexiones de los bomberos: es sólo un cumplido de
modales requeridos que pronto se fractura en temas de otros amores
y complicaciones que siempre son –claro y oscuro está– mucho más
interesantes. Lo que anima a los bomberos a hablar mucho de la
bomba es el infinito trayecto de sus desviaciones irresistibles.
Este texto desviado es un homenaje amoroso a Rafael Cepeda pero a
muchos no les parecerá tal porque no tengo el menor deber de
reducirlo a la perfección inapelable del maestro indiscutible.
Aquí escribo remeneos que son más estimulantes que las
glorificaciones porque expresan desacuerdos, esas rítmicas
negaciones a las imposiciones oficiales. El mejor homenaje a
Rafael Cepeda es el reconocimiento de las fértiles e inspiradoras
fracturaciones que hay en su inmenso legado.
La fracturación de la pureza
El legado de don Rafael Cepeda –una imagen que hoy lo identifica
más con el rescate de la bomba que con sus también abarcadoras
aportaciones a la plena– es la coexistencia inestable y a veces
hostil de una voluntad de alcanzar consenso sobre la importancia
de la bomba en la cultura nacional y una fracturación de la
práctica bombera en separaciones y alejamientos divisorios. Rafael
Cepeda siempre propuso la bomba como asunto nacional: bomba
puertorriqueña con nombre y apellido perteneciente a toda la gente
de nuestro país. A la vez, le adjudicó a su híbrida práctica
bombera personal–familiar un esencialismo inapelable: la suya es
la bomba genuina, auténtica, pura, tradicional, correcta y hasta
mandatoria.
El “Patriarca de la Bomba” asimiló así la intención hegemónica de
la ideología del “folclore” estatal –imponer un consenso
definitorio de la bomba– que en vez de sustentarse en textos
escritos de intelectualidad académica se erigió como texto
escenificado en espectáculo pedagógico cuyo lenguaje
verbal–musical–coreográfico se instalaba cómodamente en los
requerimientos oficiales de “la gran familia puertorriqueña”
acentuando las aportaciones de “la tercera raíz” a la
“democrática” convivencia cultural de la nacionalidad.
Sin embargo, el transcurso histórico de la experiencia
biográfico–musical de Rafael Cepeda es rico en prácticas bomberas
alternativas, divergentes y combinadas que constituyeron una
inmensidad cultural de la que el “show” fue sólo la parte más
visible y superficial. En la práctica del espectáculo, Cepeda
siempre tuvo que lidiar enfrentando el racismo contra “la música
de negros” que él quería dignificar, racismo que se imponía desde
adentro de la imaginada “gran familia puertorriqueña” a través de
marginaciones condescendientes, rechazos insultantes, o ambos.
En la práctica comunitaria, la vida bombera de Cepeda nunca fue
pura ni esencial y tuvo más de adaptación histórica que de
conservación tradicional. Por otro lado, en la multiplicación de
prácticas bomberas por parte de los herederos de Cepeda –hijos,
parientes, discípulos– éstos se proclaman poseedores de la
definitoria y correcta bomba del “patriarca”, se enfrascan en
minuciosos desacuerdos sobre la versión oficial que todos dicen
compartir y se envuelven en sorprendentes reinvenciones personales
que agudizan las divergencias y agitan las rivalidades. Se trata
entonces de la coexistencia de intenciones consensuales con
interpretaciones conflictivas en las prácticas bomberas de todos
los que de una forma u otra se asocian o identifican con el
apellido Cepeda.
La fracturación de la memoria
Rafael Cepeda siempre estuvo buscando un árbol que me dé sombra
porque el que tengo calor a mí me da pero –al igual que las
infinitas fracturaciones de las venas en cada hoja de cada árbol–
las prácticas bomberas anteriores y posteriores al coreografiado
“show” de la Familia Cepeda han estado fracturadas en divergentes
opciones e hibridaciones cuya mejor definición es su incesante
movimiento mismo, igual que las fracturaciones de la definición de
la nacionalidad que compartimos y alteramos en movimientos de
libertades y sometimientos. Sin embargo, no se trata de escapar de
la identidad nacional–bombera rumbo a la inexistencia de la
historia. Existe una realidad cultural que sustenta la nación: la
imaginación práctica y vivida de una comunidad en transcurso de
historia. Existe una realidad cultural que sustenta la bomba: el
desafío corporal y bailado de una comunidad en transcurso de
tambor.
