Hoy el graffiti constituye uno de los movimientos de
arte más coherentes y consistentes del país. Aunque no es un fenómeno
nuevo en Puerto Rico, en los últimos ocho a cinco años el graffiti ha
mostrado un significativo desarrollo, el cual amerita un análisis que nos
acerque más a las huellas que este arte deja constantemente en el espacio
público puertorriqueño.
El graffiti es un movimiento primordialmente urbano que se apropia de las
paredes públicas y privadas de diferentes zonas para bombardearlas de
formas, color y aerosol. Esto sin contar necesariamente con el
consentimiento o complicidad de los propietarios (estatales o privados) de
los lugares que se escogen para trabajar. Con esta acción, los graffiteros
(o artistas del graffiti) convierten las ciudades y sus espacios públicos
en plataformas de expresión cultural e identitaria.
La evolución del graffiti puertorriqueño ha alcanzado un desarrollo
insospechado, a través de la creación por parte de sus autores de
lenguajes gráficos muy particulares. Estos artistas del aerosol
constituyen un grupo cuyos miembros, en su mayoría, han estudiado o
estudian en las principales escuelas de arte de la Isla. Para muchos de
ellos este medio representó el primer contacto con sus intereses
artísticos y los motivó a llevar a cabo estudios formales en disciplinas
relacionadas a la plástica.
Me explico. Si nos remitimos a la raíz etimológica, toda escritura sobre
una pared es un grafito. Sin embargo, no toda persona que escribe (scribWe)
en una superficie -acto de génesis milenaria- es un graffitero. Al
describir la labor de los graffiteros o escritores (wríters) no aludo a
toda la escritura rápida o tags que se ven en infinidad de lugares.
Tampoco a los trazos o caricaturas que colman paredes en las zonas
históricas del Viejo San Juan, camiones y estructuras tanto públicas como
privadas. Si bien estas expresiones alternas son también parte del
universo del fenómeno, cuando hablo de los artistas del graffiti o
graffiteros me refiero a los que utilizando el aerosol como medio
primordial -aunque en ocasiones es complementado con otros materiales-
llevan a cabo producciones o pieces.
Casi siempre, estas producciones son precedidas por un periodo de
preparación que comprende la creación de bocetos (en algunos casos), el
desarrollo de la idea o concepto, habilitar la pared, comprar materiales y
la ejecución. Por lo regular, las producciones son obras a gran escala que
pueden ocupar paredes enteras y que en ocasiones son creadas por más de un
artista. Estas colaboraciones son recurrentes entre grupos que comparten
intereses similares hacia el arte del graffiti o que pertenecen a crews
específicos.
La contraparte de la producción es el tagging, el cual alude básicamente a
la escritura en aerosol de un seudónimo que el artista escoge. El tog es
una especie de firma escrita con una sola mano de rasgos monocromáticos,
usualmente, legible. En Puerto Rico, interesantemente, los tags o
seudónimos de los artistas son por lo regular en inglés. Los mismos se
sitúan mayormente en propiedades privadas o gubernamentales en donde no es
permitido este tipo de manifestación.
Taggear es un acto que involucra rapidez, dada las condiciones de
ilegalidad bajo las que opera, y que tiene como función primordial dejar
un signo, una huella del paso de su autor por un espacio. Este gesto pone
de manifiesto la presencia de ese nombre, el rastro de ese sujeto, en la
mayor cantidad de lugares posibles. Sí, incluyendo lugares non gratos en
donde usted y yo preferiríamos no verlos.
Pero conceptualmente hablando, ¿qué diferencia hay entre la marca de un
seudónimo en las paredes de la ciudad y el afán de reconocimiento de los
usuarios de las carteras Louis Vuit-ton, Coach o Gucci? ¿Acaso las letras
que distinguen estas marcas no son signos de la identidad del consumo de
sus portadores? ¿Algo así como un seudónimo genérico?
Podemos decir que las llamadas producciones son la consecuencia lógica y
elaborada de lo que comenzó con el taggear. Cuando escribir el seudónimo
de manera rápida en una pared no fue suficiente, se crearon los estilos.
