Siempre en pie de guerra, el fortín de San
Jerónimo del Boquerón lleva siglos defendiendo a la ciudad de
San Juan de sus enemigos. Su localización ha sido clave para esa
función. Situado al extremo oriental de la isleta en la que se
relocalizó la capital del país en 1521 tras ser trasladada desde
Caparra, no se llamaba, en un comienzo, San Jerónimo, sino el
fortín del Boquerón (por la forma de boca de esa entrada a la
bahía). Desde los albores de la colonia española defendió a la
Isla de los ataques constantes de piratas y corsarios.
Los piratas
Estos no eran los personajes caricaturescos de las películas
actuales y mucho menos los que proveen diversión en los parques
temáticos. Temibles y sanguinarios, presentaban una amenaza muy
real a las poblaciones costeras del Caribe. Muchos, además,
tenían la protección de sus reyes, como sucedía con Sir Francis
Drake, a quien Isabel I de Inglaterra comisionó para que le
infligiera todo el daño que pudiera a su enemigo mortal, el rey
Felipe II de España. Aunque nuestra isla no era una colonia rica
(ya a finales del siglo XVI el clamor general era '¡Dios nos
lleve al Perú!' por la noticia de las riquezas allí halladas),
tenía un valor estratégico militar como llave del imperio
español en América. Y aunque las flotas que transportaban el oro
de las Indias al puerto de Sevilla no recalaban en Puerto Rico,
sucedía a veces que -como en el 1595- la Isla proveía un refugio
temporero para cualquier navío necesitado de reparaciones.
Drake, el célebre pirata inglés, supo de un barco así y de su
carga: dos millones de pesos de oro y de plata que se
custodiaban en La Fortaleza. Entonces, atacó. La Isla se había
estado preparando para una tal eventualidad. San Juan se había
empezado a convertir en una plaza fuerte, parte de un sistema
defensivo de gran alcance que incluía también a Cartagena de
Indias y a La Habana. Los planes para Puerto Rico no sólo
contemplaban las grandes fortalezas como San Felipe del Morro y
San Cristóbal, sino también una línea de murallas que encerrara
a la ciudad y la fortificación del extremo oriental de la
isleta.
El gobernador Diego Menéndez de Valdés mandó a hacer en 1587 un
pequeño fuerte allí. Así se lo describe al Rey: "Este Boquerón
propio es de una parte y de otro peña que no se puede echar
gente en él [no puede desembarcar nadie], de la parte de la
ciudad, hace una punta ... en la cual tengo hecha una plataforma
donde pueden jugar seis piezas y allí tengo dos de hierro colado
de ocho y nueve quintales por no tener más, con una trinchera
alrededor…" (citado en el libro de Ricardo Alegría, 'El Fuerte
San Jerónimo del Boquerón').
Por ahí, precisamente, atacó Drake. Traía, según ha escrito el
historiador Arturo Morales Carrión, 25 barcos y 4,500 hombres.
Intentó hacer tierra por el Boquerón, dando pie a que los
defensores abrieran fuego y rechazaran el ataque. Cambió
entonces de planes y entró por la boca del Morro. Una vez dentro
de la bahía, incendió cinco fragatas de guerra que allí se
resguardaban.
Según la leyenda, la luz de las llamas les permitió a los
defensores hacer blanco en los barcos enemigos, que se batieron
en retirada. Otra leyenda señala que John Hawkins, el primer
inglés en desempeñar la trata negrera, amigo y colaborador de
Drake, murió en la batalla, muerte que celebró Lope de Vega en
'La Dragontea': "Cenando estaba un Anglo Caballero / que de
teniente al General servía / vio la luz desde el puerto un
artillero / y a la mesa inclinó la puntería: / la vela, el
blanco, el Norte y el lucero / de aquella noche a su postrero
día / la bala ardiente acierta de tal suerte / que quince y él
cenaron con la muerte…".
.
De Puerto Rico siguió Drake en un viaje de saqueo a lo que es
hoy Colombia -Riohacha y Santa Marta- y luego a Panamá, donde
murió. En 'Cien años de soledad' García Márquez escribe: "Cuando
el pirata Francis Drake asaltó a Riohacha, en el siglo XVI, la
bisabuela de Úrsula Iguarán se asustó tanto con el toque de
rebato y el estampido de los cañones, que perdió el control de
los nervios y se sentó en un fogón encendido...".
El triunfo sobre Drake fue el primero del pequeño fuerte del
Boquerón, pero no el único. Tres años después, otro pirata
inglés se lanzó a la carga. George Clifford, Conde de Cumberland,
llegó a Puerto Rico con veinte naves y 4,000 hombres. El 16 de
junio de 1598 desembarcó con sus hombres en Cangrejos (antiguo
nombre de Santurce) y enfrentó, también él, el fuego del fuerte
del Boquerón y del pequeño fortín de San Antonio, que se
encontraba sobre el caño del mismo nombre. Como los defensores
volaron el puente que conectaba la isla grande con la isleta,
muchos ingleses, incluyendo el Conde, estuvieron en peligro de
perecer al intentar vadear el estrecho.
Los atacantes cambiaron, como Drake, de estrategia, y atacaron
-exitosamente- por el Morro. Capturaron la ciudad y tomaron
posesión de la Isla. Durante 155 días -más o menos 5 meses-
Puerto Rico fue posesión de los ingleses.
¿Cuál hubiera sido nuestra suerte si se hubiera consolidado esa
ocupación? La historia está llena de preguntas como esta, que
quedarán para siempre sin contestar dado que los ingleses, en
esa ocasión, abandonaron la Isla, derrotados por la disentería.