Si hoy día preguntamos a cuatro hermanos Cepeda sobre cuatro
eventos propios del año de 2003 –la oficialización del barril y el
pandero hasta la altura del cuatro, la medalla Rafael Cepeda
otorgada a Ramón Pedraza, la confección del proyecto Dancing the
Drum de Chichito Cepeda y la Medalla Nacional de la Cultura
recibida por los Hermanos Cepeda– cada hermano aportará una
memoria distinta de cómo fueron los hechos porque todas las
memorias son fracturaciones accidentadas por desiguales encuentros
del documento y la imaginación. Si esto es cierto de cuatro
momentos de sucesión tan reciente, ¿cuán exacto puede ser el
ensamblaje de la historia oral de un hombre trabajador, inventor y
andariego que nació en Puerta de Tierra en 1910? La memoria
bombera que Rafael Cepeda transmitió a su familia y la que sus
familiares transmiten hoy día participa de inevitables
transformaciones, pérdidas e invenciones. Las historias orales
contienen tantos datos como imaginaciones y no siempre hay certeza
de cuál es cuál, es decir la fracturación de la memoria es
inherente a la reconstrucción de la historia.
La fracturación de la biografía
El discurso mediático sobre la vida de Rafael Cepeda –esquemático,
contradictorio y glorificador– admite otras lecturas aparte del
consenso hegemónico que lo ubica como encarnación de un estilo
cangrejero o santurcino de bomba que se considera de mayor
desarrollo e influencia que otros estilos regionales.
Rafael Cepeda nació en el barrio Puerta de Tierra de San Juan en
1910. Todas sus biografías –versiones fracturadas de un mismo
texto que se multiplican en la internet y los documentales–
destacan la procedencia mayagüezana de sus padres, abuelos y
ancestros, todos diestros en la construcción de barriles y la
ejecución de la bomba. Esta ubicación mayagüezana originada en el
barrio Dulces Labios conecta a Cepeda con lo que muchos consideran
la cuna de la bomba, cuyos ingredientes originarios llegaron con
la inmigración que siguió a la Revolución Haitiana. Lo que no se
destaca en estos bosquejos biográficos es que los antepasados de
Cepeda se movían mucho entre Mayagüez y Ponce, lo que ya apunta a
frecuentes contactos y consecuentes hibridaciones musicales.
Tampoco se resalta el hecho de que Puerta de Tierra era un enorme
barrio obrero famoso por sus músicas y luchas sindicales.
En otras palabras, las herencias mayagüezano–ponceñas de Cepeda se
manifestaron en el contagioso contexto de la vida musical de
Puerta de Tierra añadiendo ingredientes a su formación.
En contraposición a esta lectura histórica de influencias
fracturadas, el discurso biográfico difundido por el propio Rafael
Cepeda busca y reconoce la autoridad esencial de su patriarcado en
la biologización de su persona que –según el mito repetido por él
tantas vece– le asigna un destino patriarcal como asunto de sangre
validado por el hecho asombroso de que a su madre le llegaron
dolores de parto precisamente mientras bailaba una bomba cuyo
título varía según la memoria responde a las entrevistas. Ya en la
internet se amplificó el mito y así podemos leer que su madre lo
parió en un baile de bomba. En la mitología popular de Cepeda el
destino se avisa en señales sorprendentes. La continuidad del mito
también es aportación de Cepeda: cada vez que nacía uno de sus
hijos –que en la internet son diez, once o doce– Cepeda le tocaba
el tambor muy cerca. El hecho de que ninguno despertó por la
molestia del ruido señaló la heredada continuidad de sus unánimes
vocaciones bomberas.
