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domingo, 7 de marzo de 2004/El Nuevo Día

Por
Carmen L. Rivera Lassén

Salvemos a Puerta de Tierra

Cada viernes me recogía "Padrino" en la Calle Loíza frente a la escuela Pedro G. Goyco, bultito en mano. Cogíamos la guagua que pasaba por el Condado frente a las casonas de terrazasy balcones con vista al mar. No tenía acondicionador de aire y muchas de las ventanas no abrían. 

Cuando entraba al Puente Dos Hermanos, ése que hoy arreglan y al que le quitaron los faroles y los escudos de Puerto Rico, el perro de San Gerónimo daba la grata bienvenida al islote de San Juan. La historia era la misma, pero el tío la repetía una y otra vez, "espera por el regreso de su dueño." De momento, entre los palos de almendras, las uvas playeras y los pinos aparecían los parques. Era el Muñoz Rivera con el caracol y el zoológico, el Sixto Escobar resguardado por el Normandie, que quería zarpar en cualquier momento y el Canódromo del cual todos hablaban, pero del que sólo quedaba el espacio para montar el circo Gaby Fofo y Miliki. Ya estábamos a las puertas del barrio y había que hacer la parada obligada en Bajamar.

Bajábamos por Carvajal, le decíamos adiós a Rosado, no sin antes meter la cara por el taller para ver la última de las carrozas que preparaba. Frente a la farmacia La Mía cruzábamos hacia el zaguán. Calle San Agustín 252 Interior, los Méndez, era el destino final en la tarde de inicio de fin de semana. Al momento de llegar a la habitación, mi tía, que ya había cumplido su jornada como caladora en el Notre Dame, había empezado a recoger los muebles para lavar el piso y limpiar todo el apartamento. Muchos olores echaba en el agua clara y una vez se acaba este ritual, servía la comida. Se unía al ritual la salida a rezar. Mi tía, Toña, era rezadora. Compartía su encomienda especial con mi madrina Socorro, con quien despedían a los difuntos en la funeraria o rezaban los quince a veces hasta por petición previa del difunto (QEPD).

De esos recuerdos surge siempre Puerta de Tierra, el antiguo barrio de artesanos, luego de trabajadores de los muelles y de las tiendas especializadas, de Infanzón, de las estaciones de televisión y radio, de los edificios de gobierno como el Departamento del Trabajo, de Medicina Tropical, de las paradas del trolley que marcaban los lugares, de los ranchones, de la Francaise, del Colegio San Agustín, de El Nuevo Día, de la procesión de Viernes Santo, de la escuela Brumbaugh, de la Waterman, de la Coal y el olor de marisco, de T. Llamas Hielo, del Paseo de Covadonga con sus leones, del Carnaval de Artesanos y la coronación de la reina negra que siempre vestía traje magistralmente bordado en pedrería, del vía crucis en las escalinatas del Capitolio, de las fiestas de Cruz cantadas por Isabelo y Leocadio, de los cuentos del pepe-lucazo, de los caseríos, de la vía del tren que se cruzaba para llegar a la Fernández Juncos, de las paradas del cuatro y el veinticinco de julio, de los tanques que rompían el bitumul de la calle, del templete frente a la Guardia Nacional, del crispé del Muñoz Rivera, de la música de don Tomás, de Raphy Leavit, de la Corporación Latina, de las visitas de Gilberto Monroig a los zaguanes, de las salidas escandalosas de los marinos de los bares, de la Base Naval, del Falansterio con su patio grande, de las visitas a buscar libros en la Carnegie, de la música de la vellonera en El paraíso, de la entrada y salida de famosos a casa de Tito Fortuna, de la comida de La Familia, de las monjitas del asilo, de la venta de a vellón del Colegio con los donativos de las señoras de Miramar.

Recuerdos que hoy se sustituyen por los avances de la revitalización. Proceso que parece llevarse las edificaciones y todo aquello que una vez le dio carácter al barrio de trabajadores e inmigrantes de los campos. Son sustituidos por intentos de búsqueda de un sitial en la historia de la arquitectura puertorriqueña. Edificios modernos que agreden y violan la vista y se siembran con un compromiso velado: embellecer el barrio y trasplantar nuevos habitantes, todos de igual gusto y deudas por carros caros.

Atrás queda la población que sudó la permanencia del sector y se convierte en materia de descarte. El avance de esa nueva forma de crear comunidades, " los walk ups" y el condominio, amenaza con borrar la memoria de Puerta de Tierra. Es necesario generar un inventario de las edificaciones históricas del sector, desde el Puente del Agua (San Antonio) hasta el Antiguo Casino Español. Hace falta proteger la calle San Agustín del saqueo de los desarrolladores y restablecer la zona comercial que una vez le dio riqueza. Los estudiosos estan llamados a documentar la historia del barrio antes de que se convierta en el "real estáte' más buscado por estar cerca y no dentro del Viejo San Juan. El municipio está emplazado a proteger y generar vivienda para la población de envejecientes del barrio. Los legisladores deben comprometerse a crear un distrito histórico que tiene la particularidad de albergar la edificación que archiva su documentación histórica y defenderlo aunque veten el proyecto cientos de veces. Sus residentes tienen la obligación de conocer, defender y cuidar del barrio como lo hacen otras comunidades.

Por mi parte sueño con comer arroz con quenepa, una empanada de res, arroz y habichuelas con patitas en compañía de mami y mi primo Paco en casa de Alberto, allí en la San Agustín cerca del Lara.