Más allá de la pocita de la Playa del Escambrón hay un islote
donde hace años plantaron una bandera puertorriqueña. Golpeada por
el viento y el agua, desde hace meses nuestra insignia se veía
maltratada.
Entonces, a eso de las 7 de la mañana del primero de enero, un
hombre de cuyo nombre no quiero acordarme (porque así lo prefiere
él) chapaleteó con un moribugui más allá de las boyas. Las
impetuosas olas no le impidieron llegar al islote y lograr su
primera resolución del 2021: cambiar la vieja bandera por una nueva
y vibrante. La gestión tomó poco menos de una hora. No hubo
ceremonias, ni bombos ni platillos.
Su papá y la perrita de la familia lo recibieron al regresar a la
orilla. Un muchacho y yo, admiradores de la hazaña, nos unimos al
comité de bienvenida.
El hombre trajo la desgastada bandera consigo; la nueva ondea ahora
en el islote. Nos dijo sonriendo que harán falta voluntarios para
cambiarla cuando se estropee. Enfatizó que para lograrlo no se
necesita mucho, pero sí, especialmente cuando la mar esté brava,
"babilla". Así le dicen en su pueblo al valor.
Cuando le comenté que quería escribir sobre su acción pareció
incomodarse. Entiende que los que merecen reconocimiento son los
verdaderos héroes, los que luchan para que Puerto Rico supere sus
grandes retos: María, el COVID... tantos otros.
Sus palabras me parecieron una invitación a vislumbrar en nuestra
bandera ese reconocimiento. En las franjas y en la estrella podemos
adivinar los rostros y nombres de las personas que cada día hacen
patria. Las que se fajan y persisten en las luchas pequeñas y
grandes, cotidianas y extraordinarias.
Y en Puerto Rico abundan las personas así.
Un señor que nadaba esa mañana y vio la nueva bandera me dijo que el
cambio, justamente realizado el primero de enero, le pareció un
gesto especial. Simboliza lo que espera que Puerto Rico logre en el
2021: Renovación.
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