Cundo Bermúdez
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Historia de dos murales
domingo, 11 de noviembre de 2007
Por José Luis Díaz de Villegas / El Nuevo Día
Admiradores y amigos homenajean al pintor
Cundo Bermúdez, en ocasión de la restauración de los murales del
Edificio Caribe, que él hizo hace casi 40 años.
Cundito le llamaba en tono cariñoso
Alfredo Lozano, el escultor cubano cuyos restos descansan en
tierra boricua, al pintor Cundo Bermúdez, quien no ha dejado aquí
también sus restos -pues a sus 93 años aún vive en Miami, donde se
pasa tres o cuatro horas al día con sus pinceles, sus papeles y
sus lienzos.
Pero Cundo sí ha dejado un legado cultural en Puerto Rico -donde
vivió más de 20 años- cuyo sol y mar tanto le recuerdan a su
nativa Cuba, y también dejó su obra más importante: ‘Las Antillas’
y ‘La flora’, los dos murales de 17 pisos de alto que se yerguen
majestuosos en el Edificio Caribe, frente al hotel Caribe Hilton.
Pienso que lo de Lozano llamarle “Cundito” a Secundino Bermúdez y
Delgado era porque es bajito y delgado, pero quizás también porque
era el más joven -aunque Lozano sólo le llevaba un año- del grupo
de artistas plásticos cubanos que comenzaron a causar sensación en
y fuera de Cuba en las décadas de los cuarenta y cincuenta. “En
1926, Amelia Peláez, Víctor Manuel y Carlos Henríquez fueron a
París becados a estudiar; al terminar los estudios, Amelia se
quedó, pero los otros regresaron a Cuba: los primeros en llegar
con la influencia de las nuevas corrientes europeas del primer
cuarto del siglo XX”, dice Cundo. Esa era la época en que Wifredo
Lam se fue a estudiar a España y más tarde se asoció a los
surrealistas y marchó a Francia, donde exhibió en París en 1938.
Él estudió pintura en San Alejandro, la academia de bellas artes
de La Habana, pero encontró el ambiente “asfixiante” y no siguió
ese camino; por esa época hubo un pintor, con una obra
marcadamente cubana, Carlos Enríquez, que fue un verdadero icono
de las artes plásticas. Cundo lo conoció en la Universidad de La
Habana y se hicieron amigos; poco a poco nuestro joven pintor fue
dándose a conocer y ya a finales de la década de los treinta,
colaboraba en la revista Social del gran caricaturista Conrado
Massaguer (“… una publicación de avanzada, a pesar del nombre…”)
y, cuando apareció la revista Orígenes en 1944, colaboraba
ocasionalmente en ella con dibujos y hasta con una portada.
Cundo tuvo luego oportunidad de ir a México a estudiar en la
Academia San Carlos y allí conoció de primera mano la obra de los
mexicanos Orozco, Siqueiros, Rivera y Tamayo, lo que lo encaminó
ya definitivamente por la ruta de la avanzada del arte
latinoamericano y su obra continuó adquiriendo relieve
internacional, hasta culminar en las bienales de São Paulo y
Venecia.
Luego del golpe de Estado de Fulgencio Batista en 1952, Cuba
pasaba por un periodo convulsivo, pero era la posguerra, una época
de renacer de la arquitectura, con Le Corbusier, Niemeyer y Burle
Marx incorporando obras de arte a sus proyectos en Brasil, Mies
Van de Roe logrando que un mural de Picasso se colocara en el
restaurante Four Seasons en el Seagram’s Building en Manhattan y
con los mexicanos llenando de murales México entero.
Poco después, los hermanos Castro asumieron el poder y los
artistas sintieron en carne propia las palabras de Fidel a los
intelectuales: “Dentro de la Revolución todo, fuera de la
Revolución nada”.
Cundo hizo un viaje a Chile, conversó con sus amigos Mario Carreño
y Pablo Neruda y tomó una decisión a su regreso a la isla: irse a
Washington, donde la Unión Panamericana ofrecía un refugio a
muchos artistas. Pero Cundo no estaba hecho para la nieve y vino
para Puerto Rico.
Un periodista y un arquitecto
Puerto Rico, isla hermana de las Antillas, tierra de Palés y
Lloréns, de Campeche y Oller, acogió generosamente en su seno a un
importante grupo de profesionales, arquitectos, artistas e
intelectuales cubanos de pensamiento liberal, que siguieron la
misma ruta de Cundo Bermúdez: Lozano, Agustín Fernández, López
Dirube…
Eran los finales de los sesenta y un periodista cubano, Carlos
Castañeda, veterano de la revista Bohemia, aceptó la oferta de
transformar El Día, un periódico de Ponce, en El Nuevo Día.
Castañeda venía de ser subdirector de Life en Español y traía
consigo la filosofía del periódico gráfico y ágil. Así comenzó a
explorar temas y encontró que Cundo Bermúdez, a quien conocía de
Cuba y quien vivía en el Viejo San Juan, desde donde “divisaba el
mar”, había terminado un mural enorme casi frente a donde tenía
las oficinas El Nuevo Día, en el edificio Torre de la Reina, desde
el que Castañeda veía el mural ‘Las Antillas’.
