Cada viernes me recogía "Padrino" en la Calle
Loíza frente a la escuela Pedro G. Goyco, bultito en mano. Cogíamos la
guagua que pasaba por el Condado frente a las casonas de terrazasy
balcones con vista al mar. No tenía acondicionador de aire y muchas de
las ventanas no abrían.
Cuando entraba al Puente Dos Hermanos, ése que
hoy arreglan y al que le quitaron los faroles y los escudos de Puerto
Rico, el perro de San Gerónimo daba la grata bienvenida al islote de San
Juan. La historia era la misma, pero el tío la repetía una y otra vez,
"espera por el regreso de su dueño." De momento, entre los palos de
almendras, las uvas playeras y los pinos aparecían los parques. Era el
Muñoz Rivera con el caracol y el zoológico, el Sixto Escobar resguardado
por el Normandie, que quería zarpar en cualquier momento y el Canódromo
del cual todos hablaban, pero del que sólo quedaba el espacio para
montar el circo Gaby Fofo y Miliki. Ya estábamos a las puertas del
barrio y había que hacer la parada obligada en Bajamar.
Bajábamos por Carvajal, le decíamos adiós a Rosado, no sin antes meter
la cara por el taller para ver la última de las carrozas que preparaba.
Frente a la farmacia La Mía cruzábamos hacia el zaguán. Calle San
Agustín 252 Interior, los Méndez, era el destino final en la tarde de
inicio de fin de semana. Al momento de llegar a la habitación, mi tía,
que ya había cumplido su jornada como caladora en el Notre Dame, había
empezado a recoger los muebles para lavar el piso y limpiar todo el
apartamento. Muchos olores echaba en el agua clara y una vez se acaba
este ritual, servía la comida. Se unía al ritual la salida a rezar. Mi
tía, Toña, era rezadora. Compartía su encomienda especial con mi madrina
Socorro, con quien despedían a los difuntos en la funeraria o rezaban
los quince a veces hasta por petición previa del difunto (QEPD).
De esos recuerdos surge siempre Puerta de Tierra, el antiguo barrio de
artesanos, luego de trabajadores de los muelles y de las tiendas
especializadas, de Infanzón, de las estaciones de televisión y radio, de
los edificios de gobierno como el Departamento del Trabajo, de Medicina
Tropical, de las paradas del trolley que marcaban los lugares, de los
ranchones, de la Francaise, del Colegio San Agustín, de El Nuevo Día, de
la procesión de Viernes Santo, de la escuela Brumbaugh, de la Waterman,
de la Coal y el olor de marisco, de T. Llamas Hielo, del Paseo de
Covadonga con sus leones, del Carnaval de Artesanos y la coronación de
la reina negra que siempre vestía traje magistralmente bordado en
pedrería, del vía crucis en las escalinatas del Capitolio, de las
fiestas de Cruz cantadas por Isabelo y Leocadio, de los cuentos del
pepe-lucazo, de los caseríos, de la vía del tren que se cruzaba para
llegar a la Fernández Juncos, de las paradas del cuatro y el veinticinco
de julio, de los tanques que rompían el bitumul de la calle, del
templete frente a la Guardia Nacional, del crispé del Muñoz Rivera, de
la música de don Tomás, de Raphy Leavit, de la Corporación Latina, de
las visitas de Gilberto Monroig a los zaguanes, de las salidas
escandalosas de los marinos de los bares, de la Base Naval, del
Falansterio con su patio grande, de las visitas a buscar libros en la
Carnegie, de la música de la vellonera en El paraíso, de la entrada y
salida de famosos a casa de Tito Fortuna, de la comida de La Familia, de
las monjitas del asilo, de la venta de a vellón del Colegio con los
donativos de las señoras de Miramar.
Recuerdos que hoy se sustituyen por los avances de la revitalización.
Proceso que parece llevarse las edificaciones y todo aquello que una vez
le dio carácter al barrio de trabajadores e inmigrantes de los campos.
Son sustituidos por intentos de búsqueda de un sitial en la historia de
la arquitectura puertorriqueña. Edificios modernos que agreden y violan
la vista y se siembran con un compromiso velado: embellecer el barrio y
trasplantar nuevos habitantes, todos de igual gusto y deudas por carros
caros.
Atrás queda la población que sudó la permanencia del sector y se
convierte en materia de descarte. El avance de esa nueva forma de crear
comunidades, " los walk ups" y el condominio, amenaza con borrar la
memoria de Puerta de Tierra. Es necesario generar un inventario de las
edificaciones históricas del sector, desde el Puente del Agua (San
Antonio) hasta el Antiguo Casino Español. Hace falta proteger la calle
San Agustín del saqueo de los desarrolladores y restablecer la zona
comercial que una vez le dio riqueza. Los estudiosos estan llamados a
documentar la historia del barrio antes de que se convierta en el "real
estáte' más buscado por estar cerca y no dentro del Viejo San Juan. El
municipio está emplazado a proteger y generar vivienda para la población
de envejecientes del barrio. Los legisladores deben comprometerse a
crear un distrito histórico que tiene la particularidad de albergar la
edificación que archiva su documentación histórica y defenderlo aunque
veten el proyecto cientos de veces. Sus residentes tienen la obligación
de conocer, defender y cuidar del barrio como lo hacen otras
comunidades.
Por mi parte sueño con comer arroz con quenepa, una empanada de res,
arroz y habichuelas con patitas en compañía de mami y mi primo Paco en
casa de Alberto, allí en la San Agustín cerca del Lara.
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