Las historias institucionales suelen tener
una gran virtud, pero quienes las escriben se enfrentan a
grandes riesgos. La virtud es su enorme utilidad: conocer una
institución importante para la sociedad supone adentrarse en los
móviles y contextos que determinan no sólo la trayectoria de la
entidad, sino los que le han dado forma a la historia misma de
un país. Los riesgos van unidos a la naturaleza de las
instituciones. Si bien estas les prestan coherencia y
continuidad a las sociedades, en sí mismas son organismos
impersonales. Es muy difícil suscitar el interés del lector en
su funcionamiento interno, que puede tener algo de mecánico y
repetitivo.
El Dr. Luis Rafael Rivera ha sorteado bastante bien estos
peligros al escribir la historia del Tribunal Supremo de Puerto
Rico desde sus orígenes en la institución española de la
Audiencia Territorial hasta el día de hoy. Le ha dado, para
empezar, rostro -más bien rostros- a esa historia. El texto
central se complementa, a cada página, con biografías de los
jueces que han ejercido su cargo en ese Tribunal. Ha insertado
también textos que, con el título de "testimonios", reflejan
directamente el sentir de ciertas personas en relación con ese
foro, con su composición y su funcionamiento. Son jueces como
Ángel M. Martín, Carlos Víctor Dávila, Hiram Torres Ri-gual,
Miriam Naveira Merly, Peter Ortiz Gustafson, José Antonio An-dréu
García y Baltasar Corrada del Río, entre otros. El recurso de la
entrevista -sobre todo a dos gobernadores de partidos
contrarios, cada uno de los cuales afectó de diferente manera el
Tribunal actual: Carlos Romero Barceló y Rafael Hernández Colón-
le presta asimismo mucha vitalidad al libro, como también se la
prestan el poema jocoso ocasional y el singular "retrato" en
palabras que hizo el artista Antonio Martorell del juez
presidente Federico Hernández Dentón en el momento del homenaje
que le rindiera el Colegio de Abogados por su nombramiento.
Por si eso fuera poco, el libro está profusamente ilustrado. La
colección de fotos -antiguas y contemporáneas- lo convierte en
un verdadero documental gráfico de la institución. Aquí no sólo
conocemos a los jueces por sus ejecutorias, por sus biografías o
por sus propias palabras, sino que también los vemos. Aparecen
colegiados, solos o acompañados por personas de fuera del
Tribunal. Vemos asimismo las sedes de este y los sellos que ha
usado. Aunque fuera sólo por el trabajo enorme de documentar
gráficamente la institución, valdría la pena atesorar este libro
que reúne la historia de una institución singular en la vida
puertorriqueña.
Es una, efectivamente, de las más longevas y cambiantes de entre
las que han jalonado nuestra organización gubernamental. También
es una de las que más evidencia las inconsistencias que se
produjeron en el trance de cambiar -tras el 98- de un dominio
colonial a otro.
Nacida como una Audiencia Territorial establecida por España en
Puerto Rico en 1832, su aparición respondió a múltiples
peticiones de que los asuntos judiciales se atendieran en el
País y no en España o en sus otras colonias, como había sido la
práctica hasta entonces. Aunque como tribunal de segunda
instancia tenía cierta importancia y aunque sus decisiones
estaban sujetas no sólo al poder del gobernador, sino también a
las apelaciones al Tribunal Supremo de España, lo cierto es que
la Audiencia significó un paso de adelanto en la organización
cívica de nuestra vida colectiva, aun más cuando -por excepción-
se nombraron jueces puertorriqueños como José Conrado Hernández
para ocupar escaños en ella.
Tras el cambio de soberanía se da un fenómeno interesante en
relación con la Audiencia, que se llamó poco después la Corte
Suprema de Justicia. En los primeros meses, pasa a estar
integrada mayormente por puertorriqueños, con un español y un
cubano, sin que en un principio se nombre a norteamericano
alguno, situación que cambió en 1900. Aún más, durante los meses
que siguieron a la invasión y hasta la promulgación de la Ley
Foraker en abril de 1900, los fallos de ese tribunal fueron
finales e inapelables: no se podía ir en alzada ni a España, que
ya no era la potencia colonial,ni tampoco a los Estados Unidos.
No quiere decir esto que no hubiera interferencia de los
gobiernos militares en la administración de la justicia, sin
embargo. Tan temprano como en junio del 1899, el general George
W. Davis instala el primer tribunal federal en el País: la Corte
Provisional de los Estados Unidos para el Departamento de Puerto
Rico, iniciando así lo que será -en la práctica- el doble
sistema de derecho que aún prima en la Isla.
El autor sigue reseñando el curso de la historia del Tribunal
Supremo -y de la justicia- en el País, curso que incluye más
choques entre jueces norteamericanos y puertorriqueños, entre
ellos el problema que se suscita cuando José Conrado Hernández
renuncia a la presidencia en el 1922 y se piensa en un
norteamericano, Adolph Wolf, para sustituirlo. Gracias a las
gestiones de Roberto H. Todd Wells se evita ese nombramiento. El
puesto se le concede entoces a Emilio del Toro Cuebas. Los
conflictos siguen hasta el último nombramiento de un
norteamericano en 1942: el del fiscal A. Cecil Snydef, quien
llegó a ser Juez Presidente de 1953 a 1957.
Incluye también esa historia casos cuya resonancia resulta
sumamente actual, como el de Virgil Baker, el arrendatario a
perpetuidad de las tierras del hoy polémico Paseo Caribe e
incidentes como el de la bofetada propinada por un nacionalista
al juez del Toro. La narración se aviva también con anécdotas
como el giro que toman las críticas a la lentitud del Tribunal,
caracterizado por algunos como "el frigorífico", "porque ahí se
congelan los casos".
Aparte de tales toques jocosos, la narración acusa ciertos hilos
que la cruzan y recruzan: el peso de los estudios de José Trías
Monge sobre la judicatura; la enorme injerencia de los primeros
mandatarios en la constitución del Tribunal en diferentes épocas
y, también, el "in-breeding" que parece ser una característica
secundaria de este, con el no infrecuente nombramiento de hijos
de jueces anteriores.
Luis Rafael Rivera ha logrado develar gran parte del misterio de
cómo actúa y cómo se compone un Tribunal que tiene en sus manos
la suerte de todos los puertorriqueños. Su libro es un gran
instrumento para verlo bajo una luz tanto apreciativa como
crítica.
LA JUSTICIA EN SUS
MANOS. HISTORIA DEL TRIBUNAL SUPREMO DE PUERTO RICO
Luis Rafael Rivera San Juan: Fundación .Histórica del
Tribunal Supremo de Puerto Rico. 2007,293 pp.
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