De las tres ramas de gobierno que conforman el sistema de
balanzas y contrapesos puesto en efecto por la Constitución de
los Estados Unidos -y la nuestra- la judicial es la menos
conocida. La rama ejecutiva, encabezada por el primer
mandatario, tiene mucha visibilidad; también la Legislatura, no
sólo por sus números sino por su función de hacer las leyes del
país, que afectan a todos.
¿Qué hace la rama judicial? ¿Quiénes la conforman y cómo opera?
¿Qué efecto tiene sobre la vida de los ciudadanos? ¿Cuál ha sido
su trayectoria histórica en Puerto Rico? Para contestar estas
preguntas y contrarrestar el desconocimiento general sobre un
organismo que afecta la vida de todos no menos que las otras dos
ramas del gobierno, la Fundación Histórica del Tribunal Supremo
de Puerto Rico se propuso ofrecerle al público -sobre todo al
escolar- la información adecuada. Todo empezó, dice Jorge
Marchand, del grupo ICS de Comunicaciones Estratégicas -entidad
que lleva a cabo la directoría ejecutiva de la Fundación- con la
idea de publicar un folleto de unas 60 páginas para uso en las
escuelas "con un lenguaje adecuado al público escolar. En el
salón de clases se habla del sistema ejecutivo y legislativo,
pero casi nada del judicial. La Fundación recibió el respaldo de
la Asociación de Escuelas Privadas de Puerto Rico".
Un proyecto que crece
El proyecto, sin embargo, se transformó. "El año pasado -al
cumplirse cincuenta años de la inauguración del edificio actual-
algunos síndicos de la Fundación se confabularon con el profesor
Luis Rafael Rivera y se propuso algo más completo: un libro
investigativo de gran alcance", explica Marchand. El proyecto
original no se descartó: está en agenda para el 2008, pero lo
que acaba de publicarse es un libro bellísimo, profusamente
ilustrado y meticulosamente documentado que recoge la historia
del Tribunal, de sus jueces y de las decisiones que han hecho
hito en nuestra historia. Subraya Marchand que "el sector
privado apoyó el proyecto. Todos los recursos procedieron del
sector privado. Mucha gente abrió sus archivos".
El profesor Rivera emprendió una labor titánica: desempolvó
documentos y rescató fotos e identificó viejas y nuevas
controversias. Y todo lo engarzó en una historia accesible y
fascinante que habla de transformaciones y enfrentamientos, de
conflictos, fricciones y transacciones, de cambios en el talante
social y político del País y de continuidades en la dedicación a
impartir eso tan elusivo que llamamos justicia. El libro se
titula 'La justicia en sus manos. Historia del Tribunal Supremo
de Puerto Rico'.
"Al profesor se le dio libertad", comenta Marchand. Y la usó. No
sólo se incluye una que otra caricatura, sino que la
organización del texto tiene una agilidad inusitada en una
historia institucional. El texto central se complementa con
otros auxiliares que proveen apoyo y amplitud en la forma de
cortas biografías de las personas -sobre todo jueces-
mencionadas. Las fotografías le dan al libro un carácter de
documental, prestándole inmediatez gráfica. Dice Marchand: "No
queríamos caer ni en un 'coffee table book' ni en un estudio
legalista para un sector limitado del público".
La libertad del escritor
Ese propósito lo han logrado, sin duda. Luis Rafael Rivera tenía
las condiciones idóneas para asumir la tarea. "He estado
vinculado al Tribunal Supremo durante los últimos 20 años de
varias maneras", explica. "Fui oficial jurídico del juez Negrón
García, he estado en varios comités de la institución y he
seguido de cerca la trayectoria del Tribunal desde la academia".
Rivera lleva quince años enseñando derecho en la Universidad
Interamericana. Tiene, además, varias publicaciones, entre ellas
los libros 'El contrato de transacción y sus efectos en
situaciones de solidaridad' (1998) y 'Derecho registral
inmobiliario puertorriqueño' (2001), además de haber sido
presidente del Instituto de Derecho Civil, asesor de la Comisión
Revisora del Código Civil, miembro de la Junta Examinadora de
Aspirantes al Ejercicio de la Abogacía del Tribunal Supremo de
Puerto Rico y presidente de la Comisión Editora de la Revista
del Colegio de Abogados de Puerto Rico.
