Canción de cuna para un barrio
"Yo venía de una comunidad
pobre y me enfoqué en su realidad y en la de los muchachitos
curtidos por el fango de arrabal”
28 de octubre de 2009
Por JAIME TORRES TORRES/
El
Nuevo Día
Desde el balcón de su casita en Puerta de Tierra observaba a Cao
acercarse a paso lento, triste y cabizbajo. Desorientado, el
hombre de mediana estatura y en sobrepeso, recorría el barrio.
Hubo quienes lo vieron llorar y ahogar sus penas con el licor para
sobrellevar, como si estuviera muerto en vida, la infidelidad de
su amada.
Rafael Angel Leavitt Rey, entonces un jovencito, lo seguía con su
mirada hasta que se perdía por la calle San Agustín de su natal
Puerta de Tierra. Su soledad era tan avasalladora que hasta los
perros realengos le sacaban el cuerpo, ahuyentados por su
devastadora melancolía.
Con el tiempo, cuando sus estudios universitarios en el Recinto de
Río Piedras le abrieron los ojos y sensibilizaron su corazón
para cultivar el arte de la composición, le dedicó la canción
“El solitario”.
La escribió en 1971 inspirado en la historia de su “band boy”.
Esa fue la primera canción que interpretó en un ensayo de su
orquesta La Selecta el cantante Sammy Marrero, voz que durante 38
años le ha impartido aliento a la poesía urbana de su director
Raphy Leavitt, quien lo fue a buscar al residencial Falín Torrech
de Bayamón.
En las inmediaciones de las calles San Juan Bautista y San
Agustín, Raphy no sólo descubrió la tragedia de Cao, sino que
se enfrentó, cuan “payaso” que se ha olvidado que debe
fingir, a la tragicomedia del amor que se burló de él.
Allí, impactado por las imágenes de los vecinos y amigos que
regresaban de Vietnam mutilados o en ataúdes, inspiró canciones
como “Soldado” y “Mi barrio”, su clamor por el cese de las
trifulcas entre los residentes de Puerta de Tierra y los de La
Perla. “El barrio me ayudó a descubrir muchas realidades de la
vida; muchas cosas que uno ignora. Yo venía de una comunidad
pobre y me enfoqué en su realidad y en la de los muchachitos
curtidos por el fango de arrabal como lo plasmé en “Corazón de
niño”.
Esa composición apareció en su primer elepé “Payaso”, cuya
canción homónima, durante casi cuatro décadas, ha sido como un
himno obligado en cada aparición local e internacional de La
Selecta, tanto que a petición popular la tiene que tocar una y
dos veces.
Nunca, sin embargó, Raphy había hablado de la historia detrás
de “Payaso”. “Fue una experiencia muy privada. De ese dolor
fue que pegó La Selecta. Es sobre el daño que hacen muchas
mujeres a hombres que las quieren y los pisotean a gusto y gana”.
La decepción, que caló profundo en su interior, lo convirtió en
un fumador compulsivo que diariamente consumía cinco cajetillas
de cigarrillos.
Cada experiencia y vivencia de este hombre sensible y
temperamental hallaba eco en el pentagrama. De otra manera no
hubiera concebido los versos de “La cuna blanca”, la canción
más popular en la trayectoria de La Selecta, escuchada hasta en
los velorios y despedidas de duelo de los seres queridos de la
presente generación de jóvenes.
Cada vez que cae un muchacho en un punto de drogas o cuando matan
a un inocente, por altavoces en el camposando resuena “La cuna
blanca”. La compuso a la memoria de su amigo, vecino y
trompetista Luisito Maisonet, fallecido trágicamente en un
accidente automovilístico en una autopista de Connecticut en que
por poco muere Raphy, que sufrió la fractura de la cadera
izquierda.
“Nunca olvidaré el 28 de octubre de 1972. En sueños tuve una
visión en que Luisito se me aparecía en la habitación del
hospital y sólo me miraba, vestido de negro, cuando el resto de
mis músicos vestían de blanco. Luego supe que había fallecido”,
recuerda llorando.
Raphy se recuperó lentamente y Borinquen Records, sello de Darío
González que los contrató receptivo a la sugerencia del locutor
de Radio Voz Luis Raúl Striker, distribuyó el disco “Jíbaro
soy” en 1973, año en que La Selecta se consolidó como la
orquesta que con más elocuencia expresaba los sentimientos del
pueblo. Uno tras otro, desde “Herido”, “Lamento jíbaro”,
“Niñez” hasta el “El Buen Pastor”, “Como el moriviví”
y “Falsedades”, se sucedieron los éxitos, matizados siempre
por el buen gusto, el respeto al público, la honestidad y la
sensibilidad.
Entre amanecidas, con la asistencia de su esposa y secretaria
María Milagros, el pianista Raphy Leavitt educó a sus hijos
Rafael José y Sheila Marie, dos profesionales de provecho para la
sociedad.
Sus hijos le suplicaban que dejara de fumar y en todas las
despedidas de año encendía un tabaco y le imploraba Dios que lo
ayudara a neutralizar su vicio. La petición fue escuchada al
atardecer del Viernes Santo de 2003, cuando de promoción en Los
Ángeles por poco se muere de un paro respiratorio.
A los 61 años, mientras se encamina al cuadragésimo aniversario
de La Selecta, la vida de Raphy Leavitt está libre de humo, pero
desbordante de salsa y una musa renovada presta a arrullar, con la
ternura de “La cuna blanca” y la franqueza de “Payaso”, al
alma de Puerto Rico.
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