Estos estilos de escritura representaban o identificaban a cada grupo
particular (por ejemplo, Wild Slyle). Fue así como las letras comenzaron a
tener relieve, colores y niveles, muchas veces incomprensibles a primera
vista, sobre todo para ojos inexpertos. Cuando ya no era suficiente que tu
firma fuera vista recorrer literalmente la ciudad en el tren, la
complejidad de la firma y el desarrollo de un estilo se convirtió en el
portaestandarte de un buen grafittero.
Pero no se sienta mal, que al igual que para comprender el arte
contemporáneo se debe contar al menos con una educación mínima en la
materia, para entender o leer el graffiti se necesita tener el ojo
adiestrado. Este género trabaja, tal y como lo hizo el cartel en Puerto
Rico, con el uso de la palabra convertida en imagen. Esa firma pierde su
carácter individual de letra y se convierte en un to-do-imagen.
Sólo haga un ejercicio básico. La próxima vez que pase cerca de un
graffiti, deténgase y notará cómo pronto empieza a identificar letras,
siluetas, firmas y tendencias que poco a poco verá repetirse en otros
contextos. Si se siente más aventurero, dé un paseo por el expreso de
Trujillo Alto y disfrute de las producciones de cre\vs como DCC (Destructíon
and Chaos Crew). ADM (Aerosol Designing Minas) o FX.
Estos crews, o colectivos, se reúnen -a veces de noche, a veces a plena
luz del día- para comprar materiales y preparar las paredes. En algunos
casos piden autorización (y en otros velan al guardia), y pintan tomando a
veces su libreta de sketches (dibujos) como punto de partida. Dependiendo
de las dimensiones de la pieza, este proceso de preproducción puede durar
de uno a cuatro días. Luego de terminada la producción, la fotografían y
documentan. Muchas veces, la información que generan estas producciones se
publica en páginas cibernéticas como www. graffiti.org.
¿No le parece todo este proceso un acto de completa generosidad con el
espacio público, más que un acto vandálico? Ciertamente, las líneas entre
el vandalismo y la libertad de expresión artística son finas y la mayoría
de las veces el graffiti opera bajo los marcos de la prohibición. Ahora
bien, la escritura y la denuncia sobre las paredes no es ni ha sido
terreno exclusivo de los graffiteros. |
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Por mencionar algunos, los situacionistas franceses
utilizaron las paredes como herramienta combativa durante las protestas de
mayo de 1968. Escribían consignas como Je ne travaillez país en plena
oposición al capitalismo. Por otra parte, los chilenos que repudiaban el
régimen militar de Pinochet también recurrieron a las paredes para
expresar su consigna NO +, delineada para el plebiscito en que se avaló el
fin de la dictadura.
El valerse de las superficies de las paredes para expresarse es común en
Puerto Rico. Partidos políticos y otros grupos usan -por ejemplo- la
técnica del stencil (molde o plantilla) para crear imágenes cargadas de
mensajes y comentarios sociales. El aumento en el empleo de la plantilla
como medio es considerable, pero su análisis amerita un estudio
independiente.
En un intento de controlar el aumento de la propaganda política, la
publicidad y el graffiti en los espacios públicos, el Gobierno de Puerto
Rico creó hace algunos años los tablones de expresión pública. Con la
intención bonafíde de mantener la ciudad limpia, estos tablones buscan
delimitar el espacio de intervención de los grafftteros y de regular un
movimiento que precisamente parte de la premisa de escapar a la Ley; un
acto vandálico.
¿Vandalismo o estética? Ésa es la pregunta. Resulta interesante que mucho
del graffiti que ha surgido recientemente se concentra en zonas
abandonadas, reposeídas o expropiadas por el Estado. Ejemplo de ello son
los trabajos que se ubican en las áreas limítrofes a las estaciones del
Tren Urbano. Estos jóvenes identifican los espacios abandonados y se los
apropian furtivamente. No empece a que posiblemente mañana su obra esté
borrada, ellos invierten de su tiempo y dinero para dejar plasmada una
pieza que no augura permanencia. Piezas que en ocasiones son vistas
solamente desde la perspectiva del Tren. Los graffiteros han puntualizado
y asumido las nuevas perspectivas de ciudad que propone el Tren Urbano.