Recuerdo que mandamos a uno de nuestros fotógrafos a retratar el
mural y a su autor para publicar un artículo de portada de la
revista Sábado que el propio Castañeda escribió y tituló: “Cundo
Bermúdez, pintor del Trópico”, en que Cundo confesaba que estuvo
cuatro meses y dibujó un centenar de borradores antes de encontrar
la versión final que aprobaron los arquitectos E.G. Enterprises,
quienes además de ser los diseñadores eran socios en el proyecto
del edificio con Esteban Bird, hijo.
Dice Henry Gutiérrez, de E.G. Enterprises: “Para mí fue muy
emocionante ver hacerse realidad el proyecto del Edificio Caribe y
los dos murales gigantescos, de 17 pisos de alto, porque siempre
he creído en la integración del arte a la arquitectura. Siempre
pensé en Cundo para ese trabajo y cuando los vi terminados, me
sentí orgulloso de haber hecho algo por Puerto Rico y por Cuba”.
Para resistir los vientos y el salitre, se decidió hacer los
murales en mosaicos de 1” x 1” de múltiples colores -como los
mosaicos bizantinos- y hubo que mandarlos a hacer a Italia. Cundo
pintó una maqueta que se retrató y amplió por partes en Italia, él
viajó a Carrara con el boceto final y allí se hicieron y armaron
las piezas en el piso, como si fuera el mural terminado; las
“pastillas” se pegaron por el frente en hojas de papel, se
numeraron y se embarcaron a Puerto Rico. Una vez aquí, la pared se
cuadriculó y se pegaron a la pared las piezas por el reverso con
un cemento especial. Al removerse el papel, la pintura, hecha en
pedacitos de cerámica, aparecía en la pared con sus vívidos
colores.
¿No tuvieron ningún problema grande?, le pregunté a Gutiérrez.
“Sí, tuvimos un problema grande, un barril completo de las piezas
pegadas en papel se mojó en la cubierta del barco en que venían y
se despegaron, así que, bajo la supervisión de Cundo, hubo que
reconstruir el diseño de esa parte”.
Después de varios meses de trabajo, los murales quedaron
terminados en 1970 y se pudo admirar aquella obra completa.
Edificio y murales aún estuvieron ahí, sufriendo el deterioro por
causa del tiempo y los seres humanos, hasta que hace unos dos
años, ocurrió algo inesperado.
La restauración
Después de ver el tiempo, el esfuerzo y el dinero que ha costado
restaurar los murales de Cundo, que sólo llevan 38 años de hechos,
me pregunto cómo habrá sido la restauración de ‘La última cena’ de
Da Vinci, pintada hace 500 años. Me pregunto también la cara que
pondrían los condiscípulos del restaurador Edgar Caballero en la
Escuela Nacional de Bellas Artes del Perú, si viesen una foto de
él balanceándose en una guindola a 200 pies sobre la tierra y
pegando pastillitas de colores en aquel rompecabezas gigantesco,
buscando piezas perdidas.
“El mural estaba muy deteriorado, porque había partes en que le
habían pintado encima, otras en que habían cubierto partes con
brea y no sabíamos si encontraríamos las piececitas”, dice
Caballero. “Tuvimos suerte, porque todas las ‘pastillas’
(mosaicos) aparecieron y lo pudimos restaurar completo”.
Caballero tenía cuatro ayudantes, tres de ellos compatriotas suyos
entrenados por él y uno que se quedaba abajo a preparar los
materiales. Había que bajar y subir a buscar herramientas y
materiales cada vez que hacía falta. Los principales problemas
eran la lluvia y el viento, porque la guindola se balanceaba mucho
y tuvieron algunos momentos desagradables. “Un día, uno de mis
técnicos tuvo que ausentarse unos días y conseguí un reemplazo que
se suponía que sabía trabajar en lo alto, pero comenzó a temblar
en el piso 16 y le dio un ataque de nervios. Al fin logré calmarlo
y bajamos poco a poco”, cuenta Edgar. “Nadie se subía con
nosotros”.
¿Qué le pareció cuando terminaron?, pregunté. “Quedó precioso, una
belleza”. ¿Volverías a hacer otro trabajo así? “Si me dijeran de
volver a hacer ese trabajo, no creo que lo aceptaría”, dice.
“Todas las noches, cuando me bajaba y volvía a mi casa estaba
hecho un manojo de nervios… Luego de tantos meses ya estaba loco
por dormir tranquilo”.
Epílogo entre lágrimas y risas
Hace pocos días, cruzaba el puente Dos Hermanos. Cuando alcé la
vista y vi ‘Las Antillas’, el mural, fabuloso con sus colores como
siempre han sido, pensé: ¡Cómo pasa el tiempo!
En estos 38 años desde que Cundo Bermúdez hizo los murales del
Edificio Caribe, Fidel Castro sigue en Cuba, aunque un poco
deteriorado, como estaba el mural. Lozano y Carlos Castañeda han
muerto; Henry Gutiérrez sigue en sus proyectos de desarrollos
urbanos y Cundo, gracias a Dios, acaba de visitarnos esta semana
para ver sus murales restaurados y recibir de parte de sus amigos
y admiradores un cálido y merecido homenaje. ¡Felicidades!
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