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El Normandie como emblema


“Somos melancólicos custodios de las ruinas. Lo que no es posible demoler somos incapaces de reconstruir. El Normandie sería entonces la metáfora del ELA"

El Nuevo Día
Sábado, 10 de junio de 2023

Por Edgardo Rodríguez Juliá

Ese tan llevado y traído monumento al art déco podría ser el mejor emblema de nuestro estancamiento social, político, económico y, lo que es peor, la atrofia de nuestra imaginación colectiva. Doy como muestra la reciente decisión del Instituto de Cultura Puertorriqueña que revoca el previo permiso que se les concedió a los desarrolladores del Hotel Normandie. En la revocación se argumenta que el estacionamiento a ser construido, bajo el terreno de juego del Parque Sixto Escobar, no es compatible con el valor histórico del estadio. Esa cultura política del ¡No! irreflexivo fue la misma que se manifestó en la construcción del hoy tan disfrutado Paseo de Puerta de Tierra.

Por décadas el Parque Sixto Escobar ha sido abandonado por esa misma agencia que hoy defiende su integridad como parte del Patrimonio Histórico. El Museo del Salón de la Fama del Deporte puertorriqueño no tiene horario, apenas permanece en funciones, alguno que otro turista que reclama visitarlo podría encontrarse con un celador amigable que le abra el portón. El abandono también es patente en las gradas y en el terreno de juego: matorrales creciendo en las gradas, el colapso del techo de las graderías del norte, el terreno de juego con la yerba alta y la presencia de un fantasmal club de soccer que de vez en cuando usa esas deterioradas instalaciones. La fachada, supuestamente tan valiosa según el I.C.P., y diseñada por el arquitecto Rafael Carmoega, también luce abandonada. Dos parques de béisbol históricos, de la misma época que vio la construcción del Sixto Escobar, han sido restaurados para jugar béisbol; ellos son el Hinchliffe Stadium en New Jersey, construido en 1932, y el más antiguo, el Rickwood Field de Birmingham, de 1910. El Sixto Escobar fue inaugurado en 1935. Es uno de los estadios más antiguos para jugar béisbol de liga menor o de las ligas negras, siendo también el Sixto Escobar el único que vio jugar a peloteros negros, blancos de liga menor y glorias del béisbol antillano. Si el deporte es parte de la cultura, el I.C.P. debió haberlo restaurado, al menos conservado junto a otras agencias estatales, durante décadas, desde el 1962 en que ya cesó de usarse como estadio de béisbol.

Nos hemos convertido en custodios de valores históricos que no podemos conservar, tampoco demoler ni restaurar. Lo mismo que ocurre con el Parque Sixto Escobar ocurre con el Hotel Normandie. Sería el cuento del perro del hortelano; ni comes ni dejas comer... Fue declarado parte del Registro Nacional de Edificios Históricos, a nivel estatal y federal. No puede ser demolido, por lo pronto se hace imposible restaurarlo dada la oposición del “No” irreflexivo de la izquierda ambientalista, Tito Kayak y la “comunidad” de Puerta de Tierra. Estamos abocados, de esta manera, al “grafiti”, al garabato rabioso, o pintura cosmética de las fachadas en el mejor de los casos, una singular escritura provocada por las ruinas. Este mismo escrito calificaría como tal. El Tren Urbano ya pronto se unirá a este emblema de nuestro estancamiento, del callejón sin salida en que nos encontramos. Vigilamos, y ya de pronto pagaremos por ruinas catastróficas para el erario.

Se ha dado en Puerto Rico el desarrollo de un “empoderamiento” comunitario -que está muy bien como parte del crecimiento de nuestra democracia- y el progresivo debilitamiento del gobierno, tanto a nivel municipal como estatal. Esta discordia, si no la asumimos con sabiduría, podría resultar en mayores penurias para nuestra sociedad. En los años cuarenta, cincuenta y sesenta del pasado siglo el gobierno, el estado propiamente, tomaba decisiones -algunas conflictivas, otras descabelladas-, pero había rumbo y dirección. Hoy en día es esto último lo que falta. El activismo “comunitario” ha ido suplantando la política pública, la estrategia de un estado, de un gobierno con previsión, eso que en esta época sin estrategias de conservación y desarrollo llamamos “gobernanza”.

Tomemos por caso reciente el desarrollismo descabellado que se proyecta como joya turística para el sector del Condado. Se anuncia todo un sector avasallado por hoteles, condominios y viviendas para alquileres a corto plazo, inversiones por cuatrocientos cincuenta millones, más de diez nuevas edificaciones multipisos que aumentarían la densidad poblacional del lugar. Ya en el Viejo San Juan, y con razón, se han objetado los planes para la construcción de un discordante Hard Rock Hotel en el paseo marítimo de los muelles.

La Junta de Planificación de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo se equivocó cuando tapiaron la vista al mar en el Condado mediante la pared de hoteles, eliminando la posibilidad de un Malecón. El desarrollismo turístico lo imponía. Hoy, quebrados y cumplida la cínica profecía fe de Pedro Rosselló de que Puerto Rico tendría como principal industria el turismo, concebimos este hormiguero de trece hospederías adicionales que posiblemente hagan colapsar la red eléctrica, de acueductos y alcantarillados del área, poniendo en riesgo el estuario de la bahía y la salud ambiental de la laguna del Condado. Anteriormente, la política pública era más expedita e interventora; hoy por hoy, con el “veto” comunitario, la autonomía municipal y la complejidad burocrática de los permisos ambientalistas, los riesgos de malas decisiones todavía son mayores. La mayor democracia posibilita y a la vez -junto con la proliferación burocrática y legal- produce una “gobemanza” más trabajosa. Cuando esta última es tan defectuosa, el “empoderamiento” comunitario puede resultar lo mismo justiciero que retardatario y a veces reaccionario.

La escollera o rompeolas para*' el frente marítimo de El Condado -paliativo a largo plazo para los procesos de erosión en esa playa- lleva décadas navegando entre la burocracia federal, estatal y municipal. La playa de la “Ventana al Mar” más cercana a la Laguna del Condado sufre una erosión que en cincuenta años la unirá eventualmente al estuario de la bahía y a la Laguna, ya para ese entonces convertida en lo que fue antiguamente, es decir, el pozo muro de Santurce y el Condado. Mientras tanto, las casetas de campaña ambientalistas ya fueron levantadas en El Escambrón para protestar por la restauración del Normandie, proyecto necesario de cumplirse con prudentes intervenciones del gobierno y la comunidad en la reconstrucción de un hermoso portal para Puerta de Tierra y el Viejo San Juan.

Somos melancólicos custodios de las ruinas. Lo que no es posible demoler somos incapaces de reconstruir. El Normandie sería entonces la metáfora, el emblema extendido del Estado Libre Asociado, tan impotente para su reconstrucción como tan resistente a la demolición.

En San Juan, a 2 de junio de 2023