El Nuevo Día
Lunes, 27 de febrero de 2023
Carlos Díaz Olivo
En Puerto Rico se vive en
lamento constante por las condiciones de abandono en distintas zonas de
su ciudad capital. Sin embargo, ese lamento se transforma en crítica
dura y surge la consternación violenta tan pronto se anuncia algún tipo
de iniciativa sobre renovación y desarrollo.
Estas iniciativas se denuncian y califican de gentrificación. El término
se deriva de la palabra gentry. Su utilización inicial se atribuye a la
socióloga Ruth Glass. El concepto hace referencia a la sustitución de la
población de un sector por otra de mayor nivel económico.
El fenómeno de la gentrificación, si bien logra mejorar físicamente el
entorno, suele incrementar los precios de las propiedades y, por ende,
puede propiciar la expulsión de la población existente. Al margen del
concepto, la historia de las ciudades se caracteriza por desplazamientos
urbanos continuos, matizados por ciclos de apogeo, deterioro y posterior
renovación.
Hace más de un siglo, nuestra ciudad capital, y particularmente la
isleta de San Juan, ha sido ejemplo de lo que hoy denominamos
gentrificación. A principios del siglo XX, Puerta de Tierra era una zona
de alta densificación poblacional porque allí ubicaban las fábricas y
talleres principales de San Juan. En esa comunidad, entonces, vivían
miles de personas en casuchas de pobre iluminación y ventilación. Ante
esa situación, se propuso la creación del Barrio Obrero, para proveer
hogar a los trabajadores desplazados de arrabales en Puerta de Tierra
como Salsipuedes, Hoyo Frío y Gandulito. Todos se eliminaron para dragar
el Canal San Antonio, lo que permitió ampliar las instalaciones
portuarias. Así se construyeron nuevos almacenes y se facilitó la
entrada de embarcaciones de tamaño mayor.
Como resultado de esa renovación urbana, Puerta de Tierra experimentó un
desarrollo económico vigoroso. Emergió una pujante clase emprendedora y
también llegaron profesionales. Se construyeron hoteles, teatros,
establecimientos para la venta de automóviles, hospitales, farmacias,
supermercados, correos, bibliotecas, así como estaciones de radio y
televisión.
El auge económico, además, permitió la compra de casa propia a personas
que vivían en apartamentos alquilados. Ocurrió un desplazamiento hacia
las nuevas urbanizaciones Roosevelt y Puerto Nuevo. En Santurce abrieron
cadenas de tiendas que compitieron con los pequeños comerciantes del
área, llevando a muchos a la quiebra. Mientras, la mecanización y el
traslado de la operación portuaria de carga a Isla Grade y Puerto Nuevo
provocó la pérdida de empleos. En ese momento, comenzó el deterioro que
se arrastra hasta el presente en Puerta de Tierra.
Al otro lado de la isleta, el Viejo San Juan exhibía también marcado
menoscabo en aquellos tiempos. Predominaban estructuras dilapidadas,
incluyendo edificios históricos mutilados. También proliferaban
prostíbulos y barras de mala muerte, asociados a riñas, crímenes y
violencia. Fue en ese momento que se escenificó la gran gentrificación
de la antigua ciudad. Don Ricardo Alegría, desde el Instituto de Cultura
Puertorriqueña (ICP), creó conciencia y promovió la restauración
numerosas estructuras. Más que inversión pública, el mecanismo de
exención contributiva fue lo que hizo la diferencia.
El gobierno eximió del pago de impuestos sobre la renta y propiedad a
las estructuras de la zona que fuesen rehabilitadas de conformidad con
las directrices del ICP. Cientos de inversores, locales y externos,
adquirieron todo tipo de propiedades. Muchos residentes, al ser
desplazados, tuvieron que abandonar la isleta. Las estructuras
rehabilitadas fueron ocupadas por empresas comerciales y personalidades
acaudaladas. Un sector potentado de la economía post industrial
compuesta por banqueros, arquitectos, intelectuales, abogados,
publicistas, artistas, políticos y corredores de bienes raíces,
acapararon propiedades. Entonces los precios de los inmuebles
incrementaron de forma exorbitante. El Viejo San Juan, bonito y
preservado, se convirtió en área exclusiva, privilegiada, donde la gente
influyente compartía en restaurantes, café teatros y clubes nocturnos.
Pero como toda ciudad, a San Juan le tocó atravesar un nuevo ciclo. La
economía entró en descenso, las empresas 936 dejaron de operar, el
mercado inmobiliario colapsó y los residentes acaudalados envejecieron o
murieron. La ciudad, en esas condiciones, se tornó compleja y comenzó el
éxodo y el deterioro.
Hoy, una vez más, nuevos emprendedores identifican oportunidades en San
Juan. Aprovechan incentivos gubernamentales y toman la iniciativa de
revitalizar la zona. Al hacerlo, como sus predecesores, generan cambios
positivos, pero también negativos. Las ciudades, como la vida misma,
nunca han repartido equitativamente sus recursos. Simplemente, su
población y sus estructuras se renuevan y desplazan a través de ciclos
de apogeo, deterioro, renovación y recuperación.
Como vemos, no hay nada nuevo bajo el sol isleño.
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