Foto J. Ismael Fernández Reyes
Rosemarie González,
administradora del Hogar del Buen Pastor |
miércoles,
4 de marzo de 2009
El milagro a la vuelta
de la esquina
Por RUTH MERINO MÉNDEZ/ El Nuevo Día
CORRÍA EL AÑO 1992. La hermana Rosemarie González caminaba un día cerca
de la Iglesia San Agustín, en Puerta de Tierra, cuando tuvo un encuentro
que fue decisivo en su vida. Un chico, de unos nueve años, la vio
vestida con el hábito y el velo de la congregación Hermanas Educadoras
de Notre Dame y se le acercó.
"¿Usted es de Dios?", le preguntó.
"Sí, y tú también", le contestó ella.
"¿Se llevaría a su casa a alguien que está tirado en la calle?".
Ella compartía un apartamentito pequeño con otra monja.
"No puedo, pero yo lo llevaría adonde lo puedan cuidar".
"Sígame entonces".
El niño la llevó al lugar, frente a la casa
donde él mismo vivía, en donde había visto a un hombre acostado en la
acera. Pero ya no estaba.
Ella le preguntó su nombre al chico.
"Joy".
"Un nombre poco común", dice la hermana Rosemarie ahora. Justamente en
ese tiempo, añade, "me preguntaba qué quería el Señor para mí. Luego de
hablar con Joy, de pronto sentí que tenía ya esa misión: ayudar a
personas sin hogar, y que tenia que vivir con ellos".
Esa conversación la inspiró a seguir con nuevos bríos el camino que
había comenzado a recorrer en su infancia. Nacida en San Juan, su
familia se trasladó al estado de Nueva York donde vivió durante 10 años.
Cuando tenía unos 10 años asistía a clases de religión en una iglesia.
En Cuaresma, un sacerdote sugirió que fueran a misa todos los días.
"Empecé a hacerlo junto a tres amigas.
Nos íbamos en bicicleta, temprano", dice. "El Señor estuvo trabajando en
mí porque cuando terminó la Cuaresma, yo seguí. Tenía ese deseo y ese
amor por Dios y por ayudar a los demás".
Y a punto ya de graduarse sorprendió a sus padres con el anuncio de que
quería ingresar en un convento. "Mi mamá se lo sospechaba", dice. "Pero
fue muy duro para ella".
|
|
De regreso en Puerto
Rico, asistió a la Academia del Perpetuo Socorro, en Miramar.
Su madre veía su carácter risueño -rara vez la sonrisa abandona su
rostro-, que era muy sociable y que le encantaba bailar y cantar. "Me
gustaba mucho participar en las operetas que se montaban en el Perpetuo
Socorro. Ella pensaba que el convento no era para mí", cuenta.
Su padre estuvo de acuerdo con su esposa y negó su consentimiento. Ella
tenía 18 años y se dio cuenta que tendría que esperar hasta los 21 para
cumplir su sueño. Entonces se enfermó gravemente de bronquitis asmática.
"Falté mucho a clases. Aun con medicamentos, no mejoraba. Mi papa se
asustó y me dijo que me daba permiso. Y yo me recuperé casi de inmediato",
recuerda.
Su vida como religiosa comenzó en 1960, inmediatamente después de su
graduación. Su primera tarea fue como ayudante en el Colegio San Agustín.
En 10 años, estudiando los sábados, completó su bachillerato.
Trabajó también en la República Dominicana y tuvo la oportunidad de
viajar a Tierra Santa, donde permaneció seis meses. Después de ese
periodo, ya en Puerto Rico formó discípulas (novicias) durante 14 años y
ayudó a un grupo de alcohólicos, pero los resultados fueron poco
satisfactorios porque eran personas sin hogar a quienes los programas
existentes no podían acoger.
Cuando tuvo el encuentro con Joy, llevaba un tiempo reflexionando sobre
su ministerio. La conversación con el chico "cambió mi vida por completo",
afirma. Los recursos de su congregación estaban comprometidos con otros
programas, pero recibió autorización para desarrollar su proyecto. "Yo
no tenía ni un centavo, pero ahí comenzaron a ocurrir los milagros",
señala.
Recibió donaciones y muchos ofrecieron su trabajo voluntario. Un año
después, en febrero de 1993, el Hogar del Buen Pastor abrió sus puertas.
El local que ocupa actualmente no estaba disponible, pero al tiempo pudo
arrendar dos pisos en el edificio. Actualmente la entidad es dueña de la
sede -de cuatro pisos- y ofrece albergue a 50 personas que no tenían
techo y que, en su mayoría, se recuperan del alcoholismo o de la
drogadicción.
Luego de un periodo de detoxificación, el objetivo es lograr que en dos
años se independicen económicamente y tengan una vivienda. La faena no
cesa nunca para la hermana González. Como administradora, su principal
responsabilidad es lograr que todo funcione. "Dios nos aprieta, pero no
nos ahoga. Siempre encontramos una solución", dice riéndose.
¿Y le ha servido de algo su experiencia en las operetas del Perpetuo
Socorro? "Bueno, ahora enseño baile litúrgico", contesta prontamente.
Hay un epílogo para esta historia: nunca volvió a ver a Joy. "Ya es un
joven, debe tener unos 26 años ahora. Lo fui a buscar varias veces a su
casa, pero nunca lo encontré. Me decían que no estaba o que se había ido
al campo. Así qué él no sabe que fue un instrumento en esta obra", dice.
A propósito, el Hogar está ubicado justamente frente al lugar en el que
ocurrió el encuentro. |