El crecimiento extramuros de San Juan y la resistencia del estamento militar
Autor: Grupo Editorial EPRL
Publicado: 29 de diciembre de 2009.
Se dice que la modernización significa, entre otras cosas, “hacer del mundo un lugar acogedor para la administración comunal regida por el Estado” (Zygmunt Bauman, La globalización. Consecuencias humanas, 1999). Para ello se requiere que el mundo aparezca como “transparente y legible” ante el poder administrador; mapas, censos, catastros, entre otras estrategias, forman parte de este ademán del estado moderno que organiza y controla el espacio sobre el cual despliega su poder. En 1867, un año que muchos consideraron “calamitoso” para Puerto Rico, el estado colonial llevó a cabo un paso decisivo en la conversión del espacio social de la Isla a un modelo organizado, transparente y legible con la Ley de Alineación. La normativa regularizaba los espacios públicos urbanos como plazas, calles y líneas de fachada, además de insistir en la consistencia métrica, cromática y nominativa en la identificación de los espacios y las escalas.
En la ciudad-puerto de San Juan, un espacio urbano conflictivo a lo largo del siglo XIX, dos factores constitutivos de su particular urbanismo quedaron sobredimensionados:
1. El protagonismo militar que dictaba las líneas de crecimiento de la ciudad desde su fundación y que desautorizaba a otros agentes sociales en sus reclamos sobre el espacio. A pesar de la disminuida importancia geopolítica de España en el siglo XIX, el estamento militar todavía detentaba en Puerto Rico un poder omnímodo.
2. Su emplazamiento en una isleta estrecha y su ceñido murado. Para poder crecer de forma contigua, la ciudad tenía que disponer de los únicos terrenos disponibles, es decir, de los ejidos.
Siguiendo la tradición medieval, las Leyes de Indias habían dispuesto la segregación de unos terrenos holgados de uso común, adyacentes al tejido urbano de las ciudades. De hecho, etimológicamente la palabra ejido se deriva de la palabra latina que significa salir. Los ejidos eran terrenos a la salida de la población. Más que destinados al cultivo, constituían propiedad comunal donde los vecinos podían descargar y limpiar sus cosechas.
No era ese, sin embargo, su único propósito. La ley hacía referencia a ellos también como espacios de recreación para las ciudades. Una disposición a este respecto aparece en las Ordenanzas de Felipe II de 1573: [Que…] Los ejidos sean en tan competente distancia, que si creciere la población siempre queda bastante espacio, para que la gente se pueda recrear, y salir los ganados sin daño (en Martínez 1977:51)
En el caso de San Juan, el derecho comunal a los ejidos había sido conculcado desde el siglo XVII por el carácter de plaza fuerte de la ciudad. No obstante, en 1838, el ingeniero militar Manuel Sicardó había diseñado el primer espacio urbano destinado para el ocio en tierras ejidales en San Juan. Siguiendo el modelo de los paseos de recreación establecidos en Madrid y La Habana, el Paseo de La Alameda en terrenos extramuros incluía tres glorietas y una calzada con vista a la bahía. Con casi medio siglo de retraso, la ilustración dieciochesca llegaba a San Juan.
La existencia y utilización de los ejidos resalta como inquietud constante para los administradores coloniales. En el siglo XIX casi todas las indagaciones o cuestionarios de las visitas de los gobernadores al territorio isleño incluían una pregunta específica sobre si las poblaciones contaban con ejidos, puesto que dichos terrenos públicos constituían las únicas reservas disponibles para los ensanches. En la medida en que la idea de los ensanches y reordenamientos urbanos fue ganando curso en la Península, se activaron en Cuba y Puerto Rico propuestas de expansión que recalaban en la disposición de los ejidos.
La ocupación de los ejidos sanjuaneros por los militares representaba un límite para cualquier plan de expansión. El mapa, forma de representación por excelencia de la voluntad del poder por dominar el espacio, revela en el caso de San Juan, la subsumisión del ejido al designio militar. En la cartografía del siglo XIX que identifica los terrenos adyacentes a la ciudad, el término ejido no aparece. Toda la nominación se refiere a terminología castrense. En lugar de nombres religiosos, monárquicos o populares, Extramuros San Juan estaba segmentado por demarcaciones imaginarias vinculadas al radio de alcance de los cañones emplazados en las diversas líneas de defensa. Las servidumbres y líneas de tiro determinaron la acotación de la isleta y aun de terrenos localizados en tierra firme, allende el Puente San Antonio, conformando las llamadas zonas polémicas, numeradas hacia la mitad del siglo XIX.
La zona polémica número 1 incluía el Barrio de la Carbonera del Recinto Sur y el sector del Paseo de la Alameda en Puerta de Tierra, finalizaba en la última glorieta del paseo donde éste convergía con la Carretera Central. Por su parte, la zona polémica número 2 ocupaba el centro de la isleta y terminaba en la segunda línea de defensa, señalada por la casilla peón caminero número 1 y las instalaciones de la Escuela de Tiro. Una tercera zona polémica concluía en la primera línea de defensa ubicada a la entrada de la isleta. Desde allí, las baterías del puente fortificado de San Antonio y del fortín San Jerónimo determinaban una cuarta zona polémica que se adentraba en tierras de Santurce, en el sector del alto del Olimpo.
Real y simbólicamente, los terrenos adyacentes a la ciudad se constituían desde el alcance de las balas. Era evidente que cualquier construcción en esos radios de tiro estorbaba y limitaba la eficacia de los cañones. Así, en todos los reclamos, litigios u ocupaciones que involucraron esas zonas de potencial crecimiento urbano, la anuencia militar era requerida. Esto dificultó, como es de suponer, el ya por naturaleza lento proceso de permisos para compra y venta de solares y construcción de estructuras. Es por ello que la mayoría de los expedientes sobre construcciones, alteraciones o modificaciones en la propiedad en dichas zonas tuviesen que ser remitidos a Madrid para su resolución.
Este artículo es un fragmento del ensayo de Aníbal Sepúlveda Rivera y Sylvia Alvarez Curbelo, “De “zona polémica” a barrio: Puerta de Tierra y el nacimiento de un espacio urbano en San Juan”, incluido en el libro San Juan: La ciudad que rebasó sus murallas, Fundación Puertorriqueña de las Humanidades. Para mayor información sobre cómo acceder a dicha publicación, comuníquese con la EPRL a través de Contáctenos.
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