El discurso biográfico de la Familia Cepeda insiste en su
influencia a partir del barrio Villa Palmeras de Santurce y
atiende menos el hecho de que la familia tuvo su hogar por mucho
tiempo antes en la 23 Abajo a orillas del Caño Martín Peña. Esto
es importante por dos razones. Primero, los arrabales del caño
fueron extensas comunidades construidas por sucesivas olas de
migrantes de otros barrios de Santurce, otros pueblos de Puerto
Rico y muchos territorios de la ruralía boricua. Todas estas
gentes portaban y ejercían diversas prácticas musicales. El
diálogo entre bomberos y trovadores, por ejemplo, era parte de la
cotidianidad de las barriadas de la orilla del caño.
Segundo, en la otra orilla del caño también se desarrollaron
barriadas migratorias con puntos bomberos y ambas orillas eran
vías de navegación hacia la bahía de San Juan que a su vez incluía
en su orilla opuesta el pueblo de Cataño, muy famoso por sus
tradiciones de bomba. Cepeda y su compañera Caridad eran asiduos
asistentes a esos bailes que congregaban bomberos de toda la isla
en una comunidad de perseverancias, transformaciones y
asociaciones centradas en los desafíos bailables ante los tambores
bomberos. Todas estas prácticas heredadas y cultivadas formaron
las preferencias y expresiones personales de Cepeda. De hecho,
algunos conocedores de la bomba aseguran que en tiempos anteriores
a Cepeda hubo traslados recíprocos entre bomberos de Santurce y
Loíza de manera que ambos territorios compartían estilos bomberos
más continuos que divergentes. Esos mismos conocedores afirman que
el estilo bombero Cepeda tiene que ver más con la influencia de
los bailes de Cataño que con ancestrales prácticas bomberas
cangrejeras.
La investigación actual no ha llegado a la profundidad suficiente
para establecer conclusiones inapelables pero algo sí es evidente:
en la persona de Rafael Cepeda confluyeron diversas influencias
bomberas de la isla que él supo cuajar en una propuesta suya. La
razón por la cual esta hibridación fracturada de Cepeda pudo
conseguir un encumbramiento de visibilidad e influencia es que
Cepeda fue un apasionado líder cultural, excelente compositor,
destacado instrumentista y eficaz artesano que se enfrentó con
valor al racismo de su época y reclamó de la manera más audible el
derecho de pertenencia de la bomba a la nacionalidad
puertorriqueña.
En esta gestión de creatividad y resistencia, Cepeda hizo mucho
más que construir un “show” y lograr acceso a los escenarios de
los hoteles y la televisión. Cepeda nunca dejó de vivir la bomba
comunitaria y siempre cultivó la amistad bombera entre sus colegas
mientras educaba a su familia y entrenaba a sus hijos en el
jerárquico aprendizaje de las destrezas de la bomba. Su soledad
creativa –la que abultó muchas libretas escolares que son su
patrimonio legado a la posteridad– tuvo su contraparte en la
solidaridad festiva de sus goces de barriada y vecindario en los
que la bomba no necesitaba elegantes ajuares ni calculadas
estampas dramatizadas. Cepeda no fue egoísta con su talento. Su
asegurado orgullo bombero siempre estuvo al servicio de los que
recurrieron a él buscando instrucción, consejo y encaminamiento.
Este Cepeda desconocido para las audiencias del “show” no puede
reducirse al ensamblaje de “ballet folclórico” porque su formación
de obrero inspirado lo mantuvo inquieto en múltiples recorridos
bomberos que sólo cesaron con su muerte física en 1996.
La fracturación del legado
Los herederos de Rafael Cepeda viven hoy fracturaciones
específicas a su manejo del legado recibido. No cabe duda de que
entre los hijos de Cepeda existe un compromiso de adelantar la
bomba en la nacionalidad y que ese compromiso se ejerce con mucho
talento creativo. Los hermanos Cepeda han acentuado el ejemplo de
su padre hasta convertirlo en prédica y arenga en pro de la
defensa de la tradición y en contra de su disgregación
desorientada. Su discurso compartido –centrado en la necesidad de
unitaria divulgación del legado Cepeda a través de la instrucción
y el ejemplo– choca contra una realidad que es –rítmica
redundancia– demasiado chocante. Resulta que los hermanos Cepeda
han desplegado la más audiovisible y exasperante capacidad de
fracturarse en tantas controversias internas que sencillamente no
pueden trabajar juntos de manera consecuente.
