Aún no había llegado la hora del encuentro para hablar sobre sus fotografías, y ya algunos participantes del Programa de Tutorías y Estudios Supervisados del Taller de Fotoperiodismo aguardaban ansiosos de poder contar sus experiencias.
Viven en el sector capitalino Puerta de Tierra, donde ubica el Taller. Llegaron a pie, como de costumbre.
Sólo Christian Rolón Andino, quien hace varios meses se mudó al residencial Luis Llorens Torres, en San Juan, llegó más tarde porque la guagua de la Autoridad Metropolitana de Autobuses se tardó más de lo previsto. Su hermano le acompañó, así que aprovechó el viaje para tomar una siesta. La morriña que su rostro evidenciaba lo delató.
La visita al Taller ya les resulta familiar. Por tres semestres consecutivos, los lunes, miércoles y viernes, cada vez que salen de sus clases en la Escuela Martin Grove Brumbaugh, en San Juan, llegan al centro para hacer sus asignaciones, navegar en internet y aprender un poco sobre fotoperiodismo.
Y si su tutora, Thaniana Fuentes, no llega o se tarda más de lo previsto, estos pequeñines se quedan en el Taller, en las computadoras, estudiando o haciendo de las suyas.
“Cuando Thaniana no viene, nosotros decimos: ‘Acho, pa’ qué nos vamos a ir a nuestra casa aburríos, mejor nos quedamos aquí jugando en las computadoras’”, expresó Destiny Mercado Rodríguez, una risueña niña de 11 años que de primera instancia se cantó muy tímida, pero luego no dejó hablar con los demás.
Y es que según la tutora Fuentes, desde que los niños conocieron el Taller, hace poco más de un año y medio, éste se ha convertido en un refugio dentro de su propia comunidad.
“Ellos llegaron bien fuertes. No sabían canalizar su energía, ni sabían cómo canalizar sus preocupaciones. Aquí tenemos grupos de diálogo y a veces ellos me sacan aparte y me cuentan sus cosas”, comentó Fuentes.
Esa necesidad la mostraron, dijo, desde que empezaron a acercarse a la sede de este centro que les queda a escasos cinco minutos a pie.
Para ese entonces, el Taller ya se había establecido como una institución educativa para niños y jóvenes de comunidades de todo el País, pero aún los niños de Puerta de Tierra no contaban con un programa formal que los comprometiera a asistir por las tardes a este centro.
Entonces, fueron los mismos niños los que empezaron a tocar el timbre de la puerta de cristal que controla la entrada hacia el local donde los fotoperiodistas establecieron su sede en 1999, recordó el presidente de la Junta, José Ismael Fernández Reyes.
“Ellos llegaban al Taller, tocaban el timbre, decían que iban a tomar agua y seguían para atrás a meterse en las computadoras”, relató Fernández.
Así, los traviesos pequeñines regaron la voz y, poco a poco, fueron más los que tocaron el timbre “para tomar agua”, hambrientos de un espacio para desahogarse. Así también los organizadores del Taller descubrieron la necesidad que tenían sus vecinos de contar con un espacio donde hacer sus asignaciones, compartir y canalizar sus emociones. Entonces, nació el Programa de Tutorías y Estudios Supervisados.
“Antes yo me aburría. Si tenía exámenes, no tenía con quién practicar y la televisión ya me aburre”, comentó la participante Julymar Villafañe Huertas, de 12 años y quien vive en el residencial San Agustín.
“Cogimos clases de salsa y para el ‘field day’ de la escuela montamos un baile de salsa”, añadió, por su parte, Abigail Concepción Marcial, de 11 años.
Además, los pequeños tomaron clases de fotografía, pintura, computadoras, visitaron algunos museos y, por primera vez para muchos, compartieron con los niños de La Perla, en el Viejo San Juan, que participan del programa Coco D’ Oro.
El semestre pasado, por primera vez, el Taller les entregó cámaras digitales y los 15 participantes salieron a su comunidad para retratarla “desde otro punto de vista”, explicó la tutora. Esas fotos se exponen hasta finales de este mes en un pasillo del Taller.
“Tomamos fotos de Puerta de Tierra que tiramos en lugares feos y bonitos. Teníamos que tirar fotos de cosas bonitas y feas”, detalló Destiny mostrando una sonrisa constante.
Algunos, como Wesley Guzmán Pinela, de 10 años, retrataron animales. Otros, como su hermana Komary Guzmán Pinela, de 11 años, captaron estructuras deterioradas o el cafetín por donde atraviesan a diario al caminar de su casa a la escuela. Abigail alteró en computadora una imagen del Centro de Convenciones.
“Son niños, quizás, con mucha carga en su hogar y aquí quizás ellos pueden ser más niños. Aquí, ellos hacen lo que a ellos les gusta: aprenden, se divierten y enseñan a otros”, indicó Fuentes.
“No se quieren ir. Conocen y son amigos aquí de todo el mundo. Cuando llega la hora de salir, hay que pelear con ellos”, agregó.
La tarde en que mostraron sus fotografías a El Nuevo Día, tampoco se querían ir. Disimuladamente, todos se fueron adentrando en la cocina -pues el cuarto de computadoras estaba ocupado- y allí se quedaron, unos hablando y otros comiendo lo que encontraron sobre una mesa de la cocina, como lo hacen durante el semestre académico tres días a la semana.
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