El tour
incluye bucear el fodo de la playa donde yacen
ruinas como estas. |
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Los tesoros por descubrir
2 de octubre de 2011
Por Yaritza Rivas /El Nuevo
Día
En el Escambrón Marine Park está
todo dispuesto para que explores el fondo con el deporte acuático
de tu preferencia
Por fortuna ese miércoles amaneció soleado. Al llegar, Coco Rico
Joe, así se hace llamar un tumbacocos tostado por el sol,
abdominales marcados y mellado, se trepaba con destreza sin sogas
ni equipo en unas de las palmas cercanas al kiosko del Escambrón
Marine Park.
Sólo necesita su cuerpo tonificado para ir palma arriba. El truco,
confiesa más adelante, son los pies. Con ellos, se impulsa ayudado
por su camisa enrollada en forma de ocho y sin pegar el torso
descamisado a la palma. De hacerlo te guayas y caes, advierte el
humacaeño que pica los 50 años. Este recuerda que aprendió la
hazaña a los 12 años viendo y por interés. “Le tenía miedo a las
alturas. Creo que por eso me subí”, cuenta.
El baja los cocos y se busca el peso. “Este es su territorio”,
dice Alberto Martí, propietario del puesto que alquila equipo para
realizar deportes acuáticos y organiza excursiones guiadas en esta
playa metropolitana. Y vende los cocos fríos que tumba Coco Rico
Joe en el local, que hace poco más de un año era un baño
clausurado en el abandono en pleno Parque del Tercer Milenio. Este
parque tiene historias de hace cinco siglos, que incluyen batallas
españolas, un club playero donde los puertorriqueños iban de
pasadía en traje, y eventos deportivos importantes.
Empezamos el recorrido histórico con Margueritte Smith, o Maggie,
la guía. Luego al agua, hacer kayak y sumergirnos con el esnórkel
para ver los peces y darle comida.
Maggie nos dirige hacia una montañita en medio de la pista de
caminar. Resulta que el lugar era un pantano. Se rellenó como una
estrategia militar, cuenta la guía, porque era el punto más bajo
del área. Allí aterrizó en 1928 Charles Lindbergh, el primer
aviador que cruzó el Océano Atlántico solo y en un vuelo sin
escalas. El aviador permaneció aquí tres horas y media antes de
partir a Santo Domingo. “Dicen que los límber se llaman así, por
él. Porque supuestamente era un tipo bien frío”, suelta Maggie.
Esa área del Escambrón era para esa época como el Madison Square
Garden, de Nueva York, explica la guía al detallar que al
Escambrón Beach Club, lo rodeaba el Parque Luis Muñoz Rivera, el
primer parque urbano de Puerto Rico y el hotel Normandie.
Más adelante, en 1949, el hotel Caribe Hilton abrió. “La noche
costaba entre $9 y $12”, dice Maggie.
El Escambrón Beach Club era un lugar para gente de clase acomodada
que iba a recrearse y escuchar música. Había un paseo tablado y se
construyó bajo el agua una pared para prevenir que los “monstruos
marinos” pasaran al área de bañistas. Ya fuera que se protegían de
peces o tiburones veríamos la pared al momento de sumergirnos.
En camino a un punto del parque que sirve como mirador natural
Maggie menciona que se celebraron en el Estadio Sixto Escobar
durante la década del 1960 y 70 los Juegos Centroamericanos y
Panamericanos. Algunos recuerdan la piscina olímpica frente al
mar.
Ya en el mirador me gusta el contraste de las olas furiosas con el
paisaje hacia la playa Bandera Azul, El Capitolio, El Morro y una
roca grande a lo lejos, que era donde empezaba la costa antes de
erosionar. A la derecha se puede apreciar la orilla desde Condado
a Isla Verde. Este es un buen lugar para los amantes de la
fotografía. Si estas de suerte entre enero y marzo podrías ver las
ballenas jorobadas pasar.
El sol calienta y el agua llama. Así que apuramos el paso hacia la
batería del Escambrón, construida a fines del siglo XVIII. Un dato
curioso es saber que las paredes de esta fortificación, hecha para
prevenir que entraran barcos enemigos, tienen un espesor de 17
pies. Me imagino de momento una línea de batalla y los cañonazos.
Dicen que si pegas el oído a las paredes puedes escuchar el
retumbar. Por diversión, lo intento.
Al agua
Salimos en kayak individuales tras una breve orientación. La
primera parada es el Atlantis, me pongo las chapaletas y el
esnórkel. Al sumergirme veo columnas y ninfas bajo el agua. De
momento se acerca una escuela de Blue Tang. Decenas de ellos.
Todos en fila. ¡Ando con suerte! Hora de montarse nuevamente al
kayak. Tras la guía de Maggie, me subo con facilidad.
Planeamos dos paradas más. Llegamos a la pared protectora de
peces, donde hay un laberinto de corales. Ahí el Estuario de la
Bahía de San Juan colocó hace un par de años arrecifes
artificiales conocidos como los Taíno Reefs. Ya se ven formaciones
de “corales cerebro”, porque eso parecen. Ahí Alberto, el
propietario, me enseña como zambullirme para alimentar a los peces
de mi mano. Algo nuevo. Acepto el reto. Lo logramos al tercer
intento. Allá abajo, sergeant mayor, colirrubías y yellow goatfish
llegan atraídos por los pedacitos de comida de cachorro en mi
mano. En el fondo se pasea uno que otro chapín. Subo contenta para
terminar el recorrido probando uvas playeras y me paro en el kayak
un instante, antes que el viento me lance al agua.
Termina el pasadía en este rincón de Puerta de Tierra y el reloj
marca las dos. Apenas empieza la tarde en San Juan.
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