Gurabo. Una noticia del 16 de enero de
1982 en el desaparecido periódico El Mundo anunció lo que hasta
entonces había sido un sueño para la hermana Margarita Benítez:
“Inauguran hoy retiro de hermanas Notre Dame”.
Para la religiosa, la construcción de esa casa de retiro le daba
a la Congregación de las Hermanas Educadoras de Notre Dame la
oportunidad de pasar sus últimos años de vida en el país donde
dedicaron su existencia al servicio de la educación.
Allí llegarían procedentes del colegio San Agustín en Puerta de
Tierra, el colegio Católico Notre Dame, la academia del Perpetuo
Socorro en Miramar, el colegio Santiago Apóstol en Fajardo y la
academia San Alfonso en Aguas Buenas, lugares donde sirvieron en
labores educativas y administrativas.
Era intimidante la idea, pero la hermana Margarita inició “la
campaña”, como ella le llamó a la recaudación de fondos, y dijo:
“Vamos pa’ alante, pues seguro que sí, si no se trata, no se
llega, ja, ja, ja”, recuerda sentada en la terraza de la
residencia, al lado de su silla de ruedas.
Para entonces tenía 62 años de edad. Hoy tiene 92. El momento
llegó. “¡Me la estoy gozando!”
Para ellas, ver esa construcción “era un sueño” porque al ser
miembros de una congregación estadounidense, las hermanas
puertorriqueñas o extranjeras que sirvieron en la Isla tenían
que regresar a Estados Unidos. “Teníamos que irnos a enfermarnos
allá, morirnos allá y enterrarnos allá”, dice.
Su historia
Las hermanas de la congregación, creada en el 1833 en Alemania
por la beata Teresa de Jesús Gerhardinger, suman 3,700 en 36
países de Europa, América Latina, Oceanía y África, así como en
Estados Unidos, adonde llegaron en el 1847 para atender a los
hijos y las hijas de emigrantes alemanes en las escuelas que
éstos fundaron.
Y de allí, cruzaron el charco hacia Puerto Rico.
En 1915, las hermanas, junto a los Padres Redentoristas,
iniciaron una labor educativa con la apertura de una escuela
para estudiantes de escasos recursos económicos en Puerta de
Tierra. Se llamó el colegio San Agustín.
Desde entonces, ampliaron sus servicios a otros pueblos de la
Isla. Esos días no se olvidan.
“Recuerdo muchas cosas, muchas travesuras que hicieron los
estudiantes, eso nunca se olvida”, menciona quien fuera maestra,
principal, superiora y superintendente.
“Y también tú recuerdas mucho a los estudiantes que pudiste
ayudar, los padres con quienes hiciste contactos para ayudar a
ese muchacho o a esa muchacha”, agrega.
Cuando se encuentra con alguno de sus ex alumnos, no los
reconoce, “¡qué demontre!”, dice, si ya han pasado tantos años.
“Ellos se encienden, y yo también”, cuenta entre carcajadas, una
de muchas que soltó aquella mañana. Pero unos son más especiales
que otros, confiesa.
“Uno desarrolla un cariño, especialmente hacia algunos de ellos
(...). Tú sabes que él se siente agradecido; esas cositas te dan
una intimidad con ese muchacho, que quizás no se revela cuando
están jóvenes, pero después, que están viejitos, ya que vienen a
saludarte, ese cariño que te demuestran no se compra con nada”,
expresa.
Pero, aclara, no los ve como hijos. “No tanto, no puede ser
tanto, je, je, je”, dice.
La hermana Margarita cree “mucho en la educación porque es lo
único que te puede levantar a ti”. Y ésa, precisamente, es la
razón de ser de la Congregación de las Hermanas Educadoras de
Notre Dame.
Ahora, luego de años de dedicación y esfuerzo por la educación
puertorriqueña, diez de las hermanas se retiraron en la Villa
Notre Dame, entre ellas, dos hondureñas, una canadiense, dos
estadounidenses y las puertorriqueñas. Otras tres son sus
cuidadoras.
Necesitan ayuda
Pero las dificultades económicas que enfrenta el país también
han afectado a las religiosas, según confiesa Sister Armand,
administradora de la casa.
Por un lado, los ingresos se limitan al seguro social que pagó
la congregación y a donaciones, ya que durante los años de
servicio el salario era un estipendio. Por el otro lado, los
gastos son constantes y costosos: medicinas, seguro médico,
empleados para la casa, alimentos y otros.
Por eso han comenzado las actividades para la recaudación de
fondos, pero es insuficiente. “Siete de ellas están enfermitas”,
explica la hermana María Eugenia, al mencionar que varias
padecen Alzheimer o Parkinson.
Mientras las religiosas siguen allí, otras continúan sus labores
en Ponce, Aguas Buenas, Caguas, Puerta de Tierra y en las
oficinas de inmigrantes, en la Diócesis de San Juan.
Aquel día de 1982, la hermana Margarita expresó que “todavía
falta mucho para terminar todo”, palabras que hoy, casi 30 años
después, siguen vigentes ante las necesidades que enfrentan
aquellas féminas que dieron sus vidas por el servicio de alumnos
puertorriqueños.
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