Pero lo que quizás fue decisivo para el tono ameno que
caracteriza el libro fue uno de cuentos que publicó en 2001: 'El
derecho al revés. Crónicas sin ton ni son'. En estas narraciones
deliciosas prima la ironía y se ve, justamente, el otro lado -el
escondido- de las instituciones legales. Rivera, que tiene un
doctorado en Derecho Civil de la Universidad Complutense de
Madrid, dice que se acercó a la institución "con algún grado de
irreverencia respetuosa… y me lo permitieron". La narración no
deja de tener chispa, lo cual acerca la institución al común de
los mortales.
En el momento en que lo reclutaron, Rivera estaba redactando la
biografía de Cecil Snyder, juez presidente del Tribunal Supremo
de Puerto Rico de 1953 a 1957, cuyos pasos había rastreado en
los Estados Unidos desde la llegada de sus padres, judíos rusos,
al país, hasta la misteriosa muerte de quien también fue el
fiscal en los casos contra Pedro Albizu Campos. ¿Misteriosa? El
doctor sonríe enigmático: la respuesta a esa pregunta quedará en
suspenso hasta la publicación -ya próxima- del libro sobre
Snyder.
El tribunal se transforma
El libro sobre el Tribunal Supremo incluye tres temas
fundamentales: la evolución histórica de la institución, el
perfil de los jueces que la presidieron y la caracterización de
las sedes del Tribunal. Cada uno resulta fascinante. El
estudioso explica, por ejemplo, que durante la dominación
española el Tribunal –llamado entonces la Audiencia Territorial-
era una institución débil. "Su competencia, es decir, los
asuntos que atendía, estaba limitada. El gobernador de turno
podía barrer con el Tribunal y lo hacía. Como había jueces
suplentes y la Audiencia Territorial tenía también sede en
Mayagüez y en Ponce, a los jueces los cambiaban de sitio; nunca
tuvieron un número fijo".
En el momento actual son siete, número que ha fluctuado a lo
largo de los años. Tras el 98 fueron cinco, luego subieron a 7,
llegaron a ser 9 y ahora se han quedado en el número mágico de
7.
También ha variado la composición de los jueces. En tiempos de
la colonia española eran sobre todo de esa nacionalidad, con
algún cubano o puertorriqueño. Cuando el Tribunal se recompuso
tras el cambio de soberanía, "se van los españoles y se nombran
jueces puertorriqueños. Eso dura poco tiempo, porque los
abogados norteamericanos que vienen a Puerto Rico exigen que se
nombre a jueces norteamericanos. Y hay unos sectores -los bancos
y las aseguradoras- que también quieren jueces norteamericanos",
dice el Dr. Rivera, pero aclara que "nunca hubo mayoría de
americanos. Snyder fue el último juez norteamericano".
"A finales de los treinta y principios de los cuarenta hubo un
reordenamiento, una nueva mirada al País. Coincide con que
querían quitar del medio a los jueces americanos. Son los años
del cambio". Bajo la dominación norteamericana el Tribunal se
llamó "The Supreme Court of Porto Rico".
Un tribunal puertorriqueño
En esos años, el Tribunal se fue "puertorriqueñizando", sobre
todo cuando José Trías Monge lo preside (1975-1985). Ya había
habido un cambio significativo con el establecimiento del Estado
Libre Asociado, explica Rivera, "entonces ya no hay
intervención; los nombramientos los hace el gobernador de Puerto
Rico. Ahí crece, realmente, el Tribunal. Como además tiene
poderes inherentes, no legislados, ese Tribunal apoderado por la
ley y por la doctrina de poderes inherentes se ha convertido en
uno muy fuerte".
El Tribunal de Trías cambió la percepción de la gente. Explica
el Dr. Rivera que "se volvió al derecho puertorriqueño. La
influencia indebida que nacía de no conocer nuestro derecho o
nuestra tradición civilista -el caso de jueces norteamericanos
como McLeary- trajo metodologías distintas de adjudicación de
controversias. La fuente del derecho era a veces la
jurisprudencia".
