Investigadores de Yale, la Universidad de Pennsylvania, la Universidad de Nueva York y otros centros realizan allí investigaciones
Mientras miles de soldados y empleados del gobierno luchan por devolver la normalidad a Puerto Rico, un pequeño grupo de científicos trabaja contrarreloj para salvar a más de 1,000 monos que podrían albergar en sus cerebros pistas sobre algunos de los mayores misterios sobre la mente humana.
Uno de los primeros lugares golpeados por el huracán María en el territorio estadounidense el 20 de septiembre fue Cayo Santiago, conocido como Isla de los Monos, en Humacao, un afloramiento de 40 acres ante la costa este de Puerto Rico que es uno de los lugares más importantes del mundo en la investigación de cómo piensan, socializan y evolucionan los monos.
La tormenta destruyó prácticamente todo en la isla, despojándola de vegetación, destrozando los bebederos de metal de los monos y los muelles que utiliza el personal de la Universidad de Puerto Rico para llevar bolsas de alimento, comida procesada que complementa la dieta natural basada en vegetación de los primates.
Angelina Ruiz Lambides, directora de las instalaciones en Cayo Santiago, señaló que todas sus herramientas habían quedado destruidas, y que no sabía si el seguro de la universidad o la agencia federal de gestión de emergencias cubrirían las reparaciones.
La historia de la isla como centro de investigación se remonta a 1938, cuando el hombre considerado como el padre de la primatología en Estados Unidos llevó una población de macacos Rhesus a Estados Unidos. Clarence Ray Carpenter quería un lugar con la combinación ideal de aislamiento y libertad, donde estudiar a monos que vivieran como hacen en la naturaleza pero sin las complicaciones de buscarlos en un territorio salvaje. Desde entonces, los aproximadamente 400 macacos se han reproducido y expandido hasta convertirse en la población libre de primates más estudiada, y en una especie de biblioteca viviente.
Cada animal nacido en la isla es tatuado para identificarlo con más facilidad, y se ha guardado el esqueleto de todos los que han muerto a lo largo de nueve generaciones para futura referencia. Se ha secuenciado el ADN de un centenar, y analizado al menos parte del ADN de varios cientos.
Investigadores de Yale, la Universidad de Pennsylvania, la Universidad de Nueva York y otros centros han pasado buena parte del año en la isla estudiando desde el movimiento ocular de los animales a los genes y el comportamiento de los individuos con anomalías sociales, lo que podría ofrecer pistas sobre las causas del autismo.
“Carece por completo de precedentes por su amplitud y tamaño”, dijo James Higham, profesor de antropología biológica en la Universidad de Nueva York y que estudia el comportamiento, proceso cognitivo y comunicación de los animales.
Ahora el personal de la universidad y los empleados locales que mantienen en marcha la Isla de los Monos están inmersos en un frenesí para llevar bolsas de pienso en un pequeño esquife, suministrando una dieta de supervivencia a los macacos y tratando de reconstruir los colectores de agua de lluvia y bebederos que mantienen con vida a los animales bajo el sol tropical.
En el territorio continental, los científicos reúnen equipamiento como sierras eléctricas o un muelle portátil, financiados con decenas de miles de dólares recaudados por ahora entre departamentos universitarios y campañas en internet.
Para complicar el esfuerzo, todos los monos son portadores del herpes B, una versión del virus que es inofensiva para los macacos pero puede ser letal para los humanos. Cualquiera que entre en contacto con saliva u orina de los monos debe pasar por una rigurosa descontaminación y un tratamiento con fármacos antirretrovirales.
Los humanos también suponen un riesgo para los animales. Como el huracán destruyó el retrete químico de la isla, investigadores y trabajadores pueden quedarse sólo hasta que necesitan ir al servicio: los desperdicios humanos podrían iniciar una epidemia capaz de exterminar a los monos.
Aunque la labor de rescate actual sea heroica, “no es sostenible”, afirmó Higham, que llevará un contenedor de suministros, quizá en un barco que fondearía cerca de la isla. “Lo hacen lo mejor que pueden en circunstancias muy difíciles, pero necesitan ayuda y atención.
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