A pesar de que el graffiti no es legal en Puerto Rico, sí es
meridianamente permitido. A diferencia de otras ciudades en donde este
tipo de manifestación se organiza a partir del clandestinaje, en la Isla
graffitear -no taggear- se ha convertido en una actividad aceptable. Salvo
raras excepciones, la Policía no persigue ni ahuyenta a los jóvenes.
Inclusive, al momento este movimiento está siendo auspiciado por alcaldías
que promueven en paredes temporeras competencias de graffiti y hip-hop
para sus municipios. Agencias gubernamentales como el Departamento de la
Familia convocaron hace un tiempo a graffiteros del patio para elaborar
murales con motivo del Mes de la Prevención del Maltrato Infantil. Dichos
espacios les brindan a estos artistas la oportunidad de expresarse en
otros foros y llegar a otros públicos.
Pero lo que me parece más interesante aún es lo organizados que están
algunos de estos artistas, los cuales han viajado a formar parte de foros
internacionales del medio. Entre éstos podemos destacar a Zori, Pun, Bik y
Ske. Por ejemplo, para el 2001 la graffitera Zori recibió una invitación
para participar de la creación de murales dirigidos a la prevención de
atentados contra jóvenes mexicanas que quedaban embarazadas por policías
que las atrapaban haciendo graffiti ilegal en los trenes. Éstos les pedían
favores sexuales, a cambio de libertad y silencio.
El proyecto no pudo completarse como consecuencia de los ataques a las
Torres Gemelas y por falta de fondos. Pero esta iniciativa representa un
ejemplo de que el graffiti está siendo cada vez más reconocido y utilizado
para acercarse a una población de jóvenes cada vez más escépticos. A su
vez el graffiti no escapa la inserción en la galería. Un ejemplo de esto
es la pieza que hace poco más de un año Bik expuso en la Galería Sin
Título ubicada en el Viejo San Juan. El artista presentó una versión
contemporánea de la obra El pan nuestro de cada día de Ramón Frade. Una
adaptación de la misma puede apreciarse en un camión de carga aparcado en
la calle Luna del Viejo San Juan. Dicha pieza hace referencia al conocido
emblema del campesino puertorriqueño cargando un racimo de plátanos
pintado por Frade. En su obra, Bik contrapone su autorretrato con este
famoso icono.
La imagen del artista, en vez de acarrear con la carga que suponía el
racimo de plátano para un agricultor, carga con una caja en la que lleva
los potes de aerosol que representan su pan nuestro de cada dia. Este
trabajo de Bik muestra una relevancia temática que entabla un diálogo con
la historiografía del arte puertorriqueño contextualizándolo, digiriéndolo
y apropiándolo a su propia historia.
Es evidente que toda persona que interviene con escritura sobre el espacio
público tiene algo que decir y quiere que ese algo se escuche. Los
graffiteros explotan el medio del graffítí para expresarse y problematizar
con su entorno, aunque muchas veces cuando se les pregunta directamente no
tienen claro qué es lo que quieren enunciar o denunciar. Plantillas,
graffiti y tags son todas técnicas que toman el espacio público por asalto
y configuran las herramientas que confieren un lugar protagónico a estos
jóvenes en las ciudades. Esas ciudades en las cuales se sienten rezagados
y en las que las marcas en aerosol se convierten en símbolos de
permanencia, aunque ésta sea fugaz.
En la era del individualismo y la globalización, en que los artistas que
se sienten cada vez menos interpelados a participar de un colectivo, en
que ya casi no existen movimientos comunes a la manera de los grupos
modernistas -con todo y sus manifiestos-, en que los artistas ya no se
especializan en un medio plástico, sino que el medio es un instrumento
para ejecutar una idea, el graffiti puertorriqueño resulta una excepción.
Aparece como un movimiento que ciertamente hay que cuidar y estudiar.
Definitivamente, hay que ponerles el ojo a estas creaciones y a estos
artistas que se perfilan como nuestro cartel contemporáneo. A fin de
cuentas, la ciudad se convierte en un gran canvas y las obras de graffiti
en parte de nuestro inventario citadino.
La autora es profesora de Teoría del Arte en la Escuela de Artes
Plásticas, promotora de arte y crítica cultural. celina@prtc.net
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