Aunque el fuerte no figuró en la defensa ante el ataque del
holandés Balduino Enrico en 1625, su valor estaba probado. Tras
su reconstrucción en 1635 fue conocido como el fuerte de San
Jerónimo del Boquerón. Más de un siglo después, en 1791, hubo
otra reconstrucción. Las obras concluyeron en 1796, justo a
tiempo para recibir con su fuego al último y más importante de
los ataques ingleses. En 1797 se presentó en aguas de Puerto
Rico una escuadra de 60 buques y más de 3,000 hombres, dirigida
por Sir Ralph Abercromby. Venían de tomar la isla de Trinidad.
La primera embestida de los ingleses, que desembarcaron en
Cangrejos el 18 de abril, fue -de nuevo- por el Boquerón. La
lucha fue fiera, pero el capitán general don Ramón de Castro
(cuyas hijas, las hermosas niñas pintadas por Campeche, se
encuentran en un cuadro del Museo de Arte de Puerto Rico) había
preparado a la ciudad y al país. Trece días duró el ataque
-documentado también por Campeche en un óleo- durante los cuales
las milicias puertorriqueñas del interior atacaban la
retaguardia de los ingleses. Hubo gestas heroicas, recordadas en
coplas como la que dice: "En el puente Martín Peña mataron a
Pepe Díaz, / que era el hombre más valiente que el rey de España
tenía". Temiendo ser aniquilados entre dos fuegos, los ingleses,
derrotados, se alejaron de la Isla, que quedó regocijante. El
fuerte, destruido, se reconstruyó y encima se hizo una casa de
madera que le servía de vivienda a su comandante.
Los norteamericanos
Tras el 98 el Fuerte San Jerónimo pasó, como todas las
propiedades del Gobierno español en Puerto Rico, a manos de
Estados Unidos, cuyo gobierno instaló allí una estación de radio
que probaría ser clave en la historia posterior de esa
fortaleza. A su cargo se puso a un radiotelegrafista de nombre
Virgil Baker. En una entrevista que le hiciéramos al Dr. Ricardo
Alegría en torno a San Jerónimo, este contó que el tal Baker
había salvado, con su intervención, al general Pershing, héroe
de la I Guerra Mundial, cuando este vino a Puerto Rico a
principios de los años veinte y su barco encalló frente a San
Juan. Como recompensa, el Congreso incluyó, en la ley de
presupuesto para la Marina del 1921, una línea cediéndole a
Baker el usufructo del fuerte y terrenos aledaños. Aunque el
número de años que se solía estipular en transacciones de esa
índole era de 99, el documento señala que el usufructo duraría
999 años. ¿Equivocación? ¿Estrategia? De nuevo la historia
guarda silencio al respecto.
Baker vivió por muchos años en una casa construida encima del
fuerte. En 1946, Teodoro Moscoso, primer director de Fomento,
estaba tratando de interesar a la cadena Hilton para que
arrendara un hotel de lujo que él pensaba construir. Su meta,
como explica Alex W. Maldonado en su libro 'Teodoro Moscoso and
Puerto Rico's Operation Bootstrap', era establecer una industria
turística en la Isla. Como los terrenos que les interesaran a
los ejecutivos de la Hilton fueron precisamente los que tenía
Baker en usufructo, Moscoso se dispuso a negociar con él. La
propiedad fue expropiada a cambio de un pago de $464,000. El
hotel Caribe Hilton se construyó e inauguró en 1949 y el fuerte
San Jerónimo pasó a manos del municipio de San Juan. Este se lo
traspasó al Instituto de Cultura Puertorriqueña en 1956. Un año
antes, Ricardo Alegría se había convertido en el primer director
ejecutivo de la recién creada institución. "El fuerte no tenía
que ver con el Caribe Hilton", afirmó don Ricardo en el
transcurso de la entrevista. "No era propiedad del hotel".
Alegría pensó que el fuerte sería el lugar perfecto para
establecer un museo de la historia militar y naval de la Isla y
puso manos a la obra. Los trabajos comenzaron enseguida y el
museo abrió sus puertas en 1963 con varias salas en las que se
exhibían uniformes militares de distintas épocas, armas de todo
tipo y mapas de la Isla. También se exhibieron documentos que
aludían a los cinco grandes momentos de la historia militar de
Puerto Rico: la guerra entre los conquistadores y los indios en
1511; los ataques de Drake y Cumberland a San Juan (1595 y
1598); el ataque holandés (1625); el ataque inglés del 1797 y la
Guerra Hispanoamericana (1898). Había asimismo una sala de
cartografía y de historia de la ciudad y modelos a escala de
barcos españoles: carabelas, galeones y fragatas de guerra. Se
reprodujeron la capilla y una cocina.
En la restauración del fuerte para el ICP, intervinieron los
arquitectos Eladio López Tirado y Franz Loesche y, en la
instalación de los objetos, los artistas Luis Hernández Cruz y
Carlos Marichal. La selección de objetos y el plan de
exposiciones fue obra de don Ricardo. Dos militares, el capitán
Manuel Zapatero y el coronel Manuel Ballesteros, fueron sus
asesores.
Ese museo fue desmantelado por administraciones sucesivas del
ICP. El fuerte se le alquiló al hotel para que hiciera allí
fiestas y recepciones. Lo que está pasando ahora sale a diario
en los periódicos.
El fuerte San Jerónimo ha resistido muchas batallas durante su
larga vida. ¿Resistirá aún otra, la más cruel, quizás, porque su
derrota le negaría no sólo la vida sino la capacidad de
comunicarse con su pueblo, al que tan bien defendió a lo largo
de los siglos?
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