Puerta de Tierra es el nombre del sector de la Isleta de San Juan que ocupa el área entre el Condado y el Viejo San Juan, y desde el caño de San Antonio hasta el Océano Atlántico. No es, como creen algunos, el terreno desde la Avenida de la Constitución (antes Ponce de León) hasta los muelles al sur de la Avenida Fernández Juncos. A pesar de su rica historia y de sus edificios emblemáticos, esta franja de carácter lineal no ha logrado continuidad con sus distritos vecinos con el carácter urbano que se merece.
Para muchos de los residentes del Viejo San Juan, Puerta de Tierra es solo un lugar de paso. Para los visitantes, sobre todo, los turistas del extranjero, es un área confusa en el cual a menudo se encuentran perdidos y desorientados, tratando de llegar a esos otros dos lugares en donde se les ha hecho creer que existen mayores atractivos. Es un recorrido forzoso y árido, e inhóspito y oscuro en las noches. Casi un mal necesario.
Sin embargo, en él se encuentran los edificios más monumentales de la Isleta de San Juan, el paisaje abierto al Océano Atlántico y un escenario de carácter histórico de gran importancia que subyace debajo de los escombros de una memoria apática. Aún en sus lugares más utilitarios y escondidos se esconden eventos de trascendencia social de mayor importancia. Hasta cierto punto sigue siendo percibido como lo que fue en tiempos de la colonia española cuando allí se colocaba lo que no se quería dentro de la ciudad amurallada: a los habitantes nativos de pocos recursos y de la clase obrera, a los inmigrantes que huían de otros países con mayores penurias y a los enfermos. Las murallas divisorias se derribaron en 1897, acción que en su momento representó una mayor democratización y un sinónimo de progreso, independientemente de lo que ahora interpretemos como una gran pérdida. Pero gracias a ese evento se abrió el camino hacia la totalidad del país, y no solamente en su aspecto físico.
Son muy pocos los edificios de la talla del Capitolio, del Antiguo Casino, del Ateneo, de la biblioteca Carnegie, de la Casa de España, de la antigua YMCA, de la iglesia San Agustín, del Falansterio, del Hotel Normandie, del Tribunal Supremo y del Caribe Hilton que se puedan encontrar en el Viejo San Juan y en el Condado. No hay en ellos tampoco un espacio como el parque Luis Muñoz Rivera. Y, sin embargo, a lo largo de la Avenida de la Constitución, más de 14 edificios vacíos, entre ellos la misma biblioteca Carnegie, el antiguo Instituto Oftálmico y el Teatro Lara, esperan por ser rescatados.
Algunos de los remanentes de los sistemas de defensa bajo la corona española todavía sobreviven en Puerta de Tierra, aunque a duras penas. El fortín de San Jerónimo, la batería de El Escambrón, el polvorín y los restos del fortín-puente de San Antonio, los bastiones de defensa. Los hallazgos arqueológicos recientemente descubiertos al norte del estacionamiento de la Guardia Nacional por el arqueólogo Juan Rivera no son fragmentos de murallas, sino más bien ruinas de barracones militares, en su gran mayoría pertenecientes al siglo XX.
El área de mayor importancia arqueológica de San Juan, al lado de estos remanentes, estuvo ocupada por edificios durante las décadas del siglo pasado hasta por lo menos la de los años de 1960, por lo cual el subsuelo no contiene muchos restos íntegros, y el talud del litoral norte, en toda su extensión, está compuesto en gran parte de material de relleno utilizado para construir la avenida Muñoz Rivera. Basta con visitarlo para darse cuenta de que ahora es una mezcla de vertedero y vegetación en muy mal estado, la cual lucha por permanecer arraigada en múltiples surcos de erosión y descuido. Son árboles y arbustos que no existían antes de la déada de 1950.
Ese litoral es parte de Puerta de Tierra (no es, como lo han llamado, “la fachada del Viejo San Juan”), y, como tal, su aprovechamiento debe ser rescatado, no solo para todos los habitantes de la Isla, sino con mayor prominencia para las comunidades del sur, cuyos residentes deben tener el mismo derecho a un ambiente sano y de mayor valor estético con el que cuentan otros sectores porque la vida —la vida— debe estar en todos lados.
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