Aún antes, con jueces como Negrón Fernández y Emilio Belaval,
que venían de la tradición del derecho puertorriqueño y le daban
importancia al asunto del idioma, la situación había empezado a
cambiar. "En los años 50, cuando el Tribunal se puertorriqueñiza
porque todos los jueces pasan a ser puertorriqueños, se
constituye un colectivo que empieza a rescatar y transformar el
Tribunal. Trías Monge había escrito sobre el asunto antes de ser
juez, pero cuando lo nombran, el punto se enfatiza. Se logra un
Tribunal Supremo más puertorriqueño".
Luis Rafael Rivera añade, sin embargo, que esa posición "no
necesariamente se ha mantenido. Los jueces posteriores no han
entendido bien el fenómeno. Una persona que lo ha entendido y
estudiado es Liana Fiol Matta. Pero los jueces a veces siguen
citando jurisprudencia norteamericana o enciclopedias
norteamericanas cuando no tienen que recurrir a esas fuentes de
influencia".
Un sistema doble
Como en Puerto Rico existen dos sistemas jurídicos, el
puertorriqueño y el federal, los conflictos entre ambos son
inevitables. En un momento dado, las decisiones del Tribunal
Supremo de Puerto Rico se apelaban al Tribunal de Apelaciones
del Primer Circuito de Boston, un tribunal federal. "Ya no",
dice el Dr. Rivera. "Boston revocaba a menudo al Tribunal
Supremo, como en ciertos casos en que las compañías azucareras,
que tenían poder allí, conseguían que se revocaran las
decisiones que intentaban proteger a los obreros del azúcar".
Todavía hay intentos de acudir al foro federal. Sucedió con los
llamados 'pivazos': "En ese caso un sector político trató de
mover la controversia al sector federal, tratando de comprar
foro. Pero eso, por lo general, desapareció en los años 60". La
historia del Tribunal Supremo, añade, "es también la historia de
una fricción inevitable".
Casos memorables
El libro presenta muchos casos que han hecho historia. "Las
aportaciones que hace el Tribunal Supremo cuando interpreta la
Constitución aparecen reseñadas; es la jurisprudencia que
transformó sustancialmente la vida y el núcleo familiar del
puertorriqueño", dice. "El asunto de la legitimación de los
hijos, por ejemplo, o el pleito del idioma español o el de los
500 acres". Más recientes son el caso de Figueroa Ferrer, "en el
que la corte prácticamente legisló sobre las causales del
divorcio o 'ex parte Andino', sobre las consecuencias legales de
un cambio de sexo: hubo dos casos. En uno el Tribunal accede al
cambio de sexo en el registro demográfico y luego se revoca".
El papel del Tribunal Supremo en la vida de los puertorriqueños,
concluye, ha sido central. "Ha sido el gran árbitro, sobre todo
en las últimas décadas. Ha solucionado los tranques políticos y
los conflictos entre el poder ejecutivo y el legislativo. Cada
día tiene un papel más activo y ha adquirido un poder enorme.
Además de revisar continuamente, como tribunal colegiado, la
constitucionalidad de las leyes, el Juez Presidente dirige la
rama judicial completa (eso no fue siempre así ni es así en
otros países). Aquí el Tribunal asigna jueces, los mueve de
sala, maneja el presupuesto de la rama judicial".
El libro recoge la evolución del Tribunal Supremo desde la
institución débil que fue a principios del siglo XX
-"cenicienta", la llama el autor- hasta la fuerte que es hoy.
Señala Marchand que se siente orgulloso de que las generaciones
presentes vean la cara de sus antepasados: abuelos, bisabuelos,
tatarabuelos, que estuvieron conectados con el Tribunal. Así fue
-sorpresivamente- para esta periodista, que encontró a un tío
abuelo entre los jueces presidentes de principios del siglo XX:
don José Conrado Hernández. Pero encontremos o no a alguien
relacionado entre los nombres afiliados a esta institución, lo
cierto es que ha sido una que no sólo ha reflejado las alzas y
bajas de nuestra historia sino que también ha sido determinante
para el curso que ha tomado.
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