La Familia Cepeda o los Hermanos Cepeda o el Grupo Folclórico
Nacional Hermanos Cepeda son nombres que ahora aluden a episódicos
encuentros y presentaciones que no se prolongan en un trabajo de
equipo y agrupación permanente. Los más destacados miembros de la
familia han montado sus propios proyectos serios y relevantes pero
hay algo que es cierto y decirlo no es una falta de respeto sino
una admisión de fracturación: los herederos de Rafael Cepeda dan
continuidad al legado de su padre por vías más individualizadas
que familiares. Eso, por cierto, es su legítimo derecho.
Más interesantes que las internas convulsiones familiares de los
Cepeda son sus fracturaciones creativas: el grupo Cimiento
Puertorriqueño, la escuela de Villa Palmeras y la orquesta de
Modesto Cepeda son focos organizativos y creativos que, al
insistir en la integridad del legado Cepeda, lo transforman según
las exigencias y preferencias de sus innovadoras prácticas
bomberas. Por su parte, el Grupo ABC, la escuela de Carolina y el
grupo folclórico de Jesús Cepeda son también custodios del legado,
que en sus manos, experimenta innovaciones inaceptables para otros
miembros de la familia, como el contacto creativo de la bomba con
el ballet. Si treparse a bailar sobre un barril es una aportación
o una falta de respeto es un debate en sí mismo pero lo cierto es
que tiene muy poco de “tradicional”. El traslado de los toques de
cuás del barril buleador a un barrilito independiente o un tambor
de bambú es otro debate pero esta vez su aceptación se va
generalizando a despecho de los defensores de la “pureza”.
El abandono de la vestimenta obrera a favor de imaginarios ajuares
de lujo coreografiado proseguido por el abandono de gabanes y
sombreros a favor de túnicas y gorros “africanos” y la discreta
penetración de asociaciones de santería echan leña al fuego de la
controversia. A la vez, los portadores principales de la herencia
Cepeda han enriquecido y expandido el quehacer bombero
puertorriqueño y siguen siendo el foco de actividad bombera más
reconocido e influyente del país. De ellos ha surgido una nueva
generación de maestros con sólida voluntad y valiente orgullo que
a veces se desborda en gestos y actuaciones de soberbia y
desprecio a la gente bombera que no sigue sus lineamientos
autoritarios. La prédica de la unidad se ejecuta en la práctica de
la fracturación.
Todo lo anterior tiene que matizarse con la más clara admisión de
que las fracturaciones del legado Cepeda generan diversidades que
fortalecen las prácticas bomberas en las islas y la diáspora.
Algunas de las innovaciones más inspiradas y refrescantes de la
práctica bombera de hoy han surgido de estudiantes instruidos por
los Cepeda quienes –honrados por tan legítimo aprendizaje– no han
vacilado en colocar sus propias originalidades en las
fracturaciones del legado. Cuando ya nos cansamos de discutir cuán
fieles a la herencia patriarcal son los Cepedas de hoy, lo que nos
queda es el misterio de una cambiante permanencia: la bomba de los
Cepeda y las demás bombas puertorriqueñas se unifican en sus modos
divergentes de vivir el desafío del baile bombero ante el golpe
tamborero.
Quizás éste es el mejor momento para decir que la unificación del
legado Cepeda en una diversidad de renovación comunitaria ya probó
su posibilidad. Fue precisamente en el año 2003 que murió Luis
Daniel Chichito Cepeda, considerado por muchos como el más
inspirado de los hermanos, el más amigable, el menos soberbio, el
menos divisorio y el que consiguió reunir a la familia en el más
excelente de todos los proyectos musicales que llevan el apellido.
Se trata de Dancing the Drum, una grabación que pudo recoger la
fracturación regocijada de los Cepedas y tejer la musicalidad de
amor y respeto de la familia. Fue un encuentro en que la amistad
hizo más música que la autoridad. Fue una reunión de isla con
diáspora. Fue un invento de los parientes en colaboración con los
colegas. Ahora es un texto aleccionador del hallazgo del árbol de
sombra, con sus hojas infinitamente fracturadas.
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