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La historia del Tribunal Supremo

16 de septiembre de 2007
Carmen Dolores Hernández/El Nuevo Día

Un libro que devela gran parte del misterio que ha rodeado las actuaciones y la manera de constituir un Tribunal que tiene en sus manos la suerte de todos puertorriqueños

 

Las historias institucionales suelen tener una gran virtud, pero quienes las escriben se enfrentan a grandes riesgos. La virtud es su enorme utilidad: conocer una institución importante para la sociedad supone adentrarse en los móviles y contextos que determinan no sólo la trayectoria de la entidad, sino los que le han dado forma a la historia misma de un país. Los riesgos van unidos a la naturaleza de las instituciones. Si bien estas les prestan coherencia y continuidad a las sociedades, en sí mismas son organismos impersonales. Es muy difícil suscitar el interés del lector en su funcionamiento interno, que puede tener algo de mecánico y repetitivo.

El Dr. Luis Rafael Rivera ha sorteado bastante bien estos peligros al escribir la historia del Tribunal Supremo de Puerto Rico desde sus orígenes en la institución española de la Audiencia Territorial hasta el día de hoy. Le ha dado, para empezar, rostro -más bien rostros- a esa historia. El texto central se complementa, a cada página, con biografías de los jueces que han ejercido su cargo en ese Tribunal. Ha insertado también textos que, con el título de "testimonios", reflejan directamente el sentir de ciertas personas en relación con ese foro, con su composición y su funcionamiento. Son jueces como Ángel M. Martín, Carlos Víctor Dávila, Hiram Torres Ri-gual, Miriam Naveira Merly, Peter Ortiz Gustafson, José Antonio An-dréu García y Baltasar Corrada del Río, entre otros. El recurso de la entrevista -sobre todo a dos gobernadores de partidos contrarios, cada uno de los cuales afectó de diferente manera el Tribunal actual: Carlos Romero Barceló y Rafael Hernández Colón- le presta asimismo mucha vitalidad al libro, como también se la prestan el poema jocoso ocasional y el singular "retrato" en palabras que hizo el artista Antonio Martorell del juez presidente Federico Hernández Dentón en el momento del homenaje que le rindiera el Colegio de Abogados por su nombramiento.

Por si eso fuera poco, el libro está profusamente ilustrado. La colección de fotos -antiguas y contemporáneas- lo convierte en un verdadero documental gráfico de la institución. Aquí no sólo conocemos a los jueces por sus ejecutorias, por sus biografías o por sus propias palabras, sino que también los vemos. Aparecen colegiados, solos o acompañados por personas de fuera del Tribunal. Vemos asimismo las sedes de este y los sellos que ha usado. Aunque fuera sólo por el trabajo enorme de documentar gráficamente la institución, valdría la pena atesorar este libro que reúne la historia de una institución singular en la vida puertorriqueña.

Es una, efectivamente, de las más longevas y cambiantes de entre las que han jalonado nuestra organización gubernamental. También es una de las que más evidencia las inconsistencias que se produjeron en el trance de cambiar -tras el 98- de un dominio colonial a otro.

Nacida como una Audiencia Territorial establecida por España en Puerto Rico en 1832, su aparición respondió a múltiples peticiones de que los asuntos judiciales se atendieran en el País y no en España o en sus otras colonias, como había sido la práctica hasta entonces. Aunque como tribunal de segunda instancia tenía cierta importancia y aunque sus decisiones estaban sujetas no sólo al poder del gobernador, sino también a las apelaciones al Tribunal Supremo de España, lo cierto es que la Audiencia significó un paso de adelanto en la organización cívica de nuestra vida colectiva, aun más cuando -por excepción- se nombraron jueces puertorriqueños como José Conrado Hernández para ocupar escaños en ella.

Tras el cambio de soberanía se da un fenómeno interesante en relación con la Audiencia, que se llamó poco después la Corte Suprema de Justicia. En los primeros meses, pasa a estar integrada mayormente por puertorriqueños, con un español y un cubano, sin que en un principio se nombre a norteamericano alguno, situación que cambió en 1900. Aún más, durante los meses que siguieron a la invasión y hasta la promulgación de la Ley Foraker en abril de 1900, los fallos de ese tribunal fueron finales e inapelables: no se podía ir en alzada ni a España, que ya no era la potencia colonial,ni tampoco a los Estados Unidos.

No quiere decir esto que no hubiera interferencia de los gobiernos militares en la administración de la justicia, sin embargo. Tan temprano como en junio del 1899, el general George W. Davis instala el primer tribunal federal en el País: la Corte Provisional de los Estados Unidos para el Departamento de Puerto Rico, iniciando así lo que será -en la práctica- el doble sistema de derecho que aún prima en la Isla.

El autor sigue reseñando el curso de la historia del Tribunal Supremo -y de la justicia- en el País, curso que incluye más choques entre jueces norteamericanos y puertorriqueños, entre ellos el problema que se suscita cuando José Conrado Hernández renuncia a la presidencia en el 1922 y se piensa en un norteamericano, Adolph Wolf, para sustituirlo. Gracias a las gestiones de Roberto H. Todd Wells se evita ese nombramiento. El puesto se le concede entoces a Emilio del Toro Cuebas. Los conflictos siguen hasta el último nombramiento de un norteamericano en 1942: el del fiscal A. Cecil Snydef, quien llegó a ser Juez Presidente de 1953 a 1957.


Incluye también esa historia casos cuya resonancia resulta sumamente actual, como el de Virgil Baker, el arrendatario a perpetuidad de las tierras del hoy polémico Paseo Caribe e incidentes como el de la bofetada propinada por un nacionalista al juez del Toro. La narración se aviva también con anécdotas como el giro que toman las críticas a la lentitud del Tribunal, caracterizado por algunos como "el frigorífico", "porque ahí se congelan los casos".

Aparte de tales toques jocosos, la narración acusa ciertos hilos que la cruzan y recruzan: el peso de los estudios de José Trías Monge sobre la judicatura; la enorme injerencia de los primeros mandatarios en la constitución del Tribunal en diferentes épocas y, también, el "in-breeding" que parece ser una característica secundaria de este, con el no infrecuente nombramiento de hijos de jueces anteriores.
Luis Rafael Rivera ha logrado develar gran parte del misterio de cómo actúa y cómo se compone un Tribunal que tiene en sus manos la suerte de todos los puertorriqueños. Su libro es un gran instrumento para verlo bajo una luz tanto apreciativa como crítica.
 

LA JUSTICIA EN SUS MANOS. HISTORIA DEL TRIBUNAL SUPREMO DE PUERTO RICO Luis Rafael Rivera San Juan: Fundación .Histórica del Tribunal Supremo de Puerto Rico. 2